Hoy en el aula en el que doy clases de máster y que a veces se usa para otras cosas vi colgadas tres cartulinas con dibujines sobre la importancia del agua y una de ellas era esta:
Al verla no pude si no hacerme la pregunta del título: ¿por qué está ese delfín intentando matar esa nube?
Pero diréis "espera joce eso es yubia", a lo que yo respondo: NEIN. Observemos los detalles:
1. Esas supuestas gotas de lluvia no son gotas de lluvia en absoluto, he aquí una imagen de una verdadera gota de lluvia, la parte gorda debería estar hacia abajo:
2. La nube es blanca y el sol luce. Joder si luce. Ya hablaremos de ello.
3. Mirad la cara del delfín:
Ese no es un delfín feliz retozando en la lluvia. Esto es un delfín feliz:
Lo que hay en el dibujo es un delfín cabreado, decidido a cargarse a esa maldita nube por algún motivo.
4. Hay gotas de lluvia que no están debajo de la nube. Ninguna nube puede moverse tan rápido.
En cambio, es bastante plausible que sean cosa del delfín si este se está moviendo muy rápido y disparando al mismo tiempo. Y las irregularidades en altura pueden deberse perfectamente a que el bicho está dando brincos.
¿Pero qué demonios está disparando? ¿Tiene flechas un delfín? Meek. Se trata de un delfín mutante del lejano futuro que está usando su boquete de respirar (
) para disparar proyectiles de agua a presión.
"spera spera joce como k un delfin mutante del futur o estas to endrogao"
Nada de eso, dije que volveríamos al sol y ese momento ha llegado: un sol tan grande no es normal. Probablemente, con el paso de los millones de años, nuestra estrella ha crecido hasta alcanzar ese tamaño al mismo tiempo que los delfines han evolucionado para poder atacar a nubes. Claro que entonces surge la pregunta de si el calor del sol no habría aniquilado toda forma de vida en la Tierra...
Pero dejando eso de lado, ¿por qué intenta el delfín matar a esa nube? ¿Qué oscuro secreto guardarán los fenómenos atmosféricos del lejano futuro que este dibujo nos oculta? ¿Es realmente el malo el delfín como parecía indicarnos su expresión? ¿Quizá no es una nube sino una extraña forma de vida flotante?
Para obtener las respuestas, solo nos queda esperar. De modo que me sentaré en esta silla a mirar el reloj en silencio durante los próximos cincuenta millones de años.
24/11/15
11/3/15
Sonepo /
oh musas porque me habeis abandonado
os dije que queria un relato por cada lunes
me habeis traicionado musas barbudas
vuestras caras PELUDAS
ya no se frotan con mi nuca
barbíope, barblio, barbato, euberbe
barbomene, polibarbia, barbía, barbsícore y ubarbia
venid dedde la cima de MOUNT METAL
y cogededme con vuestros PODEROSOS brazos
hay en MOUNT METAL nueve musas
que son una fuerza de la naturaleza
porque todos los días comen ensaladilla rusa
como un tifón, un tigre sin cabeza
o una maldita montaña rusa
guiad mis palabras EXTRAÑEZA
en spending my days stroking my beard
I been s
os dije que queria un relato por cada lunes
me habeis traicionado musas barbudas
vuestras caras PELUDAS
ya no se frotan con mi nuca
barbíope, barblio, barbato, euberbe
barbomene, polibarbia, barbía, barbsícore y ubarbia
venid dedde la cima de MOUNT METAL
y cogededme con vuestros PODEROSOS brazos
hay en MOUNT METAL nueve musas
que son una fuerza de la naturaleza
porque todos los días comen ensaladilla rusa
como un tifón, un tigre sin cabeza
o una maldita montaña rusa
guiad mis palabras EXTRAÑEZA
en spending my days stroking my beard
I been s
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2/3/15
El horrible Doghul-var
Hubo un tiempo en el que los reyes de las tierras del Lobo Verde decidieron que ningún edificio podría ser jamás más alto que la Gran Pagoda de Naashna, de diecisiete plantas. En este tiempo, conocido por muchos como el siglo del Cincel, estos reyes dejaron de intentar competir construyendo la mayor estructura que pudiera sostenerse, ya fuera con piedra o madera, y empezaron a excavar para así poder declararse los que más profundo habían horadado la tierra y más ricamente habían decorado los fríos y oscuros salones que en ella tallaran. Aunque fueron días de grandes maravillas y descubrimientos, pasados poco más de cien años los monarcas recuperaron el buen juicio y abandonaron la mayoría de palacios subterráneos a su suerte. Esto se debió, en buena medida, a que esta extraña afición trajo también consigo una buena cantidad de ruina y horror.
Uno de los ejemplos más salientes de esto, probablemente por ser el peor de ellos, es la historia de Doghul-var, el horrendo, rey de Irwara cuyo verdadero nombre ha sido borrado de cuantos registros son accesibles a los hombres comunes en este tiempo.
El rey de Irwara soñaba, como muchos de sus colegas, con construir la más hermosa de las residencias subterráneas. La principal diferencia era que él estaba bastante más cerca de conseguirlo con su ingenio, riqueza y poder. Siendo un rey sabio, él mismo se puso a la cabeza de los arquitectos reales para crear un complejo a mil pies de profundidad con siete alas para honrar a cada uno de los siete dioses del reino. Se buscó una tierra especialmente adecuada y bendecida para empezar las excavaciones preliminares y las pesquisas de los zahoríes reales pronto condujeron a un gran valle apenas habitado en el que, decían, se hallaba el lugar idóneo para los deseos del rey. Y esto le plugo. El terreno fue bendecido setenta y siete veces antes de que los trabajos comenzaran y la tierra se abriera. A lo largo de los años los hombres, entre otras cosas, extrajeron seis enormes rubíes del gran pozo que debería convertirse en el palacio soñado del rey. Eran grandes como un puño, brillaban con una luz singular y no había razón alguna para que estuvieran donde los esclavos que nunca veían la luz del sol los encontraron pues, no solo no había ninguna veta de piedras preciosas sino que todo parecía indicar que los rubíes, aunque parecían tener una forma tosca, ya habían sido labrados.
El rey fue engarzándolos en su trono como un augurio de que los dioses avalaban su causa y esperó impaciente el séptimo. Pero con el paso de los meses, a medida que aparecían los rubíes, uno tras otro, el rey comenzaba a cambiar. Al principio solo lo notaban sus más allegados, pues el rey hablaba en sueños con palabras que nadie comprendía. Pronto comenzó a hacerlo también despierto y sus juicios y órdenes se volvían progresivamente más incomprensibles, y lo poco que se podía comprender era cada vez más retorcido. Pronto empezó a llamarse a sí mismo Doghul-varg.
Tras esto procedió a enterrar a todos los historiadores y a quemar todos los libros de historia por considerarlos mentiras heréticas (o al menos eso entendieron aquellos que pusieron en marcha la orden, muchos de ellos, no del todo incrédulos ante esta medida).
Algunos meses después rey hizo ejecutar a todas sus esposas y concubinas excepto a cien y declaró que él y un selecto grupo de nigromantes, hechiceros y profetas locos (que hasta ahora habían estado totalmente prohibidos en el reino bajo pena de muerte) serían las únicas personas que podrían entrar en el recinto del harén real con las cien esposas y, especialmente, los únicos que podrían salir. Con alarmante frecuencia reclamaban una o dos mujeres más y sus familias las entregaban con reluctancia a cambio de su peso en oro. Siempre que Doghul-var hablaba de ellas, solo hacía referencia a cien.
Un día como cualquier otro, el rey montó en cólera y ordenó sellar para siempre y cuanto antes cualquier entrada al palacio subterráneo que estaba construyendo. Y así se hizo en menos de un día, sin ningún reparo en los cientos de trabajadores que aún seguían en lo más profundo y que allí perecieron.
Fue entonces cuando Doghul-var, con la ayuda de su círculo de nigromantes, comenzó a planear un nuevo complejo, esta vez con solo seis alas a las que dieron nombres horrendos. Realizaron sacrificios humanos para leer augurios secretos y hallar la mejor localización, que no fue otra que lo profundo de un bosque denso y oscuro donde las obras volvieron a comenzar.
Durante los diez años que duró la construcción de sus Casas del Dolor, Doghul-var realizó muchas más atrocidades, pero en el lugar donde nos hallamos ahora, la ley prohíbe relatarlas.
Aun así, sus súbditos rara vez pensaron en revelarse pues, si bien es cierto que los descabellados proyectos de excavación del rey bien podían llevarlos a la bancarrota como había ocurrido en reinos vecinos, esto no estaba ocurriendo y, lejos de eso, el reino estaba creciendo y enriqueciéndose. La vida era buena para todos aquellos que no tenían que vivir en el palacio, donde los gritos eran audibles día y noche, y el rey se daba a las más horrendas perversiones bajo el brillo de los seis rubíes, que había hecho montar sobre las seis puntas de un palio con el que se hacía cubrir siempre que brillaba la luz del sol.
Finalmente los diez años pasaron y, cuando se le informó de que las Casas del Dolor estaban listas, preparó el plan con el que llevaba tanto tiempo soñando. Una noche sin luna, envió a sus más fieles jinetes a recorrer la nación, secuestrando a cuantos niños pudieran encontrar a su paso para traerlos de vuelta al palacio real.
O al menos la enfurecida turba decidida a acabar con el rey pensó que los había hecho llevar al palacio real. Cuando llegaron hallaron todas las puertas abiertas de par en par. La mayor parte de los criados, esclavos, eunucos, ministros y guardias habían sido brutalmente asesinados mientras dormían, los demás apenas habían logrado escapar con la cordura intacta. Todas las riquezas que encerraba el palacio habían desaparecido, todos los documentos habían sido quemados y las imágenes que representaban la cara del rey habían sido destruidas para hacer su rostro irreconocible. Pero lo peor fue el horror que encontraron tras las puertas ahora abiertas del harén, donde tampoco había rastro de vida, solo los restos horrendos de los experimentos de Doghul-var con sus leales había estado realizando todos estos años. Rápidamente, deseosos de destruir todo rastro del horror, cubrieron de brea el edificio del harén y lo hicieron arder hasta los cimientos, sobre los que no volvió a crecer nada nunca.
Ahora sabían que el rey se había dirigido a su nuevo hogar en las Casas del Dolor y lo siguieron hasta allí, donde ahora podía oírse una horrible risa que sonaba sin cesar desde las tinieblas. Al menos mil hombres descendieron por la enorme escalera de caracol que descendía a las profundidades y solo veintitrés volvieron, al cabo de cinco días, destrozados en cuerpo y alma, contando historias entrecortadas de los horrores que Doghul-var había hecho construir en las profundidades y de los monstruos con los que ahora se acoplaba y los demonios que ahora invocaba y las cosas asquerosas y rojas que eran ahora los niños. Pero sobre todo diciendo que Doghul-var no estaba muerto y era imposible que un mortal lo matara.
Y la risa no cesó.
Por ello los habitantes de Irwara demolieron el edificio que servía de entrada a las Casas del Dolor y derruyeron el palacio y todos los edificios que habían sido el orgullo del rey y con esas rocas y muchas más empezaron a bloquear la entrada hasta que la risa dejó de oírse.
Con el paso de los años las rocas se cubrieron de tierra e hierba y se convirtieron en una colina al mismo ritmo que los habitantes de Irwara olvidaban en la medida de lo posible el horror que había traído Doghul-var sobre su tierra.
Y con el paso de los siglos, aunque la historia se recuerda, ya nadie sabe cuál es la colina maldita que mantiene encerrada para siempre la entrada a las Casas del Dolor. Por ello, ningún habitante de Irwara duerme jamás en la cima de una colina.
Uno de los ejemplos más salientes de esto, probablemente por ser el peor de ellos, es la historia de Doghul-var, el horrendo, rey de Irwara cuyo verdadero nombre ha sido borrado de cuantos registros son accesibles a los hombres comunes en este tiempo.
El rey de Irwara soñaba, como muchos de sus colegas, con construir la más hermosa de las residencias subterráneas. La principal diferencia era que él estaba bastante más cerca de conseguirlo con su ingenio, riqueza y poder. Siendo un rey sabio, él mismo se puso a la cabeza de los arquitectos reales para crear un complejo a mil pies de profundidad con siete alas para honrar a cada uno de los siete dioses del reino. Se buscó una tierra especialmente adecuada y bendecida para empezar las excavaciones preliminares y las pesquisas de los zahoríes reales pronto condujeron a un gran valle apenas habitado en el que, decían, se hallaba el lugar idóneo para los deseos del rey. Y esto le plugo. El terreno fue bendecido setenta y siete veces antes de que los trabajos comenzaran y la tierra se abriera. A lo largo de los años los hombres, entre otras cosas, extrajeron seis enormes rubíes del gran pozo que debería convertirse en el palacio soñado del rey. Eran grandes como un puño, brillaban con una luz singular y no había razón alguna para que estuvieran donde los esclavos que nunca veían la luz del sol los encontraron pues, no solo no había ninguna veta de piedras preciosas sino que todo parecía indicar que los rubíes, aunque parecían tener una forma tosca, ya habían sido labrados.
El rey fue engarzándolos en su trono como un augurio de que los dioses avalaban su causa y esperó impaciente el séptimo. Pero con el paso de los meses, a medida que aparecían los rubíes, uno tras otro, el rey comenzaba a cambiar. Al principio solo lo notaban sus más allegados, pues el rey hablaba en sueños con palabras que nadie comprendía. Pronto comenzó a hacerlo también despierto y sus juicios y órdenes se volvían progresivamente más incomprensibles, y lo poco que se podía comprender era cada vez más retorcido. Pronto empezó a llamarse a sí mismo Doghul-varg.
Tras esto procedió a enterrar a todos los historiadores y a quemar todos los libros de historia por considerarlos mentiras heréticas (o al menos eso entendieron aquellos que pusieron en marcha la orden, muchos de ellos, no del todo incrédulos ante esta medida).
Algunos meses después rey hizo ejecutar a todas sus esposas y concubinas excepto a cien y declaró que él y un selecto grupo de nigromantes, hechiceros y profetas locos (que hasta ahora habían estado totalmente prohibidos en el reino bajo pena de muerte) serían las únicas personas que podrían entrar en el recinto del harén real con las cien esposas y, especialmente, los únicos que podrían salir. Con alarmante frecuencia reclamaban una o dos mujeres más y sus familias las entregaban con reluctancia a cambio de su peso en oro. Siempre que Doghul-var hablaba de ellas, solo hacía referencia a cien.
Un día como cualquier otro, el rey montó en cólera y ordenó sellar para siempre y cuanto antes cualquier entrada al palacio subterráneo que estaba construyendo. Y así se hizo en menos de un día, sin ningún reparo en los cientos de trabajadores que aún seguían en lo más profundo y que allí perecieron.
Fue entonces cuando Doghul-var, con la ayuda de su círculo de nigromantes, comenzó a planear un nuevo complejo, esta vez con solo seis alas a las que dieron nombres horrendos. Realizaron sacrificios humanos para leer augurios secretos y hallar la mejor localización, que no fue otra que lo profundo de un bosque denso y oscuro donde las obras volvieron a comenzar.
Durante los diez años que duró la construcción de sus Casas del Dolor, Doghul-var realizó muchas más atrocidades, pero en el lugar donde nos hallamos ahora, la ley prohíbe relatarlas.
Aun así, sus súbditos rara vez pensaron en revelarse pues, si bien es cierto que los descabellados proyectos de excavación del rey bien podían llevarlos a la bancarrota como había ocurrido en reinos vecinos, esto no estaba ocurriendo y, lejos de eso, el reino estaba creciendo y enriqueciéndose. La vida era buena para todos aquellos que no tenían que vivir en el palacio, donde los gritos eran audibles día y noche, y el rey se daba a las más horrendas perversiones bajo el brillo de los seis rubíes, que había hecho montar sobre las seis puntas de un palio con el que se hacía cubrir siempre que brillaba la luz del sol.
Finalmente los diez años pasaron y, cuando se le informó de que las Casas del Dolor estaban listas, preparó el plan con el que llevaba tanto tiempo soñando. Una noche sin luna, envió a sus más fieles jinetes a recorrer la nación, secuestrando a cuantos niños pudieran encontrar a su paso para traerlos de vuelta al palacio real.
O al menos la enfurecida turba decidida a acabar con el rey pensó que los había hecho llevar al palacio real. Cuando llegaron hallaron todas las puertas abiertas de par en par. La mayor parte de los criados, esclavos, eunucos, ministros y guardias habían sido brutalmente asesinados mientras dormían, los demás apenas habían logrado escapar con la cordura intacta. Todas las riquezas que encerraba el palacio habían desaparecido, todos los documentos habían sido quemados y las imágenes que representaban la cara del rey habían sido destruidas para hacer su rostro irreconocible. Pero lo peor fue el horror que encontraron tras las puertas ahora abiertas del harén, donde tampoco había rastro de vida, solo los restos horrendos de los experimentos de Doghul-var con sus leales había estado realizando todos estos años. Rápidamente, deseosos de destruir todo rastro del horror, cubrieron de brea el edificio del harén y lo hicieron arder hasta los cimientos, sobre los que no volvió a crecer nada nunca.
Ahora sabían que el rey se había dirigido a su nuevo hogar en las Casas del Dolor y lo siguieron hasta allí, donde ahora podía oírse una horrible risa que sonaba sin cesar desde las tinieblas. Al menos mil hombres descendieron por la enorme escalera de caracol que descendía a las profundidades y solo veintitrés volvieron, al cabo de cinco días, destrozados en cuerpo y alma, contando historias entrecortadas de los horrores que Doghul-var había hecho construir en las profundidades y de los monstruos con los que ahora se acoplaba y los demonios que ahora invocaba y las cosas asquerosas y rojas que eran ahora los niños. Pero sobre todo diciendo que Doghul-var no estaba muerto y era imposible que un mortal lo matara.
Y la risa no cesó.
Por ello los habitantes de Irwara demolieron el edificio que servía de entrada a las Casas del Dolor y derruyeron el palacio y todos los edificios que habían sido el orgullo del rey y con esas rocas y muchas más empezaron a bloquear la entrada hasta que la risa dejó de oírse.
Con el paso de los años las rocas se cubrieron de tierra e hierba y se convirtieron en una colina al mismo ritmo que los habitantes de Irwara olvidaban en la medida de lo posible el horror que había traído Doghul-var sobre su tierra.
Y con el paso de los siglos, aunque la historia se recuerda, ya nadie sabe cuál es la colina maldita que mantiene encerrada para siempre la entrada a las Casas del Dolor. Por ello, ningún habitante de Irwara duerme jamás en la cima de una colina.
23/2/15
Ves-skel
Hace once años este río era el Ves-skel y sus aguas surgían de fuentes que conducían al mundo inferior donde moraban los señores de la negrura. Kuun-na y sus diez mil vástagos rojos sedientos de la sangre de los mortales, que se arrastraban en las noches sin luna bajo las puertas para alimentarse de la carne tierna de los niños; Zer-ghaest, que sostenía el látigo sobre las almas de los impuros y los ladrones, obligados a trabajar como esclavos bajo su mando por diez mil un años después de que ambas manos les fueran cortadas; Yur-no, el impío señor de la hambruna, que criaba ratas sin número en sus calderos negros bajo cúpulas pestilentes; Hyd-nurn, aquel que ocultaba todos los metales de la tierra, que debían de serle arrancados con la fuerza de los brazos.
Ninguno de ellos está ya y el río ya no conduce a sus oscuras mansiones soterrenas. Pero no fue porque los gloriosos dioses de la luz cumplieran al fin su promesa de asaltar la morada negra para llevarles ruina. On-len no hizo girar su pico y derribó los techos de las montañas para que la luz revelara la verdadera forma de todas las criaturas que se ocultaban bajo ellas; Qa-ab no recorrió los salones malditos cubierto con hierro, sobre su carro tirado por mil cabras de guerra, blandiendo su hoz segadora de enemigos; Nal-lye, la suprema justicia, no puso los pesados grilletes a los dioses inferiores y los hizo desfilar en vergonzosa procesión hasta el filo del abismo del mundo para ser juzgados y luego arrojados, como tampoco llevó el mismo castigo a todos los mortales impíos y mentirosos; y An-nyt no bendijo la tierra ya libre del mal colocando su manto verde sobre ella para que fuera fértil en toda su extensión y los píos no conocieran nunca más el hambre.
No ocurrió tal sino que todos ellos por igual fueron derrotados por los dioses calcinados. Sus hombres, llegados desde el cálido norte, armados de hierro, pintados con ceniza bajo la piel, recolectores de cabezas, salvajes más allá de toda descripción irrumpieron en nuestra ciudad. Convirtieron los santuarios en pocilgas y los templos de mármol en burdeles. Hicieron arder todo lo que pudiera placer a sus dioses calcinados. Alzaron piras donde antes había estatuas. Excavaron refugios subterráneos donde antes había palacios. Dijeron que nuestros dioses eran débiles y jamás podrían protegernos del fuego que vendría del cielo.
Y ahora yacen olvidados. Sus nombres quemados o pronunciados con blasfemia. Sus rostros defenestrados. Sus vírgenes violadas. Sus hogares allanados. Cuanto queda de ellos solo pervive en la frágil memoria de los hombres.
El Ves-skel es ahora el Xuuhno y es el dominio Axhevack, aquel que llenará de azufre todas las aguas.
Ninguno de ellos está ya y el río ya no conduce a sus oscuras mansiones soterrenas. Pero no fue porque los gloriosos dioses de la luz cumplieran al fin su promesa de asaltar la morada negra para llevarles ruina. On-len no hizo girar su pico y derribó los techos de las montañas para que la luz revelara la verdadera forma de todas las criaturas que se ocultaban bajo ellas; Qa-ab no recorrió los salones malditos cubierto con hierro, sobre su carro tirado por mil cabras de guerra, blandiendo su hoz segadora de enemigos; Nal-lye, la suprema justicia, no puso los pesados grilletes a los dioses inferiores y los hizo desfilar en vergonzosa procesión hasta el filo del abismo del mundo para ser juzgados y luego arrojados, como tampoco llevó el mismo castigo a todos los mortales impíos y mentirosos; y An-nyt no bendijo la tierra ya libre del mal colocando su manto verde sobre ella para que fuera fértil en toda su extensión y los píos no conocieran nunca más el hambre.
No ocurrió tal sino que todos ellos por igual fueron derrotados por los dioses calcinados. Sus hombres, llegados desde el cálido norte, armados de hierro, pintados con ceniza bajo la piel, recolectores de cabezas, salvajes más allá de toda descripción irrumpieron en nuestra ciudad. Convirtieron los santuarios en pocilgas y los templos de mármol en burdeles. Hicieron arder todo lo que pudiera placer a sus dioses calcinados. Alzaron piras donde antes había estatuas. Excavaron refugios subterráneos donde antes había palacios. Dijeron que nuestros dioses eran débiles y jamás podrían protegernos del fuego que vendría del cielo.
Y ahora yacen olvidados. Sus nombres quemados o pronunciados con blasfemia. Sus rostros defenestrados. Sus vírgenes violadas. Sus hogares allanados. Cuanto queda de ellos solo pervive en la frágil memoria de los hombres.
El Ves-skel es ahora el Xuuhno y es el dominio Axhevack, aquel que llenará de azufre todas las aguas.
16/2/15
Brutal Hermit & Smily School girl (3)
Era primera hora de la mañana, Brutal Hermit llegó andando hasta una parada de autobús en una concurrida arteria de la ciudad, paró tras ella y apoyó todo su cuerpo contra la marquesina, haciendo que temblara notablemente y sobresaltando a las personas que esperaban dentro de ella, que lo miraron con recelo. Él, lejos de devolverles la mirada, permaneció mirando a un punto concreto de la calle mientras se cruzaba de brazos. Comprobó por un momento el contenido de una bolsa de papel que llevaba consigo y siguió mirando.
Era temprano, pasaron dos autobuses y él apenas apenas abandonó su posición de vigilancia felina hasta que al final reconoció una figura que se aproximaba por la acera como la de la persona a la que estaba esperando.
A Claire le dolía la cara. Apenas le había bajado la inflamación en las últimas horas. Entre eso y haber pasado la noche en un calabozo, no había conseguido conciliar el sueño precisamente, lo cual probablemente explica por qué apenas reparó en el gran hombre vestido de naranja que la miraba directamente y fue a sentarse sin miramientos en la parada. No había nadie más.
—Vaya faena te han hecho en la cara, pequeñaja.
Claire al fin reaccionó al sonido de la voz y miró al hombre que se había ido acercando a medida que hablaba hasta que estuvo de pie frente a ella. Enfocó todo lo que pudo con los ojos, más por incredulidad que por no reconocer a la persona que le hablaba.
—¿Tío Max?
—Buenos días.
—Ya estábamos seguros de que habías muerto.
—Ja, eso dejaría tranquilos a unos cuantos. ¿Me puedo sentar?
Claire miró a los lados y se encogió de hombros.
—Es una parada de autobús.
Brutal Hermit rio un poco la respuesta y culminó su plan de tomar asiento junto a la chica.
—Debes tener frío solo con el uniforme, te he traído esto —dijo tendiéndole la bolsa de papel.
Claire la miró con la misma extrañeza con la que lo miraría si le hubiera dado una colección de tarántulas en un único gran cubo de cristal. Miró el interior y entonces, sorprendida, metió la mano y extrajo una sudadera violeta.
—¡Esto es mío!
—Claro, ¿qué esperabas?
—¿Cómo demonios...? ¿Te has dignado a hablar con los viejos?
—Qué va, entré y no se dieron cuenta.
—¿Te has metido en mi habitación porque te ha dado la gana?
—Para echarte una mano, pequeñaja.
—No me llames así. Hace años que no hablamos.
—Bueno, es que desde aquí arriba sigues siendo una pequeñaja.
—Mira, aparte de eso... ¿Cómo te has enterado de que estaba aquí?
—Pajaritos.
—¿Qué coño pretendes?
—Eres la hija de mi hermana, comprende que me preocupe por ti.
—Hace cinco años que no he sabido de ti.
—Eso no quiere decir que yo no haya sabido de ti.
—Todo esto es ridículo...
—No, escucha, te aseguro que me hubiera gustado estar más en contacto, pero he estado muy ocupado.
—¿Siendo Brutal Hermit, el asesino de artistas marciales?
—No creas que es una fama fácil de mantener... Lo siento.
—No tienes que disculparte, me da igual lo que hagas con tu vida, ¿pero por qué tienes que meterte en la mía como te da la gana?
—Porque me preocupo por ti, somos familia.
—Pues creo que me está yendo bastante bien, gracias.
Al oír esto, Brutal Hermit movió rápidamente el brazo para poner la mano bajo el mentón de Claire y así moverle la cabeza mirarla de frente.
—Ya, claro.
Claire no respondió, simplemente apartó la cabeza con violencia y miró en la dirección contraria.
—No creas que me parece mal —se apresuró a añadir el gigante—. Tienes agallas; vi lo que le hiciste a ese tío. Fue grabado por varias cámaras y algún hacker ha subido un montaje a internet.
—Joder...
—Lo que quiero decir es que me parece que estás perdiendo el tiempo jugando a pelearte en la calle cuando podrías hacer algo productivo con toda esa energía.
—¿Como qué?
—Vente conmigo, ya es hora de que aprendas el estilo de la familia.
—Venga ya...
—Aprenderás a pelear de verdad, podrás ponerlo en práctica todo lo que quieras y si lo que quieres es dinero podrás hacer una fortuna en patrocinadores.
—¿Patrocinadores?
—No sabes lo que muchas empresas pagarían por llevar su camiseta y grabarme mientras arreo a gente. Pero, como creo que ya te he dicho, no es fácil labrarse un nombre, mucho menos mantenerlo.
Claire permaneció en silencio un momento, pero entonces se dio cuenta de que el autobús se estaba acercando y se puso de pie.
—Lo siento, pero no quiero ser la lacaya de nadie.
—Esa es una forma muy retorcida de verlo, pequeñaja. Estás jugando muy mal tus cartas.
El autobús al final se paró y las puertas comenzaron a abrirse de modo que Claire solo respondió encogiéndose de hombros y con un "¿yo qué sé?" antes de darse la vuelta y entrar en el vehículo con la sudadera aún colgando del brazo.
Brutal Hermit se pasó la mano con el pelo y dejó que el autobús se fuera permitiéndose dejar salir un suspiro antes de voler al asunto menos apremiante.
Un par de horas más tarde el teléfono de Claire empezó a sonar en su habitación. Descolgó y se lo llevó rápidamente a la mejilla, maldijo porque se lo había puesto en el lado inflamado y lo cambió de oreja.
—¿Megumi? ¿Has visto el vídeo?
—Creo que lo hemos visto todas. Y no solo nosotras, ya tiene bastantes visitas.
—Genial.
—Me hace replantearme lo de pelear con minifalda en una ciudad llena de cámaras.
—Tú solo te cubres el pecho con vendas y una chaqueta.
—Eso es un asunto completamente distinto.
—Da igual. ¿Ha dicho Smily algo al respecto?
—Parece que no le desagradó.
—¿Qué clase de respuesta es esa?
—No te puedo asegurar nada, ya sabes que solo responde por texto. Pero era de lo que más hablaba.
—¡Guay!
—De eso y de que mañana quiere que nos reunamos en el sitio de siempre.
—Sí, bueno, normal, ya lo hacemos todos los domingos.
—Esta vez parecía bastante más insistente que de costumbre.
—Creo que voy a hablar con ella en un momento.
—Oye, espera, que te llamaba para saber cómo has estado.
—Ah, bien, el tipo decía que se vengaría y todo eso y como allí no conseguí pegar ojo ahora estaba intentando dormir.
—Perdona.
—No estaba teniendo mucha suerte de todas formas. Tengo un ojo completamente morado.
—Qué mierda.
—Dímelo a mí... Oh, pero lo peor no es eso. ¿Te acuerdas de mi tío Max?
—¿El que entrena peleando con osos?
—Sí, verás, me estaba esperando cuando salí y resulta que estaba ahí esperándome.
—¿No decías que estaba muerto?
—Eso pensaba yo desde hacía meses.
—¿Y qué quería?
—Que me fuera con él a entrenar o algo así. ¿Te imaginas? ¿Le habrá entrado complejo de maestro Yoda? Y me dijo que con patrocinadores podría ganar un montón de dinero, venga ya.
—A lo mejor no es mala idea.
—No fastidies.
—Solo digo que a lo mejor no es mala idea. ¿Qué piensas hacer con tu vida de todas formas?
—¿Yo qué sé?
—A eso me refiero. Tu tío es un experto en artes marciales que se ha hecho famoso sin ni siquiera intentarlo y él mismo ha se ha ofrecido a compartirlo contigo.
—Pero es un idiota, ¿sabes que antes de ir a verme se coló en mi habitación? ¿Y que dice que siempre me está vigilando?
—Si eso es lo que más te preocupa de alguien a quien llaman el asesino de artistas marciales, me parece que tienes muy pocos motivos para ponerte así con él.
Claire paró por un momento a penar en las palabras de su amiga y finalmente respondió.
—Me lo pensaré, ¿vale? A estas alturas apenas sé en qué año estoy.
—Vale, perdona, ya te dejo descansar. Hasta luego.
—Hasta luego.
Claire colgó la llamada, pero no apagó el teléfono sino que abrió un cliente de chat y escribió:
«has visto el video?? ».
La respuesta fue casi inmediata:
«SIII».
Era temprano, pasaron dos autobuses y él apenas apenas abandonó su posición de vigilancia felina hasta que al final reconoció una figura que se aproximaba por la acera como la de la persona a la que estaba esperando.
A Claire le dolía la cara. Apenas le había bajado la inflamación en las últimas horas. Entre eso y haber pasado la noche en un calabozo, no había conseguido conciliar el sueño precisamente, lo cual probablemente explica por qué apenas reparó en el gran hombre vestido de naranja que la miraba directamente y fue a sentarse sin miramientos en la parada. No había nadie más.
—Vaya faena te han hecho en la cara, pequeñaja.
Claire al fin reaccionó al sonido de la voz y miró al hombre que se había ido acercando a medida que hablaba hasta que estuvo de pie frente a ella. Enfocó todo lo que pudo con los ojos, más por incredulidad que por no reconocer a la persona que le hablaba.
—¿Tío Max?
—Buenos días.
—Ya estábamos seguros de que habías muerto.
—Ja, eso dejaría tranquilos a unos cuantos. ¿Me puedo sentar?
Claire miró a los lados y se encogió de hombros.
—Es una parada de autobús.
Brutal Hermit rio un poco la respuesta y culminó su plan de tomar asiento junto a la chica.
—Debes tener frío solo con el uniforme, te he traído esto —dijo tendiéndole la bolsa de papel.
Claire la miró con la misma extrañeza con la que lo miraría si le hubiera dado una colección de tarántulas en un único gran cubo de cristal. Miró el interior y entonces, sorprendida, metió la mano y extrajo una sudadera violeta.
—¡Esto es mío!
—Claro, ¿qué esperabas?
—¿Cómo demonios...? ¿Te has dignado a hablar con los viejos?
—Qué va, entré y no se dieron cuenta.
—¿Te has metido en mi habitación porque te ha dado la gana?
—Para echarte una mano, pequeñaja.
—No me llames así. Hace años que no hablamos.
—Bueno, es que desde aquí arriba sigues siendo una pequeñaja.
—Mira, aparte de eso... ¿Cómo te has enterado de que estaba aquí?
—Pajaritos.
—¿Qué coño pretendes?
—Eres la hija de mi hermana, comprende que me preocupe por ti.
—Hace cinco años que no he sabido de ti.
—Eso no quiere decir que yo no haya sabido de ti.
—Todo esto es ridículo...
—No, escucha, te aseguro que me hubiera gustado estar más en contacto, pero he estado muy ocupado.
—¿Siendo Brutal Hermit, el asesino de artistas marciales?
—No creas que es una fama fácil de mantener... Lo siento.
—No tienes que disculparte, me da igual lo que hagas con tu vida, ¿pero por qué tienes que meterte en la mía como te da la gana?
—Porque me preocupo por ti, somos familia.
—Pues creo que me está yendo bastante bien, gracias.
Al oír esto, Brutal Hermit movió rápidamente el brazo para poner la mano bajo el mentón de Claire y así moverle la cabeza mirarla de frente.
—Ya, claro.
Claire no respondió, simplemente apartó la cabeza con violencia y miró en la dirección contraria.
—No creas que me parece mal —se apresuró a añadir el gigante—. Tienes agallas; vi lo que le hiciste a ese tío. Fue grabado por varias cámaras y algún hacker ha subido un montaje a internet.
—Joder...
—Lo que quiero decir es que me parece que estás perdiendo el tiempo jugando a pelearte en la calle cuando podrías hacer algo productivo con toda esa energía.
—¿Como qué?
—Vente conmigo, ya es hora de que aprendas el estilo de la familia.
—Venga ya...
—Aprenderás a pelear de verdad, podrás ponerlo en práctica todo lo que quieras y si lo que quieres es dinero podrás hacer una fortuna en patrocinadores.
—¿Patrocinadores?
—No sabes lo que muchas empresas pagarían por llevar su camiseta y grabarme mientras arreo a gente. Pero, como creo que ya te he dicho, no es fácil labrarse un nombre, mucho menos mantenerlo.
Claire permaneció en silencio un momento, pero entonces se dio cuenta de que el autobús se estaba acercando y se puso de pie.
—Lo siento, pero no quiero ser la lacaya de nadie.
—Esa es una forma muy retorcida de verlo, pequeñaja. Estás jugando muy mal tus cartas.
El autobús al final se paró y las puertas comenzaron a abrirse de modo que Claire solo respondió encogiéndose de hombros y con un "¿yo qué sé?" antes de darse la vuelta y entrar en el vehículo con la sudadera aún colgando del brazo.
Brutal Hermit se pasó la mano con el pelo y dejó que el autobús se fuera permitiéndose dejar salir un suspiro antes de voler al asunto menos apremiante.
Un par de horas más tarde el teléfono de Claire empezó a sonar en su habitación. Descolgó y se lo llevó rápidamente a la mejilla, maldijo porque se lo había puesto en el lado inflamado y lo cambió de oreja.
—¿Megumi? ¿Has visto el vídeo?
—Creo que lo hemos visto todas. Y no solo nosotras, ya tiene bastantes visitas.
—Genial.
—Me hace replantearme lo de pelear con minifalda en una ciudad llena de cámaras.
—Tú solo te cubres el pecho con vendas y una chaqueta.
—Eso es un asunto completamente distinto.
—Da igual. ¿Ha dicho Smily algo al respecto?
—Parece que no le desagradó.
—¿Qué clase de respuesta es esa?
—No te puedo asegurar nada, ya sabes que solo responde por texto. Pero era de lo que más hablaba.
—¡Guay!
—De eso y de que mañana quiere que nos reunamos en el sitio de siempre.
—Sí, bueno, normal, ya lo hacemos todos los domingos.
—Esta vez parecía bastante más insistente que de costumbre.
—Creo que voy a hablar con ella en un momento.
—Oye, espera, que te llamaba para saber cómo has estado.
—Ah, bien, el tipo decía que se vengaría y todo eso y como allí no conseguí pegar ojo ahora estaba intentando dormir.
—Perdona.
—No estaba teniendo mucha suerte de todas formas. Tengo un ojo completamente morado.
—Qué mierda.
—Dímelo a mí... Oh, pero lo peor no es eso. ¿Te acuerdas de mi tío Max?
—¿El que entrena peleando con osos?
—Sí, verás, me estaba esperando cuando salí y resulta que estaba ahí esperándome.
—¿No decías que estaba muerto?
—Eso pensaba yo desde hacía meses.
—¿Y qué quería?
—Que me fuera con él a entrenar o algo así. ¿Te imaginas? ¿Le habrá entrado complejo de maestro Yoda? Y me dijo que con patrocinadores podría ganar un montón de dinero, venga ya.
—A lo mejor no es mala idea.
—No fastidies.
—Solo digo que a lo mejor no es mala idea. ¿Qué piensas hacer con tu vida de todas formas?
—¿Yo qué sé?
—A eso me refiero. Tu tío es un experto en artes marciales que se ha hecho famoso sin ni siquiera intentarlo y él mismo ha se ha ofrecido a compartirlo contigo.
—Pero es un idiota, ¿sabes que antes de ir a verme se coló en mi habitación? ¿Y que dice que siempre me está vigilando?
—Si eso es lo que más te preocupa de alguien a quien llaman el asesino de artistas marciales, me parece que tienes muy pocos motivos para ponerte así con él.
Claire paró por un momento a penar en las palabras de su amiga y finalmente respondió.
—Me lo pensaré, ¿vale? A estas alturas apenas sé en qué año estoy.
—Vale, perdona, ya te dejo descansar. Hasta luego.
—Hasta luego.
Claire colgó la llamada, pero no apagó el teléfono sino que abrió un cliente de chat y escribió:
«has visto el video?? ».
La respuesta fue casi inmediata:
«SIII».
9/2/15
El extraño de la espada de plomo
Esa noche estaba nevando. Un estrecho puente de madera vieja conectaba ambas orillas de un río ancho y cubierto de hielo y nieve. No había estrellas, solo la luna brillaba entre los árboles y su reflejo brotaba del agua en los resquicios que dejaba el hielo. Solo reinaba el silencio de las noches de invierno.
Excepto por los pasos que se aproximaban desde ambas orillas del río. Dos personas llegaron al mismo tiempo al estrecho puente de madera. En una orilla se alzaba un extraño alto, cubierto por un manto negro, de pasos seguros y rostro ignoto, cubierto por un ancho sombrero de viajero. En la otra orilla se alzaba una extraña de pelo de fuego, cubierta de pieles, ojos como puñales, puños apretados como piedras.
Ambos llegaron rápidamente al extremo del puente, ambos llevaban espadas, ambos dieron un paso más y la madera crujió desde ambos extremos.
—Dos no pueden cruzar por este puente, viajera —dijo el extraño vestido de negro.
—Precisamente por eso deberías apartarte, tengo prisa.
Inclinó el cuerpo dispuesta a continuar su marcha a través del puente, pero las palabras del hombre la hicieron detenerse.
—Ni un paso más, por favor —rogó el extraño de negro posando la mano sobre la empuñadura—, esta noche ya habido demasiada muerte.
La mujer apartó sus pieles y colocó también su mano sobre la empuñadura de su propia espada. Solo entonces se dio cuenta de que la luna llena brillaba roja, tiñendo el río.
—¿Se puede saber a qué se debe todo esto? —preguntó la mujer de cabellos de fuego.
—A que yo también tengo prisa y debo cruzar este puente cuanto antes.
—Entonces os recomendaría que te apartaras y me dejaras cruzar de una vez.
—No puede ser, desista, al otro lado de este puente no hay más que desolación.
La nieve se acumulaba despacio en sus hombros mientras permanecían quietos, estudiándose mutuamente. La mujer de pelo de fuego buscaba un resquicio de los ojos de su contrincante, sin éxito.
—Me temo que eso tendré que juzgarlo yo misma.
—Tendrá ocasión pues, una vez me deje pasar.
—No puedo perder mi tiempo en eso. Me necesitan al otro lado.
—No hay nadie al otro lado, todos han muerto esta noche. Por eso estoy huyendo.
La mujer del pelo de fuego no pestañeó, clavó sus ojos en el sombrero del extraño de negro y apretó aún con más fuerza la empuñadura de su espada. Permaneció callada lo que bien pudo ser una eternidad sin apartar la mirada, hasta que por fin sus labios se abrieron y su voz rompió el silencio.
—Ya veo que no eres más que un loco. Él no puede estar muerto. Si lo estuviera, ¿cómo seguiría habiendo luna en el cielo? ¿Cómo seguiría corriendo el agua? ¿Cómo seguiría viva yo?
Y puntuó su última frase con el gesto silencioso de extraer el acero de su vaina para colocarse en guardia.
—Usted no lo entiende —se resignó el extraño de negro, dejando a la vista su propia espada negra como el plomo—, sé que están todos muertos porque yo mismo los maté.
—¿Si no queda nadie a ese lado del puente y tú eres la causa de esa devastación, por qué razón estás huyendo?
El extraño de negro levantó su sombrero solo lo necesario para que se pudiera ver una blanca sonrisa de lunático dibujada en su rostro.
—Estaba dispuesto a dejarla vivir, pero se me acaba el tiempo —informó mientras alzaba el pie para adentrarse más en el puente.
—Ni un paso más —ordenó la mujer del pelo de fuego y el extraño se detuvo—, no creo ni una palabra de lo que dices y mi propio tiempo también se está acabando. De modo que apártate de una vez por todas porque esta es la última advertencia.
—No conseguirá más que compartir el destino de todos los demás si trata de cruzar este puente.
La mujer del pelo de fuego hizo caso omiso. Antes siquiera de terminar de pensarlo se lanzó a la carrera a través del estrecho puente mientras su contrincante hacía lo mismo. En la frenética carrera el extraño de negro aullaba como un lobo mientras alzaba su espada oscura y sus ropajes se transformaban en una densa niebla que cubría de lado a lado el estrecho puente de madera. Sumiéndolo en una oscuridad que ni la luz de la luna roja conseguía atravesar.
Pero de uno de los extremos surgió una brillante hoja de acero blanco, teñida de rojo solo por la luna y las sombras que cubrieron el terrible choque se disiparon para dejar ver que solo la mujer del pelo de fuego permanecía en pie, en la otra orilla del estrecho puente de madera.
Envainó y continuó su camino dejando huellas en la nieve. Tras ella solo quedó una calavera cortada por la mitad y casi cubierta por oscuros harapos.
Excepto por los pasos que se aproximaban desde ambas orillas del río. Dos personas llegaron al mismo tiempo al estrecho puente de madera. En una orilla se alzaba un extraño alto, cubierto por un manto negro, de pasos seguros y rostro ignoto, cubierto por un ancho sombrero de viajero. En la otra orilla se alzaba una extraña de pelo de fuego, cubierta de pieles, ojos como puñales, puños apretados como piedras.
Ambos llegaron rápidamente al extremo del puente, ambos llevaban espadas, ambos dieron un paso más y la madera crujió desde ambos extremos.
—Dos no pueden cruzar por este puente, viajera —dijo el extraño vestido de negro.
—Precisamente por eso deberías apartarte, tengo prisa.
Inclinó el cuerpo dispuesta a continuar su marcha a través del puente, pero las palabras del hombre la hicieron detenerse.
—Ni un paso más, por favor —rogó el extraño de negro posando la mano sobre la empuñadura—, esta noche ya habido demasiada muerte.
La mujer apartó sus pieles y colocó también su mano sobre la empuñadura de su propia espada. Solo entonces se dio cuenta de que la luna llena brillaba roja, tiñendo el río.
—¿Se puede saber a qué se debe todo esto? —preguntó la mujer de cabellos de fuego.
—A que yo también tengo prisa y debo cruzar este puente cuanto antes.
—Entonces os recomendaría que te apartaras y me dejaras cruzar de una vez.
—No puede ser, desista, al otro lado de este puente no hay más que desolación.
La nieve se acumulaba despacio en sus hombros mientras permanecían quietos, estudiándose mutuamente. La mujer de pelo de fuego buscaba un resquicio de los ojos de su contrincante, sin éxito.
—Me temo que eso tendré que juzgarlo yo misma.
—Tendrá ocasión pues, una vez me deje pasar.
—No puedo perder mi tiempo en eso. Me necesitan al otro lado.
—No hay nadie al otro lado, todos han muerto esta noche. Por eso estoy huyendo.
La mujer del pelo de fuego no pestañeó, clavó sus ojos en el sombrero del extraño de negro y apretó aún con más fuerza la empuñadura de su espada. Permaneció callada lo que bien pudo ser una eternidad sin apartar la mirada, hasta que por fin sus labios se abrieron y su voz rompió el silencio.
—Ya veo que no eres más que un loco. Él no puede estar muerto. Si lo estuviera, ¿cómo seguiría habiendo luna en el cielo? ¿Cómo seguiría corriendo el agua? ¿Cómo seguiría viva yo?
Y puntuó su última frase con el gesto silencioso de extraer el acero de su vaina para colocarse en guardia.
—Usted no lo entiende —se resignó el extraño de negro, dejando a la vista su propia espada negra como el plomo—, sé que están todos muertos porque yo mismo los maté.
—¿Si no queda nadie a ese lado del puente y tú eres la causa de esa devastación, por qué razón estás huyendo?
El extraño de negro levantó su sombrero solo lo necesario para que se pudiera ver una blanca sonrisa de lunático dibujada en su rostro.
—Estaba dispuesto a dejarla vivir, pero se me acaba el tiempo —informó mientras alzaba el pie para adentrarse más en el puente.
—Ni un paso más —ordenó la mujer del pelo de fuego y el extraño se detuvo—, no creo ni una palabra de lo que dices y mi propio tiempo también se está acabando. De modo que apártate de una vez por todas porque esta es la última advertencia.
—No conseguirá más que compartir el destino de todos los demás si trata de cruzar este puente.
La mujer del pelo de fuego hizo caso omiso. Antes siquiera de terminar de pensarlo se lanzó a la carrera a través del estrecho puente mientras su contrincante hacía lo mismo. En la frenética carrera el extraño de negro aullaba como un lobo mientras alzaba su espada oscura y sus ropajes se transformaban en una densa niebla que cubría de lado a lado el estrecho puente de madera. Sumiéndolo en una oscuridad que ni la luz de la luna roja conseguía atravesar.
Pero de uno de los extremos surgió una brillante hoja de acero blanco, teñida de rojo solo por la luna y las sombras que cubrieron el terrible choque se disiparon para dejar ver que solo la mujer del pelo de fuego permanecía en pie, en la otra orilla del estrecho puente de madera.
Envainó y continuó su camino dejando huellas en la nieve. Tras ella solo quedó una calavera cortada por la mitad y casi cubierta por oscuros harapos.
2/2/15
Brutal Hermit & Smily School girl (2)
Segunda parte, probablemente os interesará leer antes la primera.
—Yakuza-kun, tengo que salir unas horas—informó Brutal Hermit guardándose el teléfono móvil en el bolsillo de los vaqueros.
El hombre trajeado lo miró incrédulo desde la única silla del apartamento casi vacío en la que, siguiendo órdenes de su secuestrador, había vuelto a sentarse.
—Tienes comida en la nevera —continuó el enorme hombre mientras se dirigía caminando lentamente hacia la puerta automática y empezaba a marcar un código de seguridad en el terminal adyacente.
—¿En serio vas a dejarme solo? ¿Tienes la más mínima idea de cómo funciona un secuestro, maldito animal? —gritó el yakuza, envalentonado al ver que la puerta ya estaba abierta y él dispuesto a salir.
—No te preocupes, nadie va a notar tus gritos en este edificio y si haces el tonto con la puerta se disparará la bomba de gas nervioso. Usa este tiempo para pensar en el asunto que hemos dejado a medias.
Sin añadir nada más, cruzó la puerta y esta se cerró y bloqueó automáticamente a sus espaldas.
Unas horas antes, pero al menos una más cerca que la última vez, Hùng Văn se encendía un pitillo. Estaba sentado en un banco de un parque que se encontraba muy cerca de la intersección de Δ con Z donde crecían tejos importados. Iba vestido totalmente de negro desde la chaqueta hasta las botas. Del bolsillo de la primera extrajo un pequeño cuadrado de papel oscuro y de apariencia basta. De una de las segundas sacó un puñal en cuyo mango podía apreciarse una insignia en forma de sol negro.
Estudió por un momento ambos objetos en sus manos en calma mientras el cigarro se convertía progresivamente en ceniza hasta que al fin colocó el papel sobre sus rodillas y se llevó la hoja hasta el pulgar derecho. Sin perder tiempo puso el dedo sangrante sobre la hoja de papel y empezó a trazar un símbolo anguloso mientras murmuraba algo inaudible.
El clan del oso fantasma, del que Hùng era el líder, constituía un grupo difícil de definir. A pesar de compartir todos raíces vietnamitas habían abrazado el wotanismo hacía tiempo, así como una serie de ideologías políticas relacionadas con la superioridad racial y la eugénesis. No obstante, su principal objetivo era la magia rúnica por medio del carterismo. Es cierto que obtenían beneficios limpiando los bolsillos de transeúntes despistados en las calles astiborradas, pero eso era solo una maniobra de despiste, para hacerles pensar que los papeles con talismanes rúnicos grabados por el pulgar con huellas dactilares borradas de Hùng era solo una especie de estúpida tarjeta de visita. En realidad se dedicaban a repartirlos de forma selectiva a fin de cumplir los requisitos de rituales arcanos.
—Entrega este a un hombre rubio que vista de rojo —ordenó Hùng una vez hubo terminado el último talismán.
Una chica que había estado esperando todo este tiempo tras el banco asintió, lo cogió y se lo guardó en la ancha sudadera. Dio un primer paso con intención de irse, pero antes de eso otro chico que lucía solo unos pantalones cortos y una camisa blanca llegó corriendo al parque.
—Hùng…
—¿Qué ocurre, Minh? —preguntó, sin mostrar ningún signo de sobresalto.
—Han venido otra vez las crías. La de la máscara y la espada. Están todas en una esquina a un par de manzanas de aquí y se nota que vienen buscando pelea.
—¿Cuántas son?
—Cinco, como la última vez.
Hùng escupió el cigarro y al fin guardó el puñal de nuevo en la bota y se puso en pie.
—Llama a todos, diles que nos reuniremos aquí en diez minutos.
El encontronazo de los osos fantasmas con las chicas de Smily había sido mayormente fortuito cuando, unos días atrás, mientras ellas paseaban por el territorio del clan, uno de sus miembros intentó realizar sus actividades habituales en la bolsa de Smily, aunque solo consiguió descubrir cuánto puede llegar a doler una muñeca dislocada por cortesía de Yume. Estaban dispuestas a ensañarse con él antes de que otros compañeros del clan llegaran en su ayuda, entonces fue cuando Smily tuvo que echar mano de la katana para disuadirlos de empezar una pelea en ese momento. Hùng estaba presente en ese momento y les había hecho una advertencia.
—Os dije que no quería volver a veros por aquí —les recordó al llegar a la esquina donde las cinco esperaban.
La acera era ancha, separada de la carretera por vallas y en una zona muy comercial de la ciudad. Las personas que estaban en una terraza próxima al lugar donde se habían encontrado los dos grupos ya miraban con sospecha a Smily y sus chicas, pero al ver llegar a siete vietnamitas encapuchados o enmascarados portando palos y tuberías, decidieron que por fin había llegado el momento idóneo para dejar cualquier cantidad de dinero en la mesa e irse a otro sitio.
Yume, la gemela del pelo verde, se despegó de la pared y se giró noventa grados para encarar al líder de los osos fantasma, haciendo que su bate de críquet golpeara rítmicamente su pierna.
—Verás, es que creemos que la última vez no os llevasteis una impresión demasiado buena de nosotras.
—No tengo tiempo para juegos. Largaos de aquí antes de que esto se ponga feo.
—Es una pena —reconoció Hana, la hermana de Yume, mientras sus compañeras se giraban también para formar una línea encarando al clan—, pero eso es exactamente lo que queremos.
La risa sintética de la máscara de Smily volvió a sonar mientras desenvainaba. Un par de los vietnamitas sintieron la tentación de retroceder un paso, pero no hubo tal. Se cernió un silencio entre ambos bandos como si no hubiera más mundo que ellos.
Claire estaba en uno de los extremos junto a Megumi. Mientras que esta se mantenía calmada, manteniendo su propia tubería sobre el hombro como si todo lo que iba a pasar no fuera realmente con ella, Claire apretaba con fuerza su puño americano en anticipación y miraba a los miembros del clan alternativamente a los ojos, cubiertos o no por capuchas. Intentaba clavar sus ojos en los otros como si fueran cuchillos. Se mordía el labio. Movía impaciente las piernas notando cómo el peso que sostenían cambiaba de una a otra incapaz de reprimir la necesidad de saltar.
Pero fue Simly la primera en lanzarse contra Hùng, katana sobre la cabeza, dispuesta a comprobar si el oso fantasma sangraba haciendo bajar la hoja sobre él. Y de hecho hubiera saciado su curiosidad si no se lo hubiera impedido la tubería que el hechicero había interpuesto en la letal trayectoria.
Tras medio segundo de estupor, estalló un desordenado combate mano a mano. Claire apenas tuvo que moverse antes de poder golpear por la espalda a uno de los contrarios que, a pesar del ímpetu inicial, había decidido que era mejor idea desviarse de Smily. Aún sin poder verlo pudo oír y notar en el contacto de su puño con la nuca cómo el tipo soltaba un resuello con toda la boca abierta. Sin perder tiempo lo agarró por debajo de los brazos y dejó que Megumi terminara de darle las buenas tardes con una soberana patada en el abdomen.
Lo soltó a tiempo de esquivar a un segundo que se dirigía a ella cuchillo en mano. Hubiera tenido ocasión de intentar emplearlo por segunda vez si alguien no hubiese gritado en ese momento “¡policía!”.
Algunos ni siquiera se pararon a mirar a los cuatro agentes que se acercaban porra en mano a hacerles un par de preguntas antes de disolverse y tomar la primera calleja que buenamente pudieran encontrar. Los que aún pudieran correr, por supuesto, lo cual no era el caso de dos o tres miembros de los osos fantasma, pero sí de todas las chicas, como Claire, que no tardó en dar buen uso a las piernas largándose de ahí.
Antes de entrar en una calleja tuvo la precaución de volverse a mirar si la seguían, pero no la de volver a mirar hacia adelante para asegurarse de que la vía estuviera despejada. Así al cruzar fue a darse de bruces con el cuerpo totalmente cubierto de negro de Húng, que se había parado a retomar el aliento y comprobar cómo de probable era que muriera desangrado a través corte que tenía en el brazo si no iba al hospital.
Tras el estupor inicial y sin mediar palabra, consiguió conectar un puñetazo en el ojo de Claire, ya que parecía haber perdido su tubería.
—Cabrón.
Le devolvió el golpe dirigiéndolo al plexo solar, pero solo consiguió golpearlo en el pecho. Aun así, el impacto del puño americano fue suficiente para hacer retroceder a Hùng hasta dar contra la pared y caer sobre una rodilla, con menos aliento aun que antes.
Claire se acercó para acabar con él de una vez, pero de alguna forma el instinto la hizo parar a tiempo para evitar el arco horizontal que el puñal de Hùng describió al salir de su bota.
Retrocedió a una distancia prudencial y empezó a dar tentativos pasos hacia atrás. Hùng la seguía, enarbolando el cuchillo y esperando que abriera la guardia.
—Os juro que estoy harto de vuestros juegos.
Se abalanzó sobre la chica en guardia. Por un segundo estuvo segura de que aquel tipo de negro iba a ahorrarle mucho tiempo y esfuerzo ampliando la mancha de sangre reseca que decoraba su camisa de batalla. Podía ver a cámara lenta cómo la punta del cuchillo bajaba hacia ella y no pudo evitar gritar. Pero sus manos se movieron solas más rápido de lo que le hubiera llevado pensarlo. Estaba segura de que no iba a poder agarrarle el brazo, pero repentinamente estaba entre sus manos y sus piernas y todo su cuerpo se estaban moviendo en un movimiento estudiado para dirigir su rodilla a un punto vital preciso. Hùng y su puñal cayeron al suelo mientras el vietnamita la maldecía por haberle destrozado los huevos.
Intentó recuperar el cuchillo a tientas, pero no le sirvió de nada. El combate se dio por finalizado cuando sonó el “¡Todo el mundo quieto!” de la policía, que hacía contemplar la escena al ojo ciego de su pistola.
—Yakuza-kun, tengo que salir unas horas—informó Brutal Hermit guardándose el teléfono móvil en el bolsillo de los vaqueros.
El hombre trajeado lo miró incrédulo desde la única silla del apartamento casi vacío en la que, siguiendo órdenes de su secuestrador, había vuelto a sentarse.
—Tienes comida en la nevera —continuó el enorme hombre mientras se dirigía caminando lentamente hacia la puerta automática y empezaba a marcar un código de seguridad en el terminal adyacente.
—¿En serio vas a dejarme solo? ¿Tienes la más mínima idea de cómo funciona un secuestro, maldito animal? —gritó el yakuza, envalentonado al ver que la puerta ya estaba abierta y él dispuesto a salir.
—No te preocupes, nadie va a notar tus gritos en este edificio y si haces el tonto con la puerta se disparará la bomba de gas nervioso. Usa este tiempo para pensar en el asunto que hemos dejado a medias.
Sin añadir nada más, cruzó la puerta y esta se cerró y bloqueó automáticamente a sus espaldas.
Unas horas antes, pero al menos una más cerca que la última vez, Hùng Văn se encendía un pitillo. Estaba sentado en un banco de un parque que se encontraba muy cerca de la intersección de Δ con Z donde crecían tejos importados. Iba vestido totalmente de negro desde la chaqueta hasta las botas. Del bolsillo de la primera extrajo un pequeño cuadrado de papel oscuro y de apariencia basta. De una de las segundas sacó un puñal en cuyo mango podía apreciarse una insignia en forma de sol negro.
Estudió por un momento ambos objetos en sus manos en calma mientras el cigarro se convertía progresivamente en ceniza hasta que al fin colocó el papel sobre sus rodillas y se llevó la hoja hasta el pulgar derecho. Sin perder tiempo puso el dedo sangrante sobre la hoja de papel y empezó a trazar un símbolo anguloso mientras murmuraba algo inaudible.
El clan del oso fantasma, del que Hùng era el líder, constituía un grupo difícil de definir. A pesar de compartir todos raíces vietnamitas habían abrazado el wotanismo hacía tiempo, así como una serie de ideologías políticas relacionadas con la superioridad racial y la eugénesis. No obstante, su principal objetivo era la magia rúnica por medio del carterismo. Es cierto que obtenían beneficios limpiando los bolsillos de transeúntes despistados en las calles astiborradas, pero eso era solo una maniobra de despiste, para hacerles pensar que los papeles con talismanes rúnicos grabados por el pulgar con huellas dactilares borradas de Hùng era solo una especie de estúpida tarjeta de visita. En realidad se dedicaban a repartirlos de forma selectiva a fin de cumplir los requisitos de rituales arcanos.
—Entrega este a un hombre rubio que vista de rojo —ordenó Hùng una vez hubo terminado el último talismán.
Una chica que había estado esperando todo este tiempo tras el banco asintió, lo cogió y se lo guardó en la ancha sudadera. Dio un primer paso con intención de irse, pero antes de eso otro chico que lucía solo unos pantalones cortos y una camisa blanca llegó corriendo al parque.
—Hùng…
—¿Qué ocurre, Minh? —preguntó, sin mostrar ningún signo de sobresalto.
—Han venido otra vez las crías. La de la máscara y la espada. Están todas en una esquina a un par de manzanas de aquí y se nota que vienen buscando pelea.
—¿Cuántas son?
—Cinco, como la última vez.
Hùng escupió el cigarro y al fin guardó el puñal de nuevo en la bota y se puso en pie.
—Llama a todos, diles que nos reuniremos aquí en diez minutos.
El encontronazo de los osos fantasmas con las chicas de Smily había sido mayormente fortuito cuando, unos días atrás, mientras ellas paseaban por el territorio del clan, uno de sus miembros intentó realizar sus actividades habituales en la bolsa de Smily, aunque solo consiguió descubrir cuánto puede llegar a doler una muñeca dislocada por cortesía de Yume. Estaban dispuestas a ensañarse con él antes de que otros compañeros del clan llegaran en su ayuda, entonces fue cuando Smily tuvo que echar mano de la katana para disuadirlos de empezar una pelea en ese momento. Hùng estaba presente en ese momento y les había hecho una advertencia.
—Os dije que no quería volver a veros por aquí —les recordó al llegar a la esquina donde las cinco esperaban.
La acera era ancha, separada de la carretera por vallas y en una zona muy comercial de la ciudad. Las personas que estaban en una terraza próxima al lugar donde se habían encontrado los dos grupos ya miraban con sospecha a Smily y sus chicas, pero al ver llegar a siete vietnamitas encapuchados o enmascarados portando palos y tuberías, decidieron que por fin había llegado el momento idóneo para dejar cualquier cantidad de dinero en la mesa e irse a otro sitio.
Yume, la gemela del pelo verde, se despegó de la pared y se giró noventa grados para encarar al líder de los osos fantasma, haciendo que su bate de críquet golpeara rítmicamente su pierna.
—Verás, es que creemos que la última vez no os llevasteis una impresión demasiado buena de nosotras.
—No tengo tiempo para juegos. Largaos de aquí antes de que esto se ponga feo.
—Es una pena —reconoció Hana, la hermana de Yume, mientras sus compañeras se giraban también para formar una línea encarando al clan—, pero eso es exactamente lo que queremos.
La risa sintética de la máscara de Smily volvió a sonar mientras desenvainaba. Un par de los vietnamitas sintieron la tentación de retroceder un paso, pero no hubo tal. Se cernió un silencio entre ambos bandos como si no hubiera más mundo que ellos.
Claire estaba en uno de los extremos junto a Megumi. Mientras que esta se mantenía calmada, manteniendo su propia tubería sobre el hombro como si todo lo que iba a pasar no fuera realmente con ella, Claire apretaba con fuerza su puño americano en anticipación y miraba a los miembros del clan alternativamente a los ojos, cubiertos o no por capuchas. Intentaba clavar sus ojos en los otros como si fueran cuchillos. Se mordía el labio. Movía impaciente las piernas notando cómo el peso que sostenían cambiaba de una a otra incapaz de reprimir la necesidad de saltar.
Pero fue Simly la primera en lanzarse contra Hùng, katana sobre la cabeza, dispuesta a comprobar si el oso fantasma sangraba haciendo bajar la hoja sobre él. Y de hecho hubiera saciado su curiosidad si no se lo hubiera impedido la tubería que el hechicero había interpuesto en la letal trayectoria.
Tras medio segundo de estupor, estalló un desordenado combate mano a mano. Claire apenas tuvo que moverse antes de poder golpear por la espalda a uno de los contrarios que, a pesar del ímpetu inicial, había decidido que era mejor idea desviarse de Smily. Aún sin poder verlo pudo oír y notar en el contacto de su puño con la nuca cómo el tipo soltaba un resuello con toda la boca abierta. Sin perder tiempo lo agarró por debajo de los brazos y dejó que Megumi terminara de darle las buenas tardes con una soberana patada en el abdomen.
Lo soltó a tiempo de esquivar a un segundo que se dirigía a ella cuchillo en mano. Hubiera tenido ocasión de intentar emplearlo por segunda vez si alguien no hubiese gritado en ese momento “¡policía!”.
Algunos ni siquiera se pararon a mirar a los cuatro agentes que se acercaban porra en mano a hacerles un par de preguntas antes de disolverse y tomar la primera calleja que buenamente pudieran encontrar. Los que aún pudieran correr, por supuesto, lo cual no era el caso de dos o tres miembros de los osos fantasma, pero sí de todas las chicas, como Claire, que no tardó en dar buen uso a las piernas largándose de ahí.
Antes de entrar en una calleja tuvo la precaución de volverse a mirar si la seguían, pero no la de volver a mirar hacia adelante para asegurarse de que la vía estuviera despejada. Así al cruzar fue a darse de bruces con el cuerpo totalmente cubierto de negro de Húng, que se había parado a retomar el aliento y comprobar cómo de probable era que muriera desangrado a través corte que tenía en el brazo si no iba al hospital.
Tras el estupor inicial y sin mediar palabra, consiguió conectar un puñetazo en el ojo de Claire, ya que parecía haber perdido su tubería.
—Cabrón.
Le devolvió el golpe dirigiéndolo al plexo solar, pero solo consiguió golpearlo en el pecho. Aun así, el impacto del puño americano fue suficiente para hacer retroceder a Hùng hasta dar contra la pared y caer sobre una rodilla, con menos aliento aun que antes.
Claire se acercó para acabar con él de una vez, pero de alguna forma el instinto la hizo parar a tiempo para evitar el arco horizontal que el puñal de Hùng describió al salir de su bota.
Retrocedió a una distancia prudencial y empezó a dar tentativos pasos hacia atrás. Hùng la seguía, enarbolando el cuchillo y esperando que abriera la guardia.
—Os juro que estoy harto de vuestros juegos.
Se abalanzó sobre la chica en guardia. Por un segundo estuvo segura de que aquel tipo de negro iba a ahorrarle mucho tiempo y esfuerzo ampliando la mancha de sangre reseca que decoraba su camisa de batalla. Podía ver a cámara lenta cómo la punta del cuchillo bajaba hacia ella y no pudo evitar gritar. Pero sus manos se movieron solas más rápido de lo que le hubiera llevado pensarlo. Estaba segura de que no iba a poder agarrarle el brazo, pero repentinamente estaba entre sus manos y sus piernas y todo su cuerpo se estaban moviendo en un movimiento estudiado para dirigir su rodilla a un punto vital preciso. Hùng y su puñal cayeron al suelo mientras el vietnamita la maldecía por haberle destrozado los huevos.
Intentó recuperar el cuchillo a tientas, pero no le sirvió de nada. El combate se dio por finalizado cuando sonó el “¡Todo el mundo quieto!” de la policía, que hacía contemplar la escena al ojo ciego de su pistola.
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