24/6/10

Mapa grande


Sí, el título y la imagen son bastante descriptivos... Pero de todas formas me explicaré.
Como siempre me ha gustado dibujar mapas (como podéis ver aquí) un día me agencié una cartulina y me puse a dibujar. Como veis no anda falto de anotaciones y si miráis al sur esas manchas negras son bosques que tuve que hacer círculo a círculo para que la textura quedara bien (modesto yo). Como hacía bonito lo tengo colgado en mi habitación desde hace años, por eso tiene marco y cristal.
PD: sí, el monitor se refleja en el cristal del marco, lo que se ve es el msn de fondo (creo) y el programa de la cam para sacar capturas.

20/6/10

Cambio de cuenta

Puede que a partir de ahora veáis que el autor de las entradas no es KhazikeKhashondo sino Khazike Khashondo (sí con un espacio en medio). Esto no responde a otra cosa sino a que he cambiado de cuenta de correo (ahora es de Gmail, gracias, señor Google) y por eso ahora tengo un perfil distinto, sigo con otra cuenta y toda esa jarana. Era sólo por si os lo preguntabais. Feliz domingo, para mí no lo está siendo, pero eso no es nada nuevo... ¡Como los odio!

8/6/10

Olvido

Olvido, perdóname y cálmame, no des más de lado a tu hijo pródigo. Olvido, dame tu negrura, déjame hundirme en tus pozos donde jamás pueda volver a tocamre la luz. Olvido, trágate los falsos pensamientos, trágate mis engaños, trágatelo todo. Olvido, déjame olvidar, déjame olvidar que no puedo olvidar... Por favor, sólo por esta vez.

5/6/10

Feliz cumpleblogs

Sí, dos años ya y más de 150 entradas, ¿quién lo iba a decir? Aunque una de las cosas que me duelen es que siga habiendo más entradas que comentarios... El blog pasa hambre y no le queréis dar de comer. ¬¬
En fin, no os entretendré mucho, felicitaciones en los comentarios. =D

2/6/10

La iglesia

Las puertas de la iglesia se abrieron y un hombre las cruzó. Marcas invisibles recorrían su rostro firme, su cuerpo cubierto con ropas monocromas, sus ojos de un gris igual al de su gabardina, que miraban decididos al altar.
No había más luz en el interior que la de la luna, que se filtraba por las ventanas y la puerta abierta y una miríada de velas, que formaban un pasillo desde la puerta al altar donde se acumulaban en círculo. En un círculo en cuyo centro había una mujer, arrodillada, con las manos juntas y absorta en la oración.
El hombre de las cicatrices invisibles puso un pie en la iglesia y el eco de una voz femenina resonó desde el círculo luminoso:
—Has venido, Eduardo.
El hombre no contestó, siguió caminando. La chica, pues apenas llegaba a la veintena, se irguió y se dio la vuelta para mirar a Eduardo. Su rostro era pálido como un cirio y contrastaba con la profunda oscuridad de su pelo. Sólo llevaba un vestido blanco.
—¿Vienes a mí o contra mí? —preguntó con una voz dulce, pero profunda.
—Esto tiene que acabar, Isa —respondió él, sin cesar su caminar decidido.
—Siento mucho oír eso.
Movió la mano, llevándosela delicadamente al pecho. La luz de las velas vibró, un aura celeste, fría, rodeó a Isa; su mirada estaba perdida en el infinito.
Eduardo empezó a notar la cabeza pesada, el suelo temblaba a sus pies. Apenas podía sentir los brazos cuando se sacó una bolsa de cuero que llevaba colgada al cuello y balbuceó un galimatías irreproducible.
El malestar cesó, el aura de la chica se disipó, las velas se calmaron. Los ojos de ella se clavaron en él, acusadores.
—Al final has recurrido a esa ramera… —le dijo.
Eduardo la miró, jadeando un poco.
—Te ha salido bien, pero seguro que te cobró más de lo que puedes pagar —continuó ella—. Yo podría haberte dado mucho más, sólo te hubiera pedido que estuvieras a mi lado. Que me fueras fiel… como antes.
—No puedo ayudarte en lo que te propones.
—¡Entonces muérete de una vez!
Se dio la vuelta un instante y volvió empuñando una pistola con la que apuntó directamente a Eduardo. Disparó. Éste esquivó el disparo. El retroceso había aturdido por un momento a Isa, así que corrió hasta el altar. Antes de que lograse volver a disparar le apartó la pistola de un fuerte manotazo.
La chica intentó correr, pero Eduardo la cogió de la cintura, la tumbó en el altar y empezó a estrangularla. Ella se aferró a sus muñecas, intentando resistirse, pero nada podía hacer contra la fuerza del hombre.
—Es la única manera, Isa.
Las lágrimas empezaron a correr por las pálidas mejillas de la chica. Apenas podía respirar.
—Pero te amo —dijo con el último aliento.
Cuando dejó de moverse, Eduardo se separó de ella y le cerró los ojos.
—Yo a ti también… Hasta siempre.
Pateó todas las velas que pudo mientras salía. El fuego se extendió rápidamente por las alfombras y los bancos de madera. No quedaría nada de ella.