El sol se alza herido en estas tierras extrañas. Cabalgamos sin descanso entre las nieves eternas. Duermo sobre mi caballo sus bufidos son mi nana y mis incómodos sueños los velan mis camaradas. Cierro los ojos un momento y sólo veo tu cara. Cabalgamos y paramos sólo para la batalla; nos combaten con sus arcos y sus flechas de obsidiana, mas las nuestras son de acero y de piedra nuestras almas. Ya no recuerdo el sol del sur, ni tampoco sus cañadas, ni tan siquiera mi nombre, sólo recuerdo tu cara. Corro directo a la muerte, somos jinetes fantasma, no dejamos nada atrás salvo la última batalla. No tenemos rumbo alguno, | pero seguimos un mapa: su humo nos guía al combate. Atacamos siempre al alba, arrasamos sus aldeas, carbonizamos sus casas, y saqueamos sus templos. No quedan viudas ni huérfanos, perdonamos una vida para que a narrarlo vaya. Somos jinetes fantasma; nuestra misión es amarga: cabalgar para morir, vivir para la batalla. Acaso puedas oírme en donde estés enterrada. ¿Es tan dulce como dicen la muerte tan anhelada? Ya me lo responderás, ésta es mi última mañana; todas mis heridas gritan que sólo habrá otra batalla. Mis ojos se van nublando, no sostengo la mirada. Si duermo no será el fin, despertaré entre tus brazos. |
20/10/10
El sueño del jinete
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Que la sensibilidad de tus palabras no queden solo para ti, espárcelas al viento, hay muchos oídos sedientos de estas historias, que despiertan el corazón, alegran o entristecen el alma, pero le dan vida a sus vidas.
ResponderEliminaranónimo