Lo veo, un lobo atro e ferox. Sus patas acabadas en garras pugnan en talla con los tronos helados de los dioses, y su cuerpo oscurece la tierra. Su gruñido es trueno y su aliento hace caer los palacios, ya de palo ya de piedra, de los soberbios; y a los temerarios pudiera incluso arrancar las almas de los cuerpos su bufido.
No ser de carne o pintado de estrellas a él se aventaja o no le alberga temor. Ni el león, sastre de Heracles, por fiero; ni el toro, raptor de Europa, por bravo, pueden escapar de sus fauces insaciables.
Lo veo correr por campos de turquesa. Lo veo arrebatarnos el cielo. Lo oigo en la noche, atra e ferox.
15/11/11
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