23/2/15

Ves-skel

Hace once años este río era el Ves-skel y sus aguas surgían de fuentes que conducían al mundo inferior donde moraban los señores de la negrura. Kuun-na y sus diez mil vástagos rojos sedientos de la sangre de los mortales, que se arrastraban en las noches sin luna bajo las puertas para alimentarse de la carne tierna de los niños; Zer-ghaest, que sostenía el látigo sobre las almas de los impuros y los ladrones, obligados a trabajar como esclavos bajo su mando por diez mil un años después de que ambas manos les fueran cortadas; Yur-no, el impío señor de la hambruna, que criaba ratas sin número en sus calderos negros bajo cúpulas pestilentes; Hyd-nurn, aquel que ocultaba todos los metales de la tierra, que debían de serle arrancados con la fuerza de los brazos.

Ninguno de ellos está ya y el río ya no conduce a sus oscuras mansiones soterrenas. Pero no fue porque los gloriosos dioses de la luz cumplieran al fin su promesa de asaltar la morada negra para llevarles ruina. On-len no hizo girar su pico y derribó los techos de las montañas para que la luz revelara la verdadera forma de todas las criaturas que se ocultaban bajo ellas; Qa-ab no recorrió los salones malditos cubierto con hierro, sobre su carro tirado por mil cabras de guerra, blandiendo su hoz segadora de enemigos; Nal-lye, la suprema justicia, no puso los pesados grilletes a los dioses inferiores y los hizo desfilar en vergonzosa procesión hasta el filo del abismo del mundo para ser juzgados y luego arrojados, como tampoco llevó el mismo castigo a todos los mortales impíos y mentirosos; y An-nyt no bendijo la tierra ya libre del mal colocando su manto verde sobre ella para que fuera fértil en toda su extensión y los píos no conocieran nunca más el hambre.

No ocurrió tal sino que todos ellos por igual fueron derrotados por los dioses calcinados. Sus hombres, llegados desde el cálido norte, armados de hierro, pintados con ceniza bajo la piel, recolectores de cabezas, salvajes más allá de toda descripción irrumpieron en nuestra ciudad. Convirtieron los santuarios en pocilgas y los templos de mármol en burdeles. Hicieron arder todo lo que pudiera placer a sus dioses calcinados. Alzaron piras donde antes había estatuas. Excavaron refugios subterráneos donde antes había palacios. Dijeron que nuestros dioses eran débiles y jamás podrían protegernos del fuego que vendría del cielo.

Y ahora yacen olvidados. Sus nombres quemados o pronunciados con blasfemia. Sus rostros defenestrados. Sus vírgenes violadas. Sus hogares allanados. Cuanto queda de ellos solo pervive en la frágil memoria de los hombres.

El Ves-skel es ahora el Xuuhno y es el dominio Axhevack, aquel que llenará de azufre todas las aguas.

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