24/11/15

¿Por qué este delfín intenta matar esa nube?

Hoy en el aula en el que doy clases de máster y que a veces se usa para otras cosas vi colgadas tres cartulinas con dibujines sobre la importancia del agua y una de ellas era esta:

 Al verla no pude si no hacerme la pregunta del título: ¿por qué está ese delfín intentando matar esa nube?

Pero diréis "espera joce eso es yubia", a lo que yo respondo: NEIN. Observemos los detalles:

1. Esas supuestas gotas de lluvia no son gotas de lluvia en absoluto, he aquí una imagen de una verdadera gota de lluvia, la parte gorda debería estar hacia abajo:
2. La nube es blanca y el sol luce. Joder si luce. Ya hablaremos de ello.

3. Mirad la cara del delfín:

Ese no es un delfín feliz retozando en la lluvia. Esto es un delfín feliz:
Lo que hay en el dibujo es un delfín cabreado, decidido a cargarse a esa maldita nube por algún motivo.

4. Hay gotas de lluvia que no están debajo de la nube. Ninguna nube puede moverse tan rápido.

En cambio, es bastante plausible que sean cosa del delfín si este se está moviendo muy rápido y disparando al mismo tiempo. Y las irregularidades en altura pueden deberse perfectamente a que el bicho está dando brincos.

¿Pero qué demonios está disparando? ¿Tiene flechas un delfín? Meek. Se trata de un delfín mutante del lejano futuro que está usando su boquete de respirar (
) para disparar proyectiles de agua a presión.

"spera spera joce como k un delfin mutante del futur o estas to endrogao"

Nada de eso, dije que volveríamos al sol y ese momento ha llegado: un sol tan grande no es normal. Probablemente, con el paso de los millones de años, nuestra estrella ha crecido hasta alcanzar ese tamaño al mismo tiempo que los delfines han evolucionado para poder atacar a nubes. Claro que entonces surge la pregunta de si el calor del sol no habría aniquilado toda forma de vida en la Tierra...

Pero dejando eso de lado, ¿por qué intenta el delfín matar a esa nube? ¿Qué oscuro secreto guardarán los fenómenos atmosféricos del lejano futuro que este dibujo nos oculta? ¿Es realmente el malo el delfín como parecía indicarnos su expresión? ¿Quizá no es una nube sino una extraña forma de vida flotante?

Para obtener las respuestas, solo nos queda esperar. De modo que me sentaré en esta silla a mirar el reloj en silencio durante los próximos cincuenta millones de años.

11/3/15

Sonepo /

 oh musas porque me habeis abandonado
os dije que queria un relato por cada lunes
   me habeis traicionado musas barbudas
vuestras cara
s PELUDAS
 ya no se frotan con mi nuca

barbíope, barblio, barbato, euberbe
   barbomene, polibarbia, barbía, barbsícore y ubarbia
venid dedde
la cima de MOUNT METAL
 y cogededme con vues
tros PODEROSOS brazos

hay en MOUNT METAL nueve musas
    que son una fuerza de la naturaleza
  porque todos
los días comen ensaladilla rusa

  como un tifón, un tigre sin cabeza
     o u
na maldita montaña rusa
guiad mis palabras EXTRAÑEZA

  en spending my days stroking my beard
I been s

2/3/15

El horrible Doghul-var

Hubo un tiempo en el que los reyes de las tierras del Lobo Verde decidieron que ningún edificio podría ser jamás más alto que la Gran Pagoda de Naashna, de diecisiete plantas. En este tiempo, conocido por muchos como el siglo del Cincel, estos reyes dejaron de intentar competir construyendo la mayor estructura que pudiera sostenerse, ya fuera con piedra o madera, y empezaron a excavar para así poder declararse los que más profundo habían horadado la tierra y más ricamente habían decorado los fríos y oscuros salones que en ella tallaran. Aunque fueron días de grandes maravillas y descubrimientos, pasados poco más de cien años los monarcas recuperaron el buen juicio y abandonaron la mayoría de palacios subterráneos a su suerte. Esto se debió, en buena medida, a que esta extraña afición trajo también consigo una buena cantidad de ruina y horror.

Uno de los ejemplos más salientes de esto, probablemente por ser el peor de ellos, es la historia de Doghul-var, el horrendo, rey de Irwara cuyo verdadero nombre ha sido borrado de cuantos registros son accesibles a los hombres comunes en este tiempo.

El rey de Irwara soñaba, como muchos de sus colegas, con construir la más hermosa de las residencias subterráneas. La principal diferencia era que él estaba bastante más cerca de conseguirlo con su ingenio, riqueza y poder. Siendo un rey sabio, él mismo se puso a la cabeza de los arquitectos reales para crear un complejo a mil pies de profundidad con siete alas para honrar a cada uno de los siete dioses del reino. Se buscó una tierra especialmente adecuada y bendecida para empezar las excavaciones preliminares y las pesquisas de los zahoríes reales pronto condujeron a un gran valle apenas habitado en el que, decían, se hallaba el lugar idóneo para los deseos del rey. Y esto le plugo. El terreno fue bendecido setenta y siete veces antes de que los trabajos comenzaran y la tierra se abriera. A lo largo de los años los hombres, entre otras cosas, extrajeron seis enormes rubíes del gran pozo que debería convertirse en el palacio soñado del rey. Eran grandes como un puño, brillaban con una luz singular y no había razón alguna para que estuvieran donde los esclavos que nunca veían la luz del sol los encontraron pues, no solo no había ninguna veta de piedras preciosas sino que todo parecía indicar que los rubíes, aunque parecían tener una forma tosca, ya habían sido labrados.

El rey fue engarzándolos en su trono como un augurio de que los dioses avalaban su causa y esperó impaciente el séptimo. Pero con el paso de los meses, a medida que aparecían los rubíes, uno tras otro, el rey comenzaba a cambiar. Al principio solo lo notaban sus más allegados, pues el rey hablaba en sueños con palabras que nadie comprendía. Pronto comenzó a hacerlo también despierto y sus juicios y órdenes se volvían progresivamente más incomprensibles, y lo poco que se podía comprender era cada vez más retorcido. Pronto empezó a llamarse a sí mismo Doghul-varg.

Tras esto procedió a enterrar a todos los historiadores y a quemar todos los libros de historia por considerarlos mentiras heréticas (o al menos eso entendieron aquellos que pusieron en marcha la orden, muchos de ellos, no del todo incrédulos ante esta medida).

Algunos meses después rey hizo ejecutar a todas sus esposas y concubinas excepto a cien y declaró que él y un selecto grupo de nigromantes, hechiceros y profetas locos (que hasta ahora habían estado totalmente prohibidos en el reino bajo pena de muerte) serían las únicas personas que podrían entrar en el recinto del harén real con las cien esposas y, especialmente, los únicos que podrían salir. Con alarmante frecuencia reclamaban una o dos mujeres más y sus familias las entregaban con reluctancia a cambio de su peso en oro. Siempre que Doghul-var hablaba de ellas, solo hacía referencia a cien.

Un día como cualquier otro, el rey montó en cólera y ordenó sellar para siempre y cuanto antes cualquier entrada al palacio subterráneo que estaba construyendo. Y así se hizo en menos de un día, sin ningún reparo en los cientos de trabajadores que aún seguían en lo más profundo y que allí perecieron.

Fue entonces cuando Doghul-var, con la ayuda de su círculo de nigromantes, comenzó a planear un nuevo complejo, esta vez con solo seis alas a las que dieron nombres horrendos. Realizaron sacrificios humanos para leer augurios secretos y hallar la mejor localización, que no fue otra que lo profundo de un bosque denso y oscuro donde las obras volvieron a comenzar.

Durante los diez años que duró la construcción de sus Casas del Dolor, Doghul-var realizó muchas más atrocidades, pero en el lugar donde nos hallamos ahora, la ley prohíbe relatarlas.

Aun así, sus súbditos rara vez pensaron en revelarse pues, si bien es cierto que los descabellados proyectos de excavación del rey bien podían llevarlos a la bancarrota como había ocurrido en reinos vecinos, esto no estaba ocurriendo y, lejos de eso, el reino estaba creciendo y enriqueciéndose. La vida era buena para todos aquellos que no tenían que vivir en el palacio, donde los gritos eran audibles día y noche, y el rey se daba a las más horrendas perversiones bajo el brillo de los seis rubíes, que había hecho montar sobre las seis puntas de un palio con el que se hacía cubrir siempre que brillaba la luz del sol.

Finalmente los diez años pasaron y, cuando se le informó de que las Casas del Dolor estaban listas, preparó el plan con el que llevaba tanto tiempo soñando. Una noche sin luna, envió a sus más fieles jinetes a recorrer la nación, secuestrando a cuantos niños pudieran encontrar a su paso para traerlos de vuelta al palacio real.

O al menos la enfurecida turba decidida a acabar con el rey pensó que los había hecho llevar al palacio real. Cuando llegaron hallaron todas las puertas abiertas de par en par. La mayor parte de los criados, esclavos, eunucos, ministros y guardias habían sido brutalmente asesinados mientras dormían, los demás apenas habían logrado escapar con la cordura intacta. Todas las riquezas que encerraba el palacio habían desaparecido, todos los documentos habían sido quemados y las imágenes que representaban la cara del rey habían sido destruidas para hacer su rostro irreconocible. Pero lo peor fue el horror que encontraron tras las puertas ahora abiertas del harén, donde tampoco había rastro de vida, solo los restos horrendos de los experimentos de Doghul-var con sus leales había estado realizando todos estos años. Rápidamente, deseosos de destruir todo rastro del horror, cubrieron de brea el edificio del harén y lo hicieron arder hasta los cimientos, sobre los que no volvió a crecer nada nunca.

Ahora sabían que el rey se había dirigido a su nuevo hogar en las Casas del Dolor y lo siguieron hasta allí, donde ahora podía oírse una horrible risa que sonaba sin cesar desde las tinieblas. Al menos mil hombres descendieron por la enorme escalera de caracol que descendía a las profundidades y solo veintitrés volvieron, al cabo de cinco días, destrozados en cuerpo y alma, contando historias entrecortadas de los horrores que Doghul-var había hecho construir en las profundidades y de los monstruos con los que ahora se acoplaba y los demonios que ahora invocaba y las cosas asquerosas y rojas que eran ahora los niños. Pero sobre todo diciendo que Doghul-var no estaba muerto y era imposible que un mortal lo matara.

Y la risa no cesó.

Por ello los habitantes de Irwara demolieron el edificio que servía de entrada a las Casas del Dolor y derruyeron el palacio y todos los edificios que habían sido el orgullo del rey y con esas rocas y muchas más empezaron a bloquear la entrada hasta que la risa dejó de oírse.

Con el paso de los años las rocas se cubrieron de tierra e hierba y se convirtieron en una colina al mismo ritmo que los habitantes de Irwara olvidaban en la medida de lo posible el horror que había traído Doghul-var sobre su tierra.

Y con el paso de los siglos, aunque la historia se recuerda, ya nadie sabe cuál es la colina maldita que mantiene encerrada para siempre la entrada a las Casas del Dolor. Por ello, ningún habitante de Irwara duerme jamás en la cima de una colina.

23/2/15

Ves-skel

Hace once años este río era el Ves-skel y sus aguas surgían de fuentes que conducían al mundo inferior donde moraban los señores de la negrura. Kuun-na y sus diez mil vástagos rojos sedientos de la sangre de los mortales, que se arrastraban en las noches sin luna bajo las puertas para alimentarse de la carne tierna de los niños; Zer-ghaest, que sostenía el látigo sobre las almas de los impuros y los ladrones, obligados a trabajar como esclavos bajo su mando por diez mil un años después de que ambas manos les fueran cortadas; Yur-no, el impío señor de la hambruna, que criaba ratas sin número en sus calderos negros bajo cúpulas pestilentes; Hyd-nurn, aquel que ocultaba todos los metales de la tierra, que debían de serle arrancados con la fuerza de los brazos.

Ninguno de ellos está ya y el río ya no conduce a sus oscuras mansiones soterrenas. Pero no fue porque los gloriosos dioses de la luz cumplieran al fin su promesa de asaltar la morada negra para llevarles ruina. On-len no hizo girar su pico y derribó los techos de las montañas para que la luz revelara la verdadera forma de todas las criaturas que se ocultaban bajo ellas; Qa-ab no recorrió los salones malditos cubierto con hierro, sobre su carro tirado por mil cabras de guerra, blandiendo su hoz segadora de enemigos; Nal-lye, la suprema justicia, no puso los pesados grilletes a los dioses inferiores y los hizo desfilar en vergonzosa procesión hasta el filo del abismo del mundo para ser juzgados y luego arrojados, como tampoco llevó el mismo castigo a todos los mortales impíos y mentirosos; y An-nyt no bendijo la tierra ya libre del mal colocando su manto verde sobre ella para que fuera fértil en toda su extensión y los píos no conocieran nunca más el hambre.

No ocurrió tal sino que todos ellos por igual fueron derrotados por los dioses calcinados. Sus hombres, llegados desde el cálido norte, armados de hierro, pintados con ceniza bajo la piel, recolectores de cabezas, salvajes más allá de toda descripción irrumpieron en nuestra ciudad. Convirtieron los santuarios en pocilgas y los templos de mármol en burdeles. Hicieron arder todo lo que pudiera placer a sus dioses calcinados. Alzaron piras donde antes había estatuas. Excavaron refugios subterráneos donde antes había palacios. Dijeron que nuestros dioses eran débiles y jamás podrían protegernos del fuego que vendría del cielo.

Y ahora yacen olvidados. Sus nombres quemados o pronunciados con blasfemia. Sus rostros defenestrados. Sus vírgenes violadas. Sus hogares allanados. Cuanto queda de ellos solo pervive en la frágil memoria de los hombres.

El Ves-skel es ahora el Xuuhno y es el dominio Axhevack, aquel que llenará de azufre todas las aguas.

16/2/15

Brutal Hermit & Smily School girl (3)

Era primera hora de la mañana, Brutal Hermit llegó andando hasta una parada de autobús en una concurrida arteria de la ciudad, paró tras ella y apoyó todo su cuerpo contra la marquesina, haciendo que temblara notablemente y sobresaltando a las personas que esperaban dentro de ella, que lo miraron con recelo. Él, lejos de devolverles la mirada, permaneció mirando a un punto concreto de la calle mientras se cruzaba de brazos. Comprobó por un momento el contenido de una bolsa de papel que llevaba consigo y siguió mirando.

Era temprano, pasaron dos autobuses y él apenas apenas abandonó su posición de vigilancia felina hasta que al final reconoció una figura que se aproximaba por la acera como la de la persona a la que estaba esperando.

A Claire le dolía la cara. Apenas le había bajado la inflamación en las últimas horas. Entre eso y haber pasado la noche en un calabozo, no había conseguido conciliar el sueño precisamente, lo cual probablemente explica por qué apenas reparó en el gran hombre vestido de naranja que la miraba directamente y fue a sentarse sin miramientos en la parada. No había nadie más.

—Vaya faena te han hecho en la cara, pequeñaja.

Claire al fin reaccionó al sonido de la voz y miró al hombre que se había ido acercando a medida que hablaba hasta que estuvo de pie frente a ella. Enfocó todo lo que pudo con los ojos, más por incredulidad que por no reconocer a la persona que le hablaba.

—¿Tío Max?

—Buenos días.

—Ya estábamos seguros de que habías muerto.

—Ja, eso dejaría tranquilos a unos cuantos. ¿Me puedo sentar?

Claire miró a los lados y se encogió de hombros.

—Es una parada de autobús.

Brutal Hermit rio un poco la respuesta y culminó su plan de tomar asiento junto a la chica.

—Debes tener frío solo con el uniforme, te he traído esto —dijo tendiéndole la bolsa de papel.

Claire la miró con la misma extrañeza con la que lo miraría si le hubiera dado una colección de tarántulas en un único gran cubo de cristal. Miró el interior y entonces, sorprendida, metió la mano y extrajo una sudadera violeta.

—¡Esto es mío!

—Claro, ¿qué esperabas?

—¿Cómo demonios...? ¿Te has dignado a hablar con los viejos?

—Qué va, entré y no se dieron cuenta.

—¿Te has metido en mi habitación porque te ha dado la gana?

—Para echarte una mano, pequeñaja.

—No me llames así. Hace años que no hablamos.

—Bueno, es que desde aquí arriba sigues siendo una pequeñaja.

—Mira, aparte de eso... ¿Cómo te has enterado de que estaba aquí?

—Pajaritos.

—¿Qué coño pretendes?

—Eres la hija de mi hermana, comprende que me preocupe por ti.

—Hace cinco años que no he sabido de ti.

—Eso no quiere decir que yo no haya sabido de ti.

—Todo esto es ridículo...

—No, escucha, te aseguro que me hubiera gustado estar más en contacto, pero he estado muy ocupado.

—¿Siendo Brutal Hermit, el asesino de artistas marciales?

—No creas que es una fama fácil de mantener... Lo siento.

—No tienes que disculparte, me da igual lo que hagas con tu vida, ¿pero por qué tienes que meterte en la mía como te da la gana?

—Porque me preocupo por ti, somos familia.

—Pues creo que me está yendo bastante bien, gracias.

Al oír esto, Brutal Hermit movió rápidamente el brazo para poner la mano bajo el mentón de Claire y así moverle la cabeza mirarla de frente.

—Ya, claro.

Claire no respondió, simplemente apartó la cabeza con violencia y miró en la dirección contraria.

—No creas que me parece mal —se apresuró a añadir el gigante—. Tienes agallas; vi lo que le hiciste a ese tío. Fue grabado por varias cámaras y algún hacker ha subido un montaje a internet.

—Joder...

—Lo que quiero decir es que me parece que estás perdiendo el tiempo jugando a pelearte en la calle cuando podrías hacer algo productivo con toda esa energía.

—¿Como qué?

—Vente conmigo, ya es hora de que aprendas el estilo de la familia.

—Venga ya...

—Aprenderás a pelear de verdad, podrás ponerlo en práctica todo lo que quieras y si lo que quieres es dinero podrás hacer una fortuna en patrocinadores.

—¿Patrocinadores?

—No sabes lo que muchas empresas pagarían por llevar su camiseta y grabarme mientras arreo a gente. Pero, como creo que ya te he dicho, no es fácil labrarse un nombre, mucho menos mantenerlo.

Claire permaneció en silencio un momento, pero entonces se dio cuenta de que el autobús se estaba acercando y se puso de pie.

—Lo siento, pero no quiero ser la lacaya de nadie.

—Esa es una forma muy retorcida de verlo, pequeñaja. Estás jugando muy mal tus cartas.

El autobús al final se paró y las puertas comenzaron a abrirse de modo que Claire solo respondió encogiéndose de hombros y con un "¿yo qué sé?" antes de darse la vuelta y entrar en el vehículo con la sudadera aún colgando del brazo.

Brutal Hermit se pasó la mano con el pelo y dejó que el autobús se fuera permitiéndose dejar salir un suspiro antes de voler al asunto menos apremiante.

Un par de horas más tarde el teléfono de Claire empezó a sonar en su habitación. Descolgó y se lo llevó rápidamente a la mejilla, maldijo porque se lo había puesto en el lado inflamado y lo cambió de oreja.

—¿Megumi? ¿Has visto el vídeo?

—Creo que lo hemos visto todas. Y no solo nosotras, ya tiene bastantes visitas.

—Genial.

—Me hace replantearme lo de pelear con minifalda en una ciudad llena de cámaras.

—Tú solo te cubres el pecho con vendas y una chaqueta.

—Eso es un asunto completamente distinto.

—Da igual. ¿Ha dicho Smily algo al respecto?

—Parece que no le desagradó.

—¿Qué clase de respuesta es esa?

—No te puedo asegurar nada, ya sabes que solo responde por texto. Pero era de lo que más hablaba.

—¡Guay!

—De eso y de que mañana quiere que nos reunamos en el sitio de siempre.

—Sí, bueno, normal, ya lo hacemos todos los domingos.

—Esta vez parecía bastante más insistente que de costumbre.

—Creo que voy a hablar con ella en un momento.

—Oye, espera, que te llamaba para saber cómo has estado.

—Ah, bien, el tipo decía que se vengaría y todo eso y como allí no conseguí pegar ojo ahora estaba intentando dormir.

—Perdona.

—No estaba teniendo mucha suerte de todas formas. Tengo un ojo completamente morado.

—Qué mierda.

—Dímelo a mí... Oh, pero lo peor no es eso. ¿Te acuerdas de mi tío Max?

—¿El que entrena peleando con osos?

—Sí, verás, me estaba esperando cuando salí y resulta que estaba ahí esperándome.

—¿No decías que estaba muerto?

—Eso pensaba yo desde hacía meses.

—¿Y qué quería?

—Que me fuera con él a entrenar o algo así. ¿Te imaginas? ¿Le habrá entrado complejo de maestro Yoda? Y me dijo que con patrocinadores podría ganar un montón de dinero, venga ya.

—A lo mejor no es mala idea.

—No fastidies.

—Solo digo que a lo mejor no es mala idea. ¿Qué piensas hacer con tu vida de todas formas?

—¿Yo qué sé?

—A eso me refiero. Tu tío es un experto en artes marciales que se ha hecho famoso sin ni siquiera intentarlo y él mismo ha se ha ofrecido a compartirlo contigo.

—Pero es un idiota, ¿sabes que antes de ir a verme se coló en mi habitación? ¿Y que dice que siempre me está vigilando?

—Si eso es lo que más te preocupa de alguien a quien llaman el asesino de artistas marciales, me parece que tienes muy pocos motivos para ponerte así con él.

Claire paró por un momento a penar en las palabras de su amiga y finalmente respondió.

—Me lo pensaré, ¿vale? A estas alturas apenas sé en qué año estoy.

—Vale, perdona, ya te dejo descansar. Hasta luego.

—Hasta luego.

Claire colgó la llamada, pero no apagó el teléfono sino que abrió un cliente de chat y escribió:

«has visto el video?? ».

La respuesta fue casi inmediata:

«SIII».

9/2/15

El extraño de la espada de plomo

Esa noche estaba nevando. Un estrecho puente de madera vieja conectaba ambas orillas de un río ancho y cubierto de hielo y nieve. No había estrellas, solo la luna brillaba entre los árboles y su reflejo brotaba del agua en los resquicios que dejaba el hielo. Solo reinaba el silencio de las noches de invierno.

Excepto por los pasos que se aproximaban desde ambas orillas del río. Dos personas llegaron al mismo tiempo al estrecho puente de madera. En una orilla se alzaba un extraño alto, cubierto por un manto negro, de pasos seguros y rostro ignoto, cubierto por un ancho sombrero de viajero. En la otra orilla se alzaba una extraña de pelo de fuego, cubierta de pieles, ojos como puñales, puños apretados como piedras.

Ambos llegaron rápidamente al extremo del puente, ambos llevaban espadas, ambos dieron un paso más y la madera crujió desde ambos extremos.

—Dos no pueden cruzar por este puente, viajera —dijo el extraño vestido de negro.

—Precisamente por eso deberías apartarte, tengo prisa.

Inclinó el cuerpo dispuesta a continuar su marcha a través del puente, pero las palabras del hombre la hicieron detenerse.

—Ni un paso más, por favor —rogó el extraño de negro posando la mano sobre la empuñadura—, esta noche ya habido demasiada muerte.

La mujer apartó sus pieles y colocó también su mano sobre la empuñadura de su propia espada. Solo entonces se dio cuenta de que la luna llena brillaba roja, tiñendo el río.

—¿Se puede saber a qué se debe todo esto? —preguntó la mujer de cabellos de fuego.

—A que yo también tengo prisa y debo cruzar este puente cuanto antes.

—Entonces os recomendaría que te apartaras y me dejaras cruzar de una vez.

—No puede ser, desista, al otro lado de este puente no hay más que desolación.

La nieve se acumulaba despacio en sus hombros mientras permanecían quietos, estudiándose mutuamente. La mujer de pelo de fuego buscaba un resquicio de los ojos de su contrincante, sin éxito.

—Me temo que eso tendré que juzgarlo yo misma.

—Tendrá ocasión pues, una vez me deje pasar.

—No puedo perder mi tiempo en eso. Me necesitan al otro lado.

—No hay nadie al otro lado, todos han muerto esta noche. Por eso estoy huyendo.

La mujer del pelo de fuego no pestañeó, clavó sus ojos en el sombrero del extraño de negro y apretó aún con más fuerza la empuñadura de su espada. Permaneció callada lo que bien pudo ser una eternidad sin apartar la mirada, hasta que por fin sus labios se abrieron y su voz rompió el silencio.

—Ya veo que no eres más que un loco. Él no puede estar muerto. Si lo estuviera, ¿cómo seguiría habiendo luna en el cielo? ¿Cómo seguiría corriendo el agua? ¿Cómo seguiría viva yo?

Y puntuó su última frase con el gesto silencioso de extraer el acero de su vaina para colocarse en guardia.

—Usted no lo entiende —se resignó el extraño de negro, dejando a la vista su propia espada negra como el plomo—, sé que están todos muertos porque yo mismo los maté.

—¿Si no queda nadie a ese lado del puente y tú eres la causa de esa devastación, por qué razón estás huyendo?

El extraño de negro levantó su sombrero solo lo necesario para que se pudiera ver una blanca sonrisa de lunático dibujada en su rostro.

—Estaba dispuesto a dejarla vivir, pero se me acaba el tiempo —informó mientras alzaba el pie para adentrarse más en el puente.

—Ni un paso más —ordenó la mujer del pelo de fuego y el extraño se detuvo—, no creo ni una palabra de lo que dices y mi propio tiempo también se está acabando. De modo que apártate de una vez por todas porque esta es la última advertencia.

—No conseguirá más que compartir el destino de todos los demás si trata de cruzar este puente.

La mujer del pelo de fuego hizo caso omiso. Antes siquiera de terminar de pensarlo se lanzó a la carrera a través del estrecho puente mientras su contrincante hacía lo mismo. En la frenética carrera el extraño de negro aullaba como un lobo mientras alzaba su espada oscura y sus ropajes se transformaban en una densa niebla que cubría de lado a lado el estrecho puente de madera. Sumiéndolo en una oscuridad que ni la luz de la luna roja conseguía atravesar.

Pero de uno de los extremos surgió una brillante hoja de acero blanco, teñida de rojo solo por la luna y las sombras que cubrieron el terrible choque se disiparon para dejar ver que solo la mujer del pelo de fuego permanecía en pie, en la otra orilla del estrecho puente de madera.

Envainó y continuó su camino dejando huellas en la nieve. Tras ella solo quedó una calavera cortada por la mitad y casi cubierta por oscuros harapos.

2/2/15

Brutal Hermit & Smily School girl (2)

Segunda parte, probablemente os interesará leer antes la primera.

—Yakuza-kun, tengo que salir unas horas—informó Brutal Hermit guardándose el teléfono móvil en el bolsillo de los vaqueros.

El hombre trajeado lo miró incrédulo desde la única silla del apartamento casi vacío en la que, siguiendo órdenes de su secuestrador, había vuelto a sentarse.

—Tienes comida en la nevera —continuó el enorme hombre mientras se dirigía caminando lentamente hacia la puerta automática y empezaba a marcar un código de seguridad en el terminal adyacente.

—¿En serio vas a dejarme solo? ¿Tienes la más mínima idea de cómo funciona un secuestro, maldito animal? —gritó el yakuza, envalentonado al ver que la puerta ya estaba abierta y él dispuesto a salir.

—No te preocupes, nadie va a notar tus gritos en este edificio y si haces el tonto con la puerta se disparará la bomba de gas nervioso. Usa este tiempo para pensar en el asunto que hemos dejado a medias.

Sin añadir nada más, cruzó la puerta y esta se cerró y bloqueó automáticamente a sus espaldas.

Unas horas antes, pero al menos una más cerca que la última vez, Hùng Văn se encendía un pitillo. Estaba sentado en un banco de un parque que se encontraba muy cerca de la intersección de Δ con Z donde crecían tejos importados. Iba vestido totalmente de negro desde la chaqueta hasta las botas. Del bolsillo de la primera extrajo un pequeño cuadrado de papel oscuro y de apariencia basta. De una de las segundas sacó un puñal en cuyo mango podía apreciarse una insignia en forma de sol negro.

Estudió por un momento ambos objetos en sus manos en calma mientras el cigarro se convertía progresivamente en ceniza hasta que al fin colocó el papel sobre sus rodillas y se llevó la hoja hasta el pulgar derecho. Sin perder tiempo puso el dedo sangrante sobre la hoja de papel y empezó a trazar un símbolo anguloso mientras murmuraba algo inaudible.

El clan del oso fantasma, del que Hùng era el líder, constituía un grupo difícil de definir. A pesar de compartir todos raíces vietnamitas habían abrazado el wotanismo hacía tiempo, así como una serie de ideologías políticas relacionadas con la superioridad racial y la eugénesis. No obstante, su principal objetivo era la magia rúnica por medio del carterismo. Es cierto que obtenían beneficios limpiando los bolsillos de transeúntes despistados en las calles astiborradas, pero eso era solo una maniobra de despiste, para hacerles pensar que los papeles con talismanes rúnicos grabados por el pulgar con huellas dactilares borradas de Hùng era solo una especie de estúpida tarjeta de visita. En realidad se dedicaban a repartirlos de forma selectiva a fin de cumplir los requisitos de rituales arcanos.

—Entrega este a un hombre rubio que vista de rojo —ordenó Hùng una vez hubo terminado el último talismán.

Una chica que había estado esperando todo este tiempo tras el banco asintió, lo cogió y se lo guardó en la ancha sudadera. Dio un primer paso con intención de irse, pero antes de eso otro chico que lucía solo unos pantalones cortos y una camisa blanca llegó corriendo al parque.

—Hùng…

—¿Qué ocurre, Minh? —preguntó, sin mostrar ningún signo de sobresalto.

—Han venido otra vez las crías. La de la máscara y la espada. Están todas en una esquina a un par de manzanas de aquí y se nota que vienen buscando pelea.

—¿Cuántas son?

—Cinco, como la última vez.

Hùng escupió el cigarro y al fin guardó el puñal de nuevo en la bota y se puso en pie.

—Llama a todos, diles que nos reuniremos aquí en diez minutos.

El encontronazo de los osos fantasmas con las chicas de Smily había sido mayormente fortuito cuando, unos días atrás, mientras ellas paseaban por el territorio del clan, uno de sus miembros intentó realizar sus actividades habituales en la bolsa de Smily, aunque solo consiguió descubrir cuánto puede llegar a doler una muñeca dislocada por cortesía de Yume. Estaban dispuestas a ensañarse con él antes de que otros compañeros del clan llegaran en su ayuda, entonces fue cuando Smily tuvo que echar mano de la katana para disuadirlos de empezar una pelea en ese momento. Hùng estaba presente en ese momento y les había hecho una advertencia.

—Os dije que no quería volver a veros por aquí —les recordó al llegar a la esquina donde las cinco esperaban.

La acera era ancha, separada de la carretera por vallas y en una zona muy comercial de la ciudad. Las personas que estaban en una terraza próxima al lugar donde se habían encontrado los dos grupos ya miraban con sospecha a Smily y sus chicas, pero al ver llegar a siete vietnamitas encapuchados o enmascarados portando palos y tuberías, decidieron que por fin había llegado el momento idóneo para dejar cualquier cantidad de dinero en la mesa e irse a otro sitio.

Yume, la gemela del pelo verde, se despegó de la pared y se giró noventa grados para encarar al líder de los osos fantasma, haciendo que su bate de críquet golpeara rítmicamente su pierna.

—Verás, es que creemos que la última vez no os llevasteis una impresión demasiado buena de nosotras.

—No tengo tiempo para juegos. Largaos de aquí antes de que esto se ponga feo.

—Es una pena —reconoció Hana, la hermana de Yume, mientras sus compañeras se giraban también para formar una línea encarando al clan—, pero eso es exactamente lo que queremos.

La risa sintética de la máscara de Smily volvió a sonar mientras desenvainaba. Un par de los vietnamitas sintieron la tentación de retroceder un paso, pero no hubo tal. Se cernió un silencio entre ambos bandos como si no hubiera más mundo que ellos.

Claire estaba en uno de los extremos junto a Megumi. Mientras que esta se mantenía calmada, manteniendo su propia tubería sobre el hombro como si todo lo que iba a pasar no fuera realmente con ella, Claire apretaba con fuerza su puño americano en anticipación y miraba a los miembros del clan alternativamente a los ojos, cubiertos o no por capuchas. Intentaba clavar sus ojos en los otros como si fueran cuchillos. Se mordía el labio. Movía impaciente las piernas notando cómo el peso que sostenían cambiaba de una a otra incapaz de reprimir la necesidad de saltar.

Pero fue Simly la primera en lanzarse contra Hùng, katana sobre la cabeza, dispuesta a comprobar si el oso fantasma sangraba haciendo bajar la hoja sobre él. Y de hecho hubiera saciado su curiosidad si no se lo hubiera impedido la tubería que el hechicero había interpuesto en la letal trayectoria.

Tras medio segundo de estupor, estalló un desordenado combate mano a mano. Claire apenas tuvo que moverse antes de poder golpear por la espalda a uno de los contrarios que, a pesar del ímpetu inicial, había decidido que era mejor idea desviarse de Smily. Aún sin poder verlo pudo oír y notar en el contacto de su puño con la nuca cómo el tipo soltaba un resuello con toda la boca abierta. Sin perder tiempo lo agarró por debajo de los brazos y dejó que Megumi terminara de darle las buenas tardes con una soberana patada en el abdomen.

Lo soltó a tiempo de esquivar a un segundo que se dirigía a ella cuchillo en mano. Hubiera tenido ocasión de intentar emplearlo por segunda vez si alguien no hubiese gritado en ese momento “¡policía!”.

Algunos ni siquiera se pararon a mirar a los cuatro agentes que se acercaban porra en mano a hacerles un par de preguntas antes de disolverse y tomar la primera calleja que buenamente pudieran encontrar. Los que aún pudieran correr, por supuesto, lo cual no era el caso de dos o tres miembros de los osos fantasma, pero sí de todas las chicas, como Claire, que no tardó en dar buen uso a las piernas largándose de ahí.

Antes de entrar en una calleja tuvo la precaución de volverse a mirar si la seguían, pero no la de volver a mirar hacia adelante para asegurarse de que la vía estuviera despejada. Así al cruzar fue a darse de bruces con el cuerpo totalmente cubierto de negro de Húng, que se había parado a retomar el aliento y comprobar cómo de probable era que muriera desangrado a través corte que tenía en el brazo si no iba al hospital.

Tras el estupor inicial y sin mediar palabra, consiguió conectar un puñetazo en el ojo de Claire, ya que parecía haber perdido su tubería.

—Cabrón.

Le devolvió el golpe dirigiéndolo al plexo solar, pero solo consiguió golpearlo en el pecho. Aun así, el impacto del puño americano fue suficiente para hacer retroceder a Hùng hasta dar contra la pared y caer sobre una rodilla, con menos aliento aun que antes.

Claire se acercó para acabar con él de una vez, pero de alguna forma el instinto la hizo parar a tiempo para evitar el arco horizontal que el puñal de Hùng describió al salir de su bota.

Retrocedió a una distancia prudencial y empezó a dar tentativos pasos hacia atrás. Hùng la seguía, enarbolando el cuchillo y esperando que abriera la guardia.

—Os juro que estoy harto de vuestros juegos.

Se abalanzó sobre la chica en guardia. Por un segundo estuvo segura de que aquel tipo de negro iba a ahorrarle mucho tiempo y esfuerzo ampliando la mancha de sangre reseca que decoraba su camisa de batalla. Podía ver a cámara lenta cómo la punta del cuchillo bajaba hacia ella y no pudo evitar gritar. Pero sus manos se movieron solas más rápido de lo que le hubiera llevado pensarlo. Estaba segura de que no iba a poder agarrarle el brazo, pero repentinamente estaba entre sus manos y sus piernas y todo su cuerpo se estaban moviendo en un movimiento estudiado para dirigir su rodilla a un punto vital preciso. Hùng y su puñal cayeron al suelo mientras el vietnamita la maldecía por haberle destrozado los huevos.

Intentó recuperar el cuchillo a tientas, pero no le sirvió de nada. El combate se dio por finalizado cuando sonó el “¡Todo el mundo quieto!” de la policía, que hacía contemplar la escena al ojo ciego de su pistola.

26/1/15

Perdidos en Conxo

Ya se publicó en Monifate, pero como lo escribí originalmente para mi serie de entradas del lunes, es justo que también aparezca por aquí.

Para saber quién o qué es Conxo, consulten este vídeo


—Por favor, Señor —rezaba el hombre desesperado a los pies de una cruz oxidada a la que parecía faltarle por lo menos un brazo o estar vacía—, vinimos hasta Santiago para visitar la tumba del apóstol, pero nos hemos perdido. Por favor, por favor, sácanos de este sitio horrible. He puesto todo de mi parte, pero en todo el día no hacemos que ver las mismas calles una y otra vez y la gente no parece saber siquiera qué es Santiago de Compostela. He intentado mirar el GPS y solo sale un mensaje en rojo diciendo que estamos en Conxo y que salgamos cuanto antes. No sé qué más hacer, por favor, danos tu ayuda. Te lo rogamos, señor.

—Te lo rogamos, señor —repitió uno de sus compañeros. El tercer peregrino también estaba de rodillas, pero porque estaba buscando el mejor ángulo para sacar una foto de las curiosas cruces.

Los coches pasaban a su alrededor mientras continuaban con sus plegarias y la gente iba y venía con las últimas horas de la tarde. Una señora que parecía volver de la compra con el carrito lleno pasó a su lado sin mirarlos, pero les avisó.

—Que facedes, raparigos? Este sitio non pertence ó voso deus.

Todos se giraron para mirarla, pero donde debía estar solo había un pequeño montón de berzas.

Mario agitó su bigote con gesto preocupado y se santiguó por si acaso.

—Será mejor que nos vayamos, el demonio mora en este sitio.

—¿No nos llevamos algo de confeti? —preguntó el hombre a sus pies.

El hombre del bigote se llevó los dedos al puente de la nariz. Las cosas iban decididadmente mal. Para empezar, su cuñado, que lo acompañaba en peregrinación, había visto esa mañana un grafiti especialmente perturbador en un polideportivo y el shock, aparte de dejarlo inconsciente unos minutos, había hecho que ahora fuera incapaz de hablar de nada que no fuera confeti.

—No, Pepe, no nos llevamos confeti.

—¿Por qué no?

—Si Dios quiere llegaremos a un sitio en el que haya todo el que quieras, vamos.

—¿De qué color? —inquirió Pepe poniéndose de pie y siguiéndolo. Mario prefirió no responder—. Espero que sean de color jale.

El tercer miembro del grupo, de aspecto evidentemente extranjero, se había distraído sacando más fotos de una glorieta especialmente grande que solo tenía dos salidas. Mario por su parte se había entretenido hablando con su cuñado y olvidó avisarlo de que se iban, de modo que tardó un momento en darse cuenta de que se iban y tuvo que correr en pos de ellos. Por comodiad lo llamaremos, no sé, John.

Caminaron un buen rato mientras el sol se seguía perdiendo entre los edificios y las farolas se encendían. Al pasar frente al café Dejá-vù, Mario echó mano de su caja de paracetamol y se tomó uno sin agua. Hacía tiempo que se notaba algo febril y no dejaba de tomarlos, para aliviar también el insufrible dolor de cabeza que le producía el estar perdido en una tierra extraña con esos dos sujetos. Había intentado comprar algún apiretal, pero la única farmacia que encontraron estaba cerrada y de hecho no tenía signos de haber estado nunca abierta.

Suspiró.

Caminaban en fila cargando con sus mochilas de peregrino por una acera dejada de la mano de Dios. Los arbustos la invadían sin que pareciera que las fuerzas de la civilización hicieran nada por oponérseles. Por la carretera, al otro lado, no pasaba ni un coche. El sol del crepúsculo alargaba las sombras recortadas de rojo.

—Esperad —dijo Mario parando de pronto al ver venir algo en dirección contraria por la acera—. San Antonio bendito, ¿qué es eso?

—Parece una bola enorme de confeti negro —calibró Pepe.

—No me parece la mejor forma de definirlo.

John sacó su cámara sonriente y contento por ser capaz de ver otra rareza local.

Cuando el punto negro que se veía a lo lejos en la acera totalmente recta pudieron distinguir que en efecto era una enorme bola negra de la que parecían surgir tentáculos igualmente negros que bailaban a su alrededor. Y tras ella venía una comitiva de figuras humanas.

—Rápido, señores, a los arbustos.

Mario y los demás se volvieron para descubrir que eso lo había dicho una persona que había aparecido de improviso tras ellos.

—No hay tiempo que perder —añadió antes de saltar él mismo por encima de los arbustos y agazaparse.

William lo siguió porque le pareció divertido y porque no tenía aún en su álbum la foto de un hombre vestido con traje de submarinismo (máscara y bombona incluidas) y ropa de calle por encima.

Mario decidió que, en cualquier caso, era mejor que quedarse en mitad de la acera y arriesgarse a enfrentarse a lo que quiera que fuera esa cosa, de modo que fue tras el extraño, tirando de Pepe.

—¡Confeti verde! —exclamó el cuñado, celebrando la hierba.

El extraño hombre pez los mandó a callar, pero también les indicó que se asomaran.

Un orbe negro de dos metros de altura flotraba tranquilamente a un metro por encima del suelo. En efecto era totalmente negro y totalmente esférico, a pesar de que su consistencia parecía más la de un líquido, como si alguien hubiera dejado abierto un barril de tinta en gravedad cero. Solo dos cosas sobresalían de su forma esférica: una especie de banda publicitaria que lo rodeaba y anunciaba lo que parecía un SPA especialmente lujoso. Los otros objetos, como ya dijimos, eran tentáculos o raíces que parecían hechos de la misma materia que el orbe: algunos se agitaban como buscando por los alrededores de la cosa, pero otros estaban conectados a la cabeza de los al menos veinte humanos que lo seguían: llevando albornoces y toallas blancas, con la mirada perdida y emitiendo gruñidos casi imperceptibles.

Esperaron unos minutos hasta que se perdió lo suficiente de vista para sentirse seguros.

—Orbes publicitarios —señaló el hombre pez—. La estrategia de márketin definitiva.

—Muchas gracias, señor...

—Ghuddhrah.

—... de acuerdo. Gracias señor Gudra, le recordaré en mis plegarias.

—Es muy amable de su parte, señor...

—Mario Tapia.

—Mario. Sabe, ¿yo también soy un hombre religioso?

Le habían impedido a William sacar fotos mientras estaban escondidos, lo cual lo había decepcionado sobre manera, aunque ahora se estuviera desquitando haciendo todo un reportaje al hombre pez.

—Me alegra oír eso —reconoció Mario.

—Precisamente estaría interesado en ofrecerles un negocio de esa índole.

—Oiga, no, tenemos algo de prisa...

—Les garantizo que no les decepcionará, denme solo unos minutos de su tiempo.

Por una parte Mario quería salir de ahí cuanto antes, pero el hombre parecía amable y los había ayudado. Además, si le seguía la corriente, era probable que les indicara la forma de salir.

—Bueno, cuénteme.

—¿Va a vendernos confeti? Lo necesitaremos para cocinar esta noche.

—Jajaja, me temo que no. De hecho, no voy a venderles nada, sino que tengo una oferta de compra. Represento a un conocido dios de más allá del espacio y el tiempo y estaría realmente interesado en pagar por sacrificarles sus cuerpos y almas en una ceremonia de horror inenarrable.

John no entendió la mitad, pero pensando que era una oferta turística, empezó a asentir efusivamente hasta que Mario respondió.

—¡Santa Bárbara bendita, no!

—No sea así, sepa que dado que pueden ofrecernos el triple de material de una sentada, estamos dispuestos a pagar más. Por adelantado, por supuesto.

—Disculpe, pero estamos perdidos y tendríamos que irnos.

—Precisamente porque están perdidos creo que sería lo más recomendable que probaran suerte con una nueva fe.

—No, gracias —respondió Mario poniéndose en pie, con todos los demás imitándolo.

—No sea así, lo de pagarle por adelantado no era mentira —Extrajo de su chaqueta un fajo de pequeños billetes falsos y empezó a arrojarlos uno por uno contra los peregrinos sin dejar de hablar—. ¿Ven? ¿Ven? Serán ricos lo que les quede en este mundo.

—¡Confeti! —exclamó Pepe yendo hacia el hombre.

—¡No! —prohibió Mario agarrándolo del cuello—. ¿Se supone que esto es alguna clase de broma? Porque no tiene ninguna gracia.

Ghuddhrah dejó de lanzar papeles y también de sonreír. Muy despacio se guardó el fajo de billetes en el traje, pero no sacó la mano.

—¿Debo entender entonces que rechazan por completo mi generosa oferta?

Mario cogió a sus dos compañeros y los puso tras él antes de responder: —así es.

—Oh, demonios, entonces no me dejan más opción que resolver este trabajo por las malas.

El hombre rana bien vestido extrajo la mano que se había guardado en el bolsillo de la chaqueta. Para sorpresa de los peregrinos, ahora tenía agarrada una daga serpenteante.

—¡Corred! —urgió Mario mientras los hacía saltar por encima de los arbustos.

Harris no perdió la oportunidad de sacar una última foto del hombre saltando también para perseguirlos, daga en mano.

—¡Corred! ¡Corred! —no dejaba de sugerir Mario mientras cruzaban la carretera desierta ya solo iluminada por las farolas.

—Correríamos más rápido si pudiera usted proveernos de confeti, señora —puntualizó Pepe, el cuñado, cerrando los ojos en mitad de la carrera, probablemente para imaginar un puñado de confeti bien apilado o una bolsa recién abierta.

Posiblemente no fue la mejor de las ideas idea, puesto que, al llegar a la acera contraria, fue a darse contra un banco colocado en mitad de la acera con tan mala suerte de que el impulso hizo que saliera disparado por encima y cayera en una alcantarilla abierta que había al otro lado.

Mario intentó volverse para hacer algo, pero viendo que los perseguía un hombre armado y que su cuñado, que Dios lo tuviera en su gloria, no le caía tan bien, decidió que sería más sano seguir corriendo. William no había parado tampoco, pues seguía a Mario bastante divertido. Debía pensar que correr delante de tipos con cuchillos era la versión gallega de los San Fermines.

En cuanto a Pepe, las Crónicas de la Mancha no se ponen de acuerdo sobre si Pepe murió en el acto tras la caída o si bien sobrevivió y se arrastró en la oscuridad cada vez más abajo hasta alcanzar las tierras de los mórlocs, donde se convirtió en su rey por mil años y a menudo intentó asaltar la superficie para robarles todo su confeti.

Mario y John siguieron corriendo hasta pasar el café Dejá-vù e internarse en un parque cercano. Nada más cruzar la fina línea que separaba la hierba del asfalto e internarse un poco más, dejaron de oír los pasos a la carrera del comerciante de sacrificios a su espalda. Se giraron y vieron que en efecto estaba quieto al borde del camino que conducía hasta el parque.

—No les recomiendo que sigan por ahí, caballeros —les gritó—. Es mucho más seguro que vuelvan aquí.

—Lo que usted diga, amigo —le replicó Mario.

—No digan que no intenté advertirles.

Y diciendo esto se dio la vuelta y se fue en silencio.

—Eso ha sido raro —reconoció Mario—, pero parece que nos hemos librado, gracias a la ayuda de santa María. No he dejado de rezar mientras corríamos.

—Man, this country is great —sentenció Harris—. I'm so glad I came here.

Mario miró con sorpresa a John, al que oía hablar por primera vez desde que se encontraran hacía semanas en el camino. Pero tampoco tuvo tiempo de dedicarle mucha atención, ya que sentía que la cabeza se le fuera a salir de los ojos. Como pudo consiguió llegar hasta un gran árbol y se sentó a sus pies. Tomó otro paracetamol. No parecía servir de nada.

—Are you ok, pal? —le preguntó William.

—Oye, amigo —pidió Mario con voz cansada—, intenta buscar ayuda. La policía o algo. Tenemos que salir de aquí.

"Hola".

Mario se hubiera sobresaltado, pero estaba demasiado cansado. John en cambio parecía entusiasmado por oír de pronto voz que salían de ninguna parte.

—¿Quién ha dicho eso?

"Yo".

—Ah, vale.

"Soy un simpático eucalipto mágico y quiero que os suicidéis".

—Woah, amazing, a fucking talking tree —Foto—. What a shame I don't speak Spanish.

"Soy el eucalipto en el que estás sentado, y quiero que te suicides".

—No sabía que los árboles hablaban. La Biblia no dice nada de eso.

John, decididamente aburrido por no seguir la conversación y el hecho de que el árbol no hiciera nada más, decidió buscar algo mejor que fotografiar.

—Anyway, dude, I'm gonna take some photos of that lichen over there, you just stay here and rest, ok?

—Sí, eso —aceptó Mario—, corre a buscar ayuda.

Lejos de correr William se alejó andando tranquilamente. Cuando estuvo lo bastante lejos, el árbol continuó.

"Escucha, yo sí hablo porque lo que tengo que decirte es muy importante y tienes que prestarme atención".

—Venga, dispara.

"Suicídate. Ve a esa peña de ahí, te subes y te tiras. Es solo un momento".

—Eso no suena demasiado bien. La Iglesia dice que suicidarse es pecado y eso...

"¿Estás de broma? Tú vida es lo que no suena bien, no hagas caso de esos engreídos con bata".

—¿Qué sabes tú de mi vida, árbol blasfemo?

"Estás aquí, solo porque tu único amigo es un tío raro que acaba de dejarte tirado, hablando con un árbol. Probablemente nadie se daría cuenta si murieras".

—Oye, que estoy casado.

"Seguro que tu mujer es una pesada".

—Bueno, un poco. Pero yo tampoco soy de criticar y...

"Suicídate, estarás mejor sin ella. Y muerto no tendrás que preocuparte por el dinero".

—La verdad es que el dinero no es tan...

"Ni por los niños. ¿Tienes niños? Todavía estás a tiempo de ahorrártelo".

—Alguno no estaría mal... Mi señora y yo...

"Esto no es sobre lo que quiere tu mujer, es sobre lo que quieres tú".

—Ya, pero yo...

"Piensa un poco en ti mismo por una vez. Seguro que si decidieras suicidarte y tu mujer estuviera aquí no te dejaría porque ella no quiere. A pesar de que te partes el espinazo para mantenerla".

—En parte no te falta razón.

"Oye, tío, somos amigos, confía en mí. Si lo haces te vas a sentir de puta madre".

—Pero no sé yo...

Esta vez no fue la voz fantasmal del eucalipto la que cortó lo que estaba diciendo Mario, sino una enorme explosión que tuvo lugar lo bastante cerca para que la impresionante deflagración fuera visible desde el eucalipto.

"Se ha desencadenado la tercera guerra mundial. Pronto estarás muerto de todas formas".

—No puede ser...

Sonó otra explosión.

"Toda tu familia probablemente ya está muerta".

—Es mentira...

"Yo nunca te mentiría, colega. Esta es una vida de mierda. Es mejor acabarla cuanto antes".

—Dios mío...

"Exacto, tu dios, sea el que sea te está esperando, ve con él".

Mario no respondió. Entre llantos empezó a arrastrarse hacia la peña.

"Eso es corre......... No hay uno que no pique".

Así acabó la vida de Mario, perdida por la traición de Conxo. La noche cae y grande es el triunfo del mal. El último vestigio de espranza reside en Roberto Alcázar. Solo él preocupa las mentes de los señores oscuros. Solo él puede traer ruina a los enemigos negros ahora que la tierra yace en agonía y la maldición perdura. Una nueva estrella brillará y llegará un nuevo día.

El cadáver despeñado de Mario, cubierto de heridas de tojos, yacía al pie de la peña. No muy lejos de él, había al menos cinco alcantarillas. La más grande de ellas empezó a moverse mientras alguien forcejeaba para salir. Por fin consiguió alzar la pesada tapa para revelar que era Pepe, cubierto de mierda.

—¡Mario! ¡Mario, ten cuidado con el puto árbol! …oh. Parece que llego tarde. En fin, supongo que ya estamos en paz por dejar que me pudriera en la maldita alcantarilla.

Se encogió de hombros, se sacudió la suciedad para revelar que bajo ella llevaba ahora un traje totalmente blanco y comenzó a ascender al cielo.

Por cierto, las explosiones fueron cosa de los gatos de Conxo y no tenía nada que ver con ninguna guerra mundial que yo sepa.

William acabó aburriéndose de rondar por Conxo y llamó a Radiotaxi para que lo sacarán de allí y poder seguir haciendo turismo por Santiago de Compostela. Al final volvió a su país con un montón de historias que contar.

Pepe, nada más llegar a casa, se sentó a escribir esta historia. En efecto, yo mismo soy el autor. No me preguntéis por qué escribía en tercera persona o cómo sabía las cosas que no presencié, solo soy un puto fantasma.

19/1/15

Brutal Hermit & Smily Schoolgirl (1)

Las teclas del terminal piaron antes de que por fin el mecanismo de seguridad reconociera que el código era correcto e hiciera deslizarse la puerta sin más ruido que el de una leve fricción.

Al abrirse un vano introducirse la luz del pasillo en el apartamento a oscuras, se recortó la figura de una persona de al menos dos metros de altura y constitución fuerte, que entraba arrastrando lo que en principio parecía poco menos que un saco.

—¡Puerta! —ladró y todo volvió a la oscuridad.

Se oyó un murmullo ahogado y forecejeos en la oscuridad. Entonces un golpe seco y nada más hasta que el hombre volvió a gritar al sistema de control por voz.

—¡Luz!

Y así se hizo. Cuando los paneles luminosos del techo y las paredes empezaron a funcionar pudo verse al hombre, alto y moreno, con cicatrices de toda talla por la cara, el cuello y lo que la camisa de manga corta roja dejaba ver de los brazos. No le faltaban tampoco arrugas y canas que delataban que ya estaba cerca de la cincuentena, pero dado que sus bíceps estaban a punto de destrozar la camisa, cabe pensar que no le afectaba demasiado en otras partes del cuerpo.

Su gesto era temible al mirar el bulto que arrastraba, que había resultado no ser un saco sino un señor asiático vestido de traje de una forma notablemente poco elegante. Le devolvía la mirada al gigante que lo agarraba procurando fingir estar igual de enfadado, sin demasiado éxito.

Al fin, el dueño del apartamento decidió quitarle la cinta aislante de la boca.

—¡Te mataré! —aseguró—. ¡Te mataré a ti y a toda tu familia!

La respuesta fue otro puñetazo que lo dejó notablemente desorientado.

—A partir de ahora, gusano, no hables si no es para responder a mis preguntas.

Lo dejó caer al suelo y fue a coger la única silla del apartamento que, además, constituía como una cuarta parte del mobiliario. La colocó en el centro del lugar y volvió a levantar al tipo trajeado para sentarlo. Aún desorientado, no pudo o no quiso oponer resistencia. El gigante, por su parte, ni siquiera se molestó en atarle las manos sin meñiques.

—Ahora escucha, yakuza-kun —le ordenó—, ¿sabes quién soy?

El otro se limitó a mirar con mucho interés la pared vacía que tenía a su derecha antes de que su anfitrión le agarrara la mandíbula y le obligara a mirarle a la cara.

—Te he hecho una pregunta. Ahora es cuando puedes hablar.

—Eres ese cabrón. Brutal Hermit. El chalado.

—Exactamente —confirmó Brutal Hermit apretando su presa sobre la cara del yakuza— e imagino que si eres tan listo sabrás también para qué te he traído aquí. Solo tienes que responder a una pregunta muy sencilla y podrás irte, no más golpes, no más sangre, no más pérdidas de tiempo.

Hubo un momento de silencio en el que se hubiera esperado que el otro asintiera si no tuviera la cabeza inmovilizada. Al fin Brutal Hermit preguntó.

—¿Dónde se esconde Isamu Taiki?

—No lo sé y aunnque lo supiera...

No llegó a acabar la frase antes de acabar en el suelo de un soberano tirón de maxilar.

—Eso no es lo que quiero oír. Estás acabando con mi paciencia, yakuza-kun. Sé perfectamente que tú sabes algo.

—Si te lo digo, me harán algo peor de lo que puedas hacerme tú.

—Chico, estás jugando muy mal tus cartas.

Pero nada más decir esto irrumpió en la situación el pitido de la alarma de mensaje. Brutal Hermit se volvió a mirar a la mesa, donde parpadeaba el led de un viejo teléfono móvil.

—Vuelve a sentarte —ordenó mientras iba a cogerlo—, no hemos acabado.

El contenido del mensaje era breve: “reyerta callejera, va a pasar la noche en el calabozo” e incluía al final una foto policial de una chica morena con uniforme de instituto que exhibía un ojo morado y un labio roto.

Brutal Hermit sonrió.

Unas horas antes la cara de la chica de la foto estaba en bastante mejores condiciones mientras salía por una de las puertas laterales del edificio del instituto. Bostezaba ruidosamente y se tenía que tapar la boca con la mano en la que no sostenía su cartera. Se apoyó en una esquina a la sombra y empezó a mirar alrededor expectante.

—¡Claire!

Al fin siguió con la cabeza la dirección de la voz que la llamaba y vio cómo se aproximaba una chica con el mismo uniforme, pero más alta que ella, de pelo castaño y sonriente.

—¿Estás tan ansiosa como yo? —preguntó Claire en cuanto la otra chica estuvo a su altura, sin molestarse en saludar.

—Bueno, claro —respondió su amiga con voz sobria.

—Pues venga, antes de que lleguen Smily y las otras.

—¿Y qué tal en clase hoy?

—¿Yo qué sé?

Empezaron a caminar hacia el gimnasio. Al principio Claire intentó andar más rápido, pero tuvo que adaptarse al paso de su compañera para no dejarla atrás.

—¿Viste cómo se asustaron el otro día cuando nos vieron en Delta Avenue?

—Es normal que se asusten al principio si Krys lleva una maldita katana por ahí.

—Nos dijo que la llamáramos Smily.

—Me da igual, ya estoy acostumbrada a llamarla por su nombre.

Llegaron a los vestuarios, desiertos salvo por ellas a esa hora. Nada más entrar, Claire se quitó la parte de arriba del uniforme, caminó con él en la mano hasta su taquilla, la abrió, dobló la camisa antes de guardarla con lo demás y sacó otra, que no tardó en ponerse.

—Eh, Megumi —llamó Claire mientras su amiga se peleaba con la combinación de la taquilla—. ¿Qué te parece?

Al volverse vio que Claire seguía llevando su uniforme, pero la nueva camisa lucía una nada desdeñable mancha de sangre seca en el pecho.

—Vaya, ¿de la última vez?

—Sí, la dejé estar y la voy a llevar hoy también. A ver si aumenta.

—Ya. Oye, ¿me ayudas con las vendas?

—Venga.

Claire cogió el rollo que le tendía y se dispuso a la tarea de cubrir el torso de Megumi con ellas.

—¿No temes que se te caigan?

—Solo si me las pongo yo, se me da fatal. ¿Qué tal tus abuelos?

—¿Yo qué sé?

Megumi asintió y se dejó hacer en silencio mientras ella misma se ponía las vendas en los brazos y el cuello con parsimonia.

Pasado un rato oyeron pasos en el pasillo, seguidos de una voz aguda.

—Pimpollitas, ¿aún estáis ahí?

Claire y Megumi se volvieron para ver aparecer la cara sonriente de una chica, enmarcada en pelo teñido de verde con microcélulas eléctricas para hacerlo brillar. Cuando acabó de entrar y se apoyó en el marco de la puerta pudieron ver que llevaba un uniforme arrugado y, al hombro, un bate de cricket.

—Smily espera, señoritas, llegáis tarde.

—Calla, Yume, todavía no es la hora —le replicó Claire mientras apretaba un nudo de vendas.

—La hora es cuando Smily llega.

—Exacto, no cuando tú lo dices.

Megumi cortó la discusión poniéndose de pie y diciendo: —Da igual, de todas formas ya estamos.

Empezó a recogerse la melena castaña y a ponerse una chaqueta mientras que Claire se dirigió a su propia taquilla para recuperar de su interior un puño americano.

—Me extraña que todavía sigas viva yendo por ahí con eso —imprecó Yume al verlo, dejando caer su bate sobre la mano para que sonara—, búscate un cuchillo por lo menos.

—No lo necesito.

—Te crees más dura de lo que eres.

—A lo mejor eres tú la que se engaña —sugirió Claire poniéndose el puño americano.

—Lista —anunció Megumi, que ahora llevaba una tubería tras el cuello, sujetándola reposando ambas manos sobre ellas—. Vamos saliendo.

—Ya era hora —celebró Yume dándose la vuelta y caminando hacia el exterior.

Megumi la siguió, con lo que Claire tuvo que tragarse las ganas de pelea y cerrar a toda prisa el candado de su taquilla antes de seguirlas.

Al salir del gimnasio se dirigieron hacia la parte de atrás del edificio, donde las esperaban otras dos chicas. Una de ellas era Hana, la hermana gemela de Yume, a quienes era fácil distinguir porque Hana se teñía de rosa.

La otra era una chica especialmente alta para la media del grupo. Cuando iba lista para la acción como hoy a la gente podría llamarle la atención la melena rubia, la larga chaqueta negra o la katana que llevaba en un cinturón de cuero sobre la falda del uniforme. Pero normalmente lo que siempre les llamaba la atención de Smily es que llevara una máscara rígida que le cubría la boca y la nariz con pequeños agujeros para respirar y que hubiera pintado sobre ella una cruda sonrisa llena de colmillos.

Ambas se volvieron para mirar a las recién llegadas.

—¿Estáis listas ya? —preguntó Hana.

—Con estas dos cuesta créerselo, pero sí —confirmó a decir Yume con desgana mientras llegaban—, podemos salir de compras.

—Hoy estás genial, Smily —se apresuró a decir Claire.

Como única reacción, la chica rubia levantó una mano, se la llevó a uno de los laterales de la máscara y sonó una horrible risa sinética.

5/1/15

Universidad Subterránea

Cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac cla clac.

—¿Dónde estoy? ¿Por qué nos movemos?

—Mierda, tenías que despertar ahora.

A pesar de esta respuesta y de estar aún mareada, Lyris no tardó en darse cuenta de que alguien cuya voz no reconocía la estaba llevando al hombro como un saco de patatas. La única vía de acción era obvia: empezó a patalear y a gritar como una posesa.

—Para, para, joder, no tenemos tiempo para esto —le replicó el desconocido sin parar de correr.

Ella tampoco paró de darle con las rodillas.

—No te voy a hacer nada, te estoy ayudando, te desmayaste, te estoy llevando a un lugar seguro, no grites más, hay que llegar a las escaleras.

—¡Deja de correr, deja de correr, deja de correr!

—Y una mierda voy a parar de correr. ¿Tú sabes lo que nos viene detrás?

Lyris miró por un segundo a sus alrededores. Solo veía pasar el pasillo de la universidad, vacío salvo por ellos y el eco de las pisadas. Cla clac cla clac cla clac cla clac.

—... ¿Por qué no hay nadie?

—Se fueron todos. Yo me quedé, estabas en coma o algo.

—¿Quién eres tú?

—Cleig. Coicidíamos en un par de clases.

Lo pensó por un momento, el nombre no le sonaba en absoluto.

—Bájame ya.

Cleig soltó un resoplido.

—Vale, vale. Pero en cuanto estés abajo seguimos corriendo.

Posó a Lyris en el suelo, pero en el instante en el que la soltó tuvo que volver a cogerla cuando las piernas le fallaron. —Apenas las siento...

—Y eso que te puse un encantamiento de levedad para poder llevarte...

—¿Qué insinúas?

—Oye, es normal que las piernas no te respondan, llevas tres días dormida.

Necesitaba un momento para computar eso, pero no lo tenían. Desde una bifurcación del pasillo, a lo lejos, se oían golpes torpes y un ruido que se arrastraba hasta los oídos de los dos jóvenes. Sxxxxh. Cleig se arrodilló y la puso a caballito sobre él con relativa facilidad.

—¿Qué ha pasado?

—¿Recuerdas cuando nos decían que aquí nunca había accidentes? Pues todos los profesores murieron o se volvieron locos o mutaron, no sé cómo, fue de pronto, muchos alumnos también, especialmente de cursos altos. O esas fueron las noticias. Llegaron monstruos, lo normal, si nadie atiende las putas jaulas. Murieron más, especialmente los que se habian quedado dormidos como tú. Los demás se fueron yendo, abajo, pero nadie quería perder el tiempo llevándote, así que nos quedamos los últimos. La verdad es que esperaba que despertaras antes de que las cosas se pusieran tan jodidas. No sé si vamos a salir de esta.

—Eso es tranquilizador.

—Sí, soy un maldito caballero.

—¿Por qué no te fuiste con los demás?

—Porque seguías ahí.

—Sabía que a algunos les gusta mirar chicas mientras duermen, pero lo tuyo es llevarlo demasiado lejos.

—Eh, mierda, no es...

—Gracias, de verdad.

—Bah. Ya me las darás cuando hallamos bajado esas escaleras.

—Espera, no, tenemos que subir, salir a la superficie.

—No, no, los pisos superiores son los que más hechos mierda están. Todo el que pasa dice que hay que bajar.

—¿Entonces no hay salida?

—¿Por qué crees que te has pasado tres días iconsciente en un aula?

—Joder —concluyó Lyris—. Oye —susurró—, ¿no deberíamos ir en silencio?

—No servirá de nada, puede olernos y vernos con las luces del pasillo, escondernos no valdría de nada, hay que escapar. —De todas formas podrías ir más despacio.

—Ni hablar.

—Es que hace un rato que ya no se oye. Debemos haberlo dejado atrás.

—Puede cogernos en cualquier momento, es mejor salir de su territorio cuanto antes.

—¿Pero qué es?

Cleig paró en seco pillando a Lyris por sorpresa, que dio con el vientre contra su cabeza.

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué paramos?

—¿Ahora lo escuchas?

Lyris guardó silencio por un segundo, en efecto se oía de nuevo a la criatura con ese zumbido que llenaba los oídos —sxxxxh—, pero...

—Está delante de nosotros —concluyó ella, entre susurros.

—El muy cabrón debe haber dado un rodeo largo para atraparnos.

—¿Qué vamos a hacer?

Cleig se arrodilló despacio para que Lyris, ya algo más recuperada y capaz de mantenerse en pie, pudiera bajarse.

—Tú —explicó— vas a entrar a ese aula que tenemos al lado y vas a esperarme.

—No.

—Y yo voy a ir a ocuparme de él.

—No.

—No tenemos tiempo de dar la vuelta. Pronto estaremos agotados y seremos presa fácil. Ni regalados.

—Entonces voy contigo.

—Ja, no estás en condiciones de eso, vas a estorbar más de lo que ayudes.

—No voy a quedarme aquí sin hacer nada mientras esa cosa te mata.

—No cuentes con que muera tan pronto, aún tengo que ver de nuevo la maldita luz del día. Si quieres hacer algo mientras me ocupo de esto, guárdame esto.

Cleig se desprendió algo del cinto y se lo tendió a Lyris. Era una daga. Ella la cogió casi por impulso y, en cuanto la hubo soltado, Cleig se echó a correr hacia la esquina del pasillo de donde provenía el oscuro ruido. Lyris hizo el intento de seguirlo, pero sus piernas apenas respondieron al rápido movimiento y pronto se vio en el suelo. Maldiciendo su suerte.