9/2/15

El extraño de la espada de plomo

Esa noche estaba nevando. Un estrecho puente de madera vieja conectaba ambas orillas de un río ancho y cubierto de hielo y nieve. No había estrellas, solo la luna brillaba entre los árboles y su reflejo brotaba del agua en los resquicios que dejaba el hielo. Solo reinaba el silencio de las noches de invierno.

Excepto por los pasos que se aproximaban desde ambas orillas del río. Dos personas llegaron al mismo tiempo al estrecho puente de madera. En una orilla se alzaba un extraño alto, cubierto por un manto negro, de pasos seguros y rostro ignoto, cubierto por un ancho sombrero de viajero. En la otra orilla se alzaba una extraña de pelo de fuego, cubierta de pieles, ojos como puñales, puños apretados como piedras.

Ambos llegaron rápidamente al extremo del puente, ambos llevaban espadas, ambos dieron un paso más y la madera crujió desde ambos extremos.

—Dos no pueden cruzar por este puente, viajera —dijo el extraño vestido de negro.

—Precisamente por eso deberías apartarte, tengo prisa.

Inclinó el cuerpo dispuesta a continuar su marcha a través del puente, pero las palabras del hombre la hicieron detenerse.

—Ni un paso más, por favor —rogó el extraño de negro posando la mano sobre la empuñadura—, esta noche ya habido demasiada muerte.

La mujer apartó sus pieles y colocó también su mano sobre la empuñadura de su propia espada. Solo entonces se dio cuenta de que la luna llena brillaba roja, tiñendo el río.

—¿Se puede saber a qué se debe todo esto? —preguntó la mujer de cabellos de fuego.

—A que yo también tengo prisa y debo cruzar este puente cuanto antes.

—Entonces os recomendaría que te apartaras y me dejaras cruzar de una vez.

—No puede ser, desista, al otro lado de este puente no hay más que desolación.

La nieve se acumulaba despacio en sus hombros mientras permanecían quietos, estudiándose mutuamente. La mujer de pelo de fuego buscaba un resquicio de los ojos de su contrincante, sin éxito.

—Me temo que eso tendré que juzgarlo yo misma.

—Tendrá ocasión pues, una vez me deje pasar.

—No puedo perder mi tiempo en eso. Me necesitan al otro lado.

—No hay nadie al otro lado, todos han muerto esta noche. Por eso estoy huyendo.

La mujer del pelo de fuego no pestañeó, clavó sus ojos en el sombrero del extraño de negro y apretó aún con más fuerza la empuñadura de su espada. Permaneció callada lo que bien pudo ser una eternidad sin apartar la mirada, hasta que por fin sus labios se abrieron y su voz rompió el silencio.

—Ya veo que no eres más que un loco. Él no puede estar muerto. Si lo estuviera, ¿cómo seguiría habiendo luna en el cielo? ¿Cómo seguiría corriendo el agua? ¿Cómo seguiría viva yo?

Y puntuó su última frase con el gesto silencioso de extraer el acero de su vaina para colocarse en guardia.

—Usted no lo entiende —se resignó el extraño de negro, dejando a la vista su propia espada negra como el plomo—, sé que están todos muertos porque yo mismo los maté.

—¿Si no queda nadie a ese lado del puente y tú eres la causa de esa devastación, por qué razón estás huyendo?

El extraño de negro levantó su sombrero solo lo necesario para que se pudiera ver una blanca sonrisa de lunático dibujada en su rostro.

—Estaba dispuesto a dejarla vivir, pero se me acaba el tiempo —informó mientras alzaba el pie para adentrarse más en el puente.

—Ni un paso más —ordenó la mujer del pelo de fuego y el extraño se detuvo—, no creo ni una palabra de lo que dices y mi propio tiempo también se está acabando. De modo que apártate de una vez por todas porque esta es la última advertencia.

—No conseguirá más que compartir el destino de todos los demás si trata de cruzar este puente.

La mujer del pelo de fuego hizo caso omiso. Antes siquiera de terminar de pensarlo se lanzó a la carrera a través del estrecho puente mientras su contrincante hacía lo mismo. En la frenética carrera el extraño de negro aullaba como un lobo mientras alzaba su espada oscura y sus ropajes se transformaban en una densa niebla que cubría de lado a lado el estrecho puente de madera. Sumiéndolo en una oscuridad que ni la luz de la luna roja conseguía atravesar.

Pero de uno de los extremos surgió una brillante hoja de acero blanco, teñida de rojo solo por la luna y las sombras que cubrieron el terrible choque se disiparon para dejar ver que solo la mujer del pelo de fuego permanecía en pie, en la otra orilla del estrecho puente de madera.

Envainó y continuó su camino dejando huellas en la nieve. Tras ella solo quedó una calavera cortada por la mitad y casi cubierta por oscuros harapos.

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