30/9/12

NIHIL f8

"Avanzad" fueron mis únicas órdenes. Como soldado raso debía tomar la lanza, permanecer en primera línea y esperar la orden del rey para marchar a través del campo de batalla. Mis compañeros y yo éramos carne de cañón. Nadie esperaba que sobreviviese demasiado tiempo.

Me abrí paso codo con codo con mis compañeros, viendo cómo los demás caían a manos de las tropas de los Blackwater, uno tras otro. Pero aunque me detuve jamás di la espalda al enemigo. ¿Era por lealtad a su majestad, el rey Lifram, y al reino de Whitetower? ¿Para vengar a mis camaradas caídos? ¿Porque ya no podía volver atrás inmerso en el caos de la batalla?

Mi uniforme blanco estaba cubierto de barro y sangre cuando por fin alcancé el límite de las líneas enemigas. Veía al rey Onabe a lo lejos, pero demasiado para poder llegar hasta él, a pesar de que el futuro de mi patria dependía de su muerte. Ya se ocuparían de eso los caballeros y sacerdotes guerreros del rey, o sus elefantes, a mí solo me habían ordenado que avanzase hasta morir o vencer.

Pero todo cambió al llegar allí. Mi lanza se convirtió en un cetro en mi mano, que ahora ya no estaba llena de callos y dedos gruesos sino que eran delicadas y suaves, igual que el resto de mi piel y mi cuerpo, desaparecidos los músculos esculpidos en las batallas. Mi pelo creció y se volvió oro líquido, mis ojos se volvieron océanos y mis facciones se hicieron finas y estilizadas. Mis ropas ajadas y sucias se convirtieron en un vestido de seda. Y finalmente, con un tocado de oro, yo, que era un peón, quedé coronado como reina.

29/9/12

Tynok el Bárbaro - 6

—Esto no nos sirve para nada, debemos ir más atrás.

—Ssí, maesstro.

Dicen que en las montañas coronadas de nieve de Hooglandia un hombre que no las conozca podía morir en menos de un día. Tynok nunca había escuchado decir esto, lo dijese quien lo dijese, pero lo estaba experimentando por sí mismo en un abrigo de roca, sentado junto a un cadáver congelado, mientras fuera el viento helado cortaba como si fuera una ráfaga de hachas de guerra.

Aun estaba confuso. Días atrás no era más que un perro que paseaba feliz con su amo, hasta la llegada del hechicero y su crueldad. A él lo había transformado en humano, le había dado fuerza y raciocinio, pero solo para que matase a su amo con sus propias manos. Las mismas manos que ya tenía muy entumecidas.

Intentó seguir al hechicero, que se había internado en las montañas. Mas su necedad lo había llevado a la perdición; no había forma de que él pudiese cruzar las montañas más altas del mundo conocido por sus propios medios y sin apenas provisiones o herramientas.

Había recorrido los riscos, escalado cuando no le quedaba más remedio, a duras penas cazado alguna de las cabras montesas que vivían en esas alturas, pero todo había sido inútil; había acabado perdiéndose. Probablemente nadie pasase jamás por donde él estaba y su compañero le susurraba al oído que correrían la misma suerte.

Tras días de arrastrarse por la nieve y las rocas afiladas se había levantado un temporal que había conseguido desviarlo definitivamente. Se refugió en una hendidura de la montaña y allí encontró al muerto. Por lo bien conservado que estaba, Tynok podría haber pensado que no hacía mucho que había pasado a la otra vida, pero sospechaba que era el frío lo que lo mantenía en buen estado y que nadie lo había encontrado porque se había perdido como él. Nadie los encontraría jamás.

El muerto estaba cubierto de lo que parecían tatuajes mágicos, aunque no les había dado más importancia que a sus pertenencias. Lo había despojado de su casco; media esfera de bronce con pequeños cuernos. Había hecho suya su gran hacha de guerra, que sería un sustituto más que bienvenido para su cuchillo de pedernal. Y sobre todo había cogido sus pantalones de extraño cuero azul, que se había conservado inusitadamente bien. No obstante eso y las pocas pieles que había traído consigo no serían suficientes para protegerlo del mortal abrazo del frío.

—Eso no te servirá de nada, bárbaro —le dijo el cadáver—. Hombres mejores que tú han dejado su vida en las montañas de Hooglandia.

—Cállate, no hablo con muertos.

Su voz se convertía en vaho nada más escapar de sus labios.

—No tendrás a nadie más para hablar cuando tú mismo lo estés.

El cadáver emitió un sonido horrendo, como un entrechocar de hueso y piedra. Probablemente era su risa.

—No voy a morir.

—Aquí no hay gusanos, cuando mueras te quedarás como yo.

—No voy a morir.

—El próximo vivo que veas solo querrá arrancarte tus pertenencias de tu cuerpo entumecido como tú me las has robado a mí. Eres muy desconsiderado —rio.

—¡No voy a morir!

—¡Claro que vas a morir necio! ¡Todos los hombres mueren! ¡Tú morirás aquí sin que nadie lo sepa! ¡Solo yo!

—No voy a morir antes que el hechicero. No voy a morir antes de verlo retorcerse entre mis manos.

—¿Y cómo esperas hacer eso?

Otra risa. Tynok sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo, no sabía si por la risa del muerto o por el frío.

El cadáver se puso en pie y extendió los brazos.

—Nadie llegará aquí jamás y no hay salida posible.

Tynok se puso en pie a su vez para estar a su altura.

—¡Saldré en cuanto amaine el temporal! ¡Te dejaré aquí para que termines de pudrirte!

Otra risa.

—¡El temporal no parará jamás, necio!

—Eso es una locura, tiene que parar.

—Alguien que habla con un muerto sin duda sabe lo que se dice cuando afirma que algo es una locura.

—¡Cállate! —Le dio la espalda—. Yo no hablo con muertos...

—Estás loco —le susurró el cadáver al oído—. Y pronto estarás muerto.

Tynok se giró rápidamente y le dio un puñetazo en la mandíbula.

El muerto trastabilló, pero pronto se recuperó y saltó sobre el bárbaro, haciéndolo caer. Ambos rodaron por el abrigo de roca golpeándose hasta salir a cielo abierto. Tynok consiguió colocarse encima y agarrar al muerto del cuello, que aun así no paraba de reírse y al mismo tiempo de decir:

—¡Estás muerto, Tynok el Hooglando! ¡Estás muerto, Tynok el Hooglando! ¡Estás muerto, Tynok el Hooglando!

—¡No! ¡No! ¡No! —gritaba Tynok mientras apretaba las manos alrededor del cuello muerto de un cadáver y sacudía su cabeza contra las rocas el risco—. ¡Tú estás muerto! ¡Yo no! ¡Tú estás muerto! ¡Cállate! ¡Cállate!

Así lo encontraron los exploradores de la expedición gala cuando se adelantaron para comprobar si la ruta era segura ahora que había pasado el temporal.

En la vida real Tynok sí está tan cachas.
Aunque su hacha es más grande.

27/9/12

Pack to the Future! - 13

Aunque considero que la superstición solo trae mala suerte, este decimotercer capítulo realmente se ha hecho de rogar. Retomar una historia que dejaste hace seis meses es como si llevases el mismo tiempo sin usar un pie y de pronto tuvieses que volver a andar con él, pero no os preocupéis, espero no tener tropiezos graves. No obstante lamento tener que terminar aquí con el juego de las sugerencias, ya que quiero terminar la historia de una vez por todas (aunque no por eso dejaré de tenerlas en cuenta y agradecerlas). Creo que tendremos mate dentro de ocho movimientos. Hasta entonces, disfrutad de la búsqueda interior de Jaime, nunca mejor dicho.

Jaime, o Clérigo como ahora se hacía llamar, irrumpió en un pequeño templo de Villacorazón huyendo de la turba fanática que le exigía milagros sanadores. Corrió por el pasillo formado entre los bancos, directo al altar mayor, con la esperanza de poder ocultarse tras él. Pero hubo de detenerse cuando vio que en las escalinatas que llevaban a él había alguien vestido con una túnica, arrodillado.

—¿Quién osa? —exclamó el hombre, pues de tal era su voz.

Jaime, un poco confuso, no pudo sino responder con otra pregunta:

—¿Perdón?

—¿Quién irrumpe de tal forma en la casa de Javier? Corriendo como un ladrón y armado, pues oigo entrechocar el metal de vuestra coraza.

—Yo... —Jaime pensó lo más rápido que pudo. No le resultó difícil dar con una excusa, pues era bien cierta—. Alguien que busca asilo.

—¿Asilo decís? —preguntó el sacerdote aún arrodillado sin mirarlo—. En mi templo no se da asilo a los de vuestra calaña. Marchaos y enfrentaos a la justicia del mundo que probablemente os persigue. Javier os dará la del cielo cuando llegue el día.

—Eso no es muy... Javierano de vuestra parte —señaló Jaime.

—¿Os reís de mí? —el clérigo se puso en pie, pero sin dejar de dar la espalda a Jaime—. ¿Os reís de Dios?

—La has cagado, genio —le señaló amablemente Sol a Jaime.

—¡Cállate! —le gritó él.

Todo hombre tiene un límite de comentarios insultantes que está dispuesto a aguantar a su propio subconsciente antes de estallar. Por desgracia el sacerdote encapuchado creyó que iba por él.

—Esperad aquí —le dijo a Jaime.

El hombre de la túnica caminó hasta una puerta cerca del altar, probablemente la sacristía y un momento después volvió a salir con un florete con su funda y cinturón, que se estaba poniendo en ese mismo momento por encima del cordón con el que se ataba las vestimentas.

—Habéis insultado mi honor, no nos queda otra salida que batirnos.

Jaime observó que se había quitado la capucha. Su rostro era delgado, adusto y surcado de arrugas profundas, como si estuviese tallado en piedra. Esto se daba sobre todo porque era totalmente gris; aunque de no haber sido por eso, podría haber pasado por humano. Su pelo era oscuro y rizado; sus ojos hundidos ardían con rabia, pero el resto de su rostro permanecía sereno, y una cicatriz le llegaba desde el labio inferior hasta el final de la barbilla.

—No hay necesidad eso —aseguró Jaime mientras su rival llegaba hasta las escalinatas.

Buscó su maza como recurso desesperado, pero recordó que la había dejado con el escudo en la posada.

—¿Sois un cobarde? —preguntó el sacerdote espadachín desenvainando.

Pero cuando sacó la espada ya estaba a poca distancia de Jaime y pudo verlo bien. Se paró en seco y lo miró de arriba a abajo, observando sus ropas, su armadura con el símbolo sagrado y su inconfundible humanidad. Su rostro de torció en una mueca de sorpresa, o lo más parecido, alzó un tanto las cejas.

—¡Vos! —exclamó—. Vos sois el clérigo humano. El que se me vaticinó que vendría el día en que Dios me perdonó la vida...

—Supongo que sí, parece que no hay muchos clérigos humanos por aquí —respondió Jaime, no muy convencido.

El sacerdote lanzó la espada a sus pies y clavó una rodilla en el suelo.

—Mi nombre es Tenaz, mi señor. Permitidme que os guíe hasta los Abdominios oscuros como me fue encomendado. Solo así podré redimir mi pasado.

Jaime miró de nuevo a sus guías. Luna se encogió de hombros, pero Sol gesticuló para que aceptase. Probablemente pensaba que no tenían nada que perder.

—Bueno, está bien, puedes venir conmigo si quieres —aceptó Jaime—. Pero sin armar escándalo, estoy huyendo de una turba que...

—¡Maestro! —dijo una voz a sus espaldas y a ellas se le unieron muchas más instantes después.

Jaime se giró para ver como al hablar del rey de Roma, había asomado por las puertas del templo. Decenas de rostros lo observaban expectantes, muchas de ellas encima de rostros arrodillados.

—Escuchad —dijo Jaime alzando las manos—. Lo siento, no puedo curaros a todos, no he venido para eso.

—Lo sabemos, buen Clérigo —dijo un elfo sanguíneo que se adelantó portando su escudo. A su lado había un aerófago que llevaba su maza—. Sabemos cuál es vuestra verdadera misión. Tomad: blandid vuestras armas e id presto a salvarnos de los Enemigos.

11/9/12

Nana para el dragón

Duerme tranquilo,
poderoso señor,
mientras roncas humo
y bostezas fuego abrasador
en tu caverna profunda
donde no llega el sol.

Duerme tranquilo,
enorme señor.
Tus garras se mueven
cazando a un hobbit ladrón
y tu cola se agita
en sueños de destrucción.

Duerme tranquilo,
anciano señor.
¿Sueñas con enanos
o con doncellas
de rico sabor
en tu lecho dorado
jalonado de estrellas?

6/9/12

Tynok el Bárbaro - 5

Los débiles brazos de Vilenius no los llevaron hasta los barcos como a Tynok le hubiera gustado, pero finalmente alcanzaron el Atra Nox cuando los primeros rayos de sol ya despuntaban por encima de las montañas del este.

Incluso antes de eso Tynok ya llevaba un rato gritando a pleno pulmón «¡deteneos! ¡Es una trampa!». Eso mismo gritaba cuando subió a cubierta y es difícil no prestar atención a un bárbaro que está gritando con todas sus fuerzas, de forma que los marineros se acercaron a ver qué demonios quería.

—¡Llevadme ante el captán! ¡Rápido! —siguió gritando—. ¡O será vuestra perdición!

Los marineros se miraron entre ellos consternados y confusos, probablemente pensaban que había enloquecido. Uno de los contramaestres presentes alzó el brazo para dar orden de que lo apresaran cuando una voz grave profunda les llamó la atención desde el castillo de popa.

—¡Contramaestre! —gritó el capitán Dientenegro, asomado como una enorme sombra desde la baranda. Realmente no le hacía falta gritar para que su potente voz llegase hasta donde estaban Tynok y los marineros, pero desde luego era imprescindible para dejar clara su autoridad.

—¿Señor? —replicó el contramaestre.

—¡¿A qué se debe ese jaleo en mi navío?! ¡¿Y por qué esos hombres no están en sus puestos para la batalla?! ¡¿He de haceros pasar por la quilla?!

—No, señor, el bárbaro ha vuelto, señor.

—¡No hay que armar tanto alboroto por eso, el destino de los desertores está claro!

—Sí, mi capitán.

El enorme pirata ya se retiraba a otros menesteres cuando oyó la voz del bárbaro.

—¡Dientenegro! ¡Tienes que escucharme aunque sean mis últimas palabras!

—¡Por la polla de Poseidón... está bien, traédmelos!

Hablaba también por Vilenius, al que no le gustaba el espectáculo con el que se había topado al terminar de subir. Él y Tynok fueron conducidos a presencia del capitán.

—Tienes agallas, hooglando —reconoció Dientenegro—. ¿Qué es eso tan importante que tenías que decirme?

—Has sido objeto de un terrible engaño, capitán —explicó Tynok—. Tú y Perro Rabioso.

—Bobadas, ¿pero en qué decís que consiste exactamente dicho engaño?

—Un brujo con una nave invisible llena de muertos os disparó ayer para que os enfrentaseis.

Dientenegro le miró atónito una fracción de segundo antes de echarse a reír a carcajadas. Los que estaban cerca le acompañaron, pero con cierta aprensión.

—Por amor del cielo, hooglando, los barcos fantasma no son más que cuentos de viejas.

—Yo pensaba exactamente lo mismo antes de ver lo que vi.

—Está bien, ¿y cómo pudiste verla si es invisible?

—No lo es todo el tiempo. ¿Qué necesidad tiene cuando está en una cala oculta al este de aquí?

—Es una buena historia, pero careces de pruebas.

—No es cierto.

Tynok hizo ademán de sacar algo del bolsillo de sus pantalones de cuero azul. Dientenegro tomó la empuñadura de su espada, pensando que podría intentar atacarlo, pero lo que hizo el bárbaro fue extraer una cosa negra del bolsillo y lanzarla a sus pies. Dientenegro sacó con calma la espada, ensartó el objeto y lo levantó para estudiarlo mejor.

—¿Una mano muerta? —preguntó.

—En efecto, de uno de los muertos del barco.

—Pero esto no prueba nada, bárbaro. Podrías haberle cortado una mano al primer... —Se detuvo en seco cuando vio que los dedos de la mano sin vida se movían solos—. ¡Por los coños húmedos de mil nereidas!

—¿Ahora me crees, Dientenegro?

Se limitó a asentir y en seguida dio instrucciones a un contramaestre de que hiciera señas al Cane di Mare para informarlo de que quería parlamentar.

Los dos capitanes hablaron, creyeron la historia de Tynok y, para alivio de este, no lucharon. Sus muestras de amistad fueron incluso más efusivas que el día anterior y juraron sobre las tumbas de sus padres en Sandosa que darían caza a esa nave de la perdición... pero al día siguiente, porque esa noche organizarían otra celebración.

Durante ella Tynok estaba bebiendo de un tonelete de vino nalpisitano en la cubierta del Cane di Mare. Estaba solo porque Vilenius se había ido a ocuparse de alguno de sus asuntos, tampoco le interesaba mucho el tema. No obstante su tranquilidad se vio rota cuando se acercó a él Fiero, el segundo de a bordo del Atra Nox, aquel que se había reemplazado el ojo izquierdo por una lente mecánica del color de la sangre.

—Estás hecho todo un héroe, Tynok —le dijo.

Tynok asintió con un gruñido de aceptación. Aunque le resultaba extraño que Fiero se dirigiese a alguien con tanta naturalidad.

—Pero no fue así cómo pasó —añadió el segundo de a bordo—. Esto no es realmente un recuerdo, Tynok, es solo como te gustaría que hubiesen sido las cosas.

De pronto Tynok supo que tenía razón, después de dejar la galera de velas negras él no había vuelto a estar a bordo del Atra Nox.

No tuvo que esforzarse, el propio recuerdo lo envolvió y se encontró de nuevo en la barca, blandiendo su hacha contra los muertos mientras Vilenius remaba. Cada uno que se asomaba recibía rápidamente un tajo lo suficientemente fuerte para volver a arrojarlo al agua, pero era inútil, pues por mucho que los hiriera volvían a atacar a no ser que los destrozara del todo. Repentinamente soltó un grito cuando uno de los muertos, apenas un tronco sin piernas, le clavó las uñas podridas en la pierna después de haberse arrastrado hasta ahí sin que él se percatara. Tynok vaciló un instante y otro muerto que estaba ya en la barca saltó sobre él y los tres cayeron al mar.

Vilenius, luchando contra su potente instinto de conservación, dejó de remar y miró el agua, para ver qué había sido de su compañero. Se asustó y echó mano de su por el momento inútil revólver cuando vio una cabeza de muerto surgir del agua y luego otra, pero pronto comprendió que estaban cortadas y rematadas. Tynok salió tras ellas casi sin respiración y Vilenius tuvo que ayudarlo a volver a la embarcación.

—Buen trabajo, su barbaridad —felicitó. Luego miró a su alrededor—. Parece que ya no nos siguen.

—Rema, Vilenius, no tenemos mucho tiempo.

Era cierto, cuando el Atra Nox y el Cane di Mare estuvieron a la vista, comprobaron que ya estaban enzarzados en la batalla. El humo se elevaba de ambas naves, que ya parecían bastante maltrechas. No había nada que pudieran hacer ya salvo mirar.

Pero lo peor estaba por llegar: cuando ambas naves estaban ya prácticamente derrotadas y los hombres las abandonaban, la galera negra surgió de su escondite, perfectamente visible ahora, y comenzó a rematarlos. Tynok apretaba los puños con tanta fuerza que parecía que los nudillos le iban a reventar. Vilenius simplemente tenía cara de póquer mientras observaba cómo los muertos de la nave negra se sumergían y buceaban para recoger los cadáveres frescos de los marineros ahogados. Esa había sido su intención desde el principio, aumentar fácilmente su tripulación... Terminaron pronto y la galera empezó a alejarse antes de volverse de nuevo invisible.

—¡No! ¡No! ¡No!

—¡Calmaos, señor, vais a hacer volcar la barca!

—Esto clama venganza, Vilenius.

—No seré yo quien os discuta en eso, su barbaridad —contestó Vilenius, remando hacia la costa.

—Tenemos que ir a Sandalia, ahí es donde el capitán dijo que se dirigía. ¿Está muy lejos de aquí?

—No mucho, más o menos el trayecto de aquí a Broma. Pero Sandalia es una isla, no pensará llegar con esta barquichuela...

—No, lleguemos hasta la costa, ya se nos ocurrirá algo.

4/9/12

La fuente tricéfala


Esta fuente de tres cabezas está oculta entre las ruinas de una ciudad que el desierto devoró hace mucho tiempo. Sus alrededores están cubiertos de los huesos pelados por el viento ardiente del lugar.

Sus aguas poseen poderes milagrosos y se cuenta que todo aquel que beba de una de sus bocas recibirá la vida eterna. Todo aquel que beba de la segunda recibirá una sabiduría inconmensurable. Todo aquel que beba de la tercera boca, la central, recibirá la muerte. Todo esto reza en una leyenda sobre la fuente que se presenta al caminante en la escritura de su propio idioma.

Todos evitan el agua letal y beben de las otras dos, pero los años se hacen largos y pesados, todo lo que se ama se va desvaneciendo, la sabiduría solo permite ver el mundo tal como es: toda su ruindad y vileza. Ninguno de los que han bebido han podido evitar volver al cabo del tiempo para beber un último sorbo.

Sus huesos siguen ahí para recordar el destino que aguarda a todo aquel que desee beber de la fuente.

1/9/12

Tynok el Bárbaro - 4

Tynok remaba en el bote que él y Vilenius habían tomado prestado del Atra Nox. El bárbaro estaba decidido a evitar que los piratas se enfrentasen a los mercenarios en una batalla sin sentido y para eso tenía que encontrar la nave de velas negras que había visto ocultarse en la cala de la costa de Nalpisi. No estaba muy distinto a como se le describió en un primer capítulo que todavía no ha ocurrido: su fiel hacha de guerra estaba colgada a su espalda, ya tenía su yelmo heladio modificado y seguía con el torso desnudo, pero aún llevaba los pantalones que arrebató a un cadáver congelado en las montañas de Hooglandia, una rara prenda de cuero azul y rugoso. Sin duda le dolerá tener que desprenderse de ellos en el futuro...

Vilenius, por su parte, no estaba muy seguro de que hubiera más nave negra que la propia Atra Nox, pero aun así seguía a su bárbaro amo porque realmente lo prefiere a los piratas en cierta forma. Estaba sentado en el otro extremo del bote, limpiando su revólver y comprobando el estado de sus balas caseras. Los pistolia bromanos eran armas antiguas, de los tiempos en que los dioses caminaban por la tierra; este en concreto había pertenecido a su familia durante generaciones. Y ya que estamos hablando de él, probablemente alguno desee ya saber qué aspecto tenía el Traidor. Llevaba una sencilla túnica de lana teñida de oscuro, sandalias y gafas de sol, lo cual  era lo mínimo que se esperaba en cuestiones de vestimenta de un habitante de Broma. Pero él además había añadido a su atuendo un sombrero fedora negro que, en sus propias palabras, le hacía sentirse más cómodo cuando pateaba las calles de aquella ciudad podrida. Aunque en realidad lo llevaba siempre por poco podrida que estuviera la ciudad, lo llevaba aunque ni siquiera estuviesen en una ciudad. Sin embargo, los que sí debían estar podridos eran sus pulmones, pues los pocos momentos en los que no se lo veía con un cigarrillo en la boca era cuando estaba liando el siguiente y a veces ni entonces paraba. Según él fumar le hacía más cool y ningún ciudadano bromano podía permitirse perder su coolness, aunque se tratase de un exiliado como él.

El sol ya se había puesto hacía horas y no era buena idea navegar de noche en una barquichuela aunque hubiese luna llena, de modo que Tynok se apresuró con los remos y no tardaron mucho en  alcanzar el lugar por el que la nave negra se había perdido entre los acantilados. En efecto había una importante abertura que sin embargo pasaba fácilmente desapercibida para cualquiera que no se acercase lo suficiente a ella, lo cual era prácticamente todo el mundo, pues navegar cerca de los acantilados del sur de Nalpisi era prácticamente una condena a muerte.

—¿Ves, Vilenius el Traidor?, te dije que aquí había algo.

—Aquí solo hay agua que yo vea, su barbaridad. Lo mejor será volver ya, no encontraremos nada.

—Si apenas hemos entrado, seguro que este sitio no es tan virgen y recatado como parece.

Vilenius sonrió ante la broma, pero no se rio. No consideraba que reír entrase entre las cosas que un ciudadano bromano debiera hacer en público.

—Muy bien hilado, señor.

Poco tardó en pronunciar esas palabras, pero menos tardaron en terminar de internarse en la cala y descubrir ahí una gran galera con el casco y las velas tan negras como la noche que ya se cernía sobre ellos. Debía tener más de treinta metros de eslora. ¿Cómo demonios había hecho para sortear los bajíos? ¿Cómo había podido pasar totalmente desapercibida a los ojos de las otras dos naves? Vilenius no sabía la respuesta a estas preguntas aún, pero sí sabía maldecir en su lengua materna:

—Mater mea mala putra est! —exclamó tan sorprendido que el cigarro se le cayó de la boca. Not cool, sus antepasados lo miraban con disgusto.

—Reponte, Vilenius —le ordenó Tynok—, vamos a abordarlo.

—¿Señor?

—Para eso he traído la cuerda. Nos acercaremos y treparemos hasta la cubierta.

—No creo que sea lo más cauto, si me permitís decirlo, oh pisoteador de tronos enjoyados.

—No hay luces en el barco, no se oye ningún ruido ni se ve a ningún vigía, es como si no hubiese nadie, así que no creo que haya problemas.

—Eso es lo que más me preocupa, su barbaridad.

Tynok terminó de llevar el bote junto al barco y empezó a probar a lanzar el gancho.

—¿No conocéis las historias de barcos fantasma? ¿Naves malditas tripuladas por los muertos?

Por fin el gancho se enganchó en algo, como era su maldito trabajo. Tynok tiró un par de veces para asegurarse y comenzó a subir.

—Sí las he oído, pero no me creo los cuentos de viejas. Cuando esté arriba tiraré tres veces de la cuerda para indicarte que puedes subir. Si es que no estás demasiado  asustado.

—Un bromano no conoce el miedo, señor. Pero sí la prudencia.

—¡Lo que tú digas! —le gritó, pues ya estaba a cierta altura. Vilenius se llevó la mano a la cara.
Se preguntó si tendría tiempo de liarse un cigarro ahí abajo. La cuerda no tardó dos latidos en moverse después de que pensara eso; el norteño escalaba como uno de esos pequeños monos de Kefrut.

A él le llevó un poco más, pero no tardó demasiado en alcanzar la cubierta de la nave negra. Estaba tan vacía como había adivinado el bárbaro, que en ese momento inspeccionaba la puerta que llevaba al interior del castillo de popa. Vilenius se agachó para tocar la cubierta. No había rastro de marineros, pero estaba limpia de ese mismo día. Probablemente estuviesen durmiendo en los bancos de remo bajo la cubierta, ¿pero por qué no había vigías? ¿Tan confiados eran?

Cuando se acercó hasta Tynok iba a decirle algo, pero el bárbaro lo acalló rápidamente llevándose un dedo a los labios y le indicó por señas que pegase el oído a la puerta.

En el interior se oía la voz de un loco que parecía hablar consigo mismo.

—Sí, señora, descuidad. El Cuervo pronto estará en vuestras costas con toda la tripulación necesaria, listo para hacer como ordenéis. Sí. Sí, señora, con los que reunamos mañana tendremos suficiente para emprender el viaje, recogeremos más de paso por Sandalia. Sí, desde luego, ¿cómo podría olvidar mantener en buenas condiciones el sistema de camuflaje óptico? Oh, disculpadme si os molesta; hablo en voz  alta porque me hace sentir más cómodo cuando me leéis el pensamiento. Sí, descuidad. ¿Cómo? Ah, ahora mismo me ocupo. Que los dioses os sean favorables, oh, reina.

No hubo más palabras.

Tynok y Vilenius se miraron entre ellos y se apartaron un poco de la puerta para poder hablar entre ellos.

—¿Qué tendrá que recoger? ¿A lo mejor quiere robar barcos? ¿Los de nuestros amigos concretamente?

—No estoy seguro, señor. A lo mejor solo es un pobre loco que vive solo en este barco.

—No, yo vi la nave venir hasta aquí, es imposible que la gobernase por sí mismo.

—En cualquier caso deberíamos salir de aquí con cautela y avisar a...

Antes de terminar la frase los instintos de Vilenius el Traidor se habían despertado. Desenfundó rápidamente su pistola y disparó girándose rápidamente. La bala la recibió un hombre no muy lejos de allí. O al menos parecía que en algún momento había sido un hombre, pues ahora era una criatura hinchada y amoratada, cubierta de algas y extraños cables metálicos, con la cara paralizada en un rictus de dolor. Pero lo peor de todo era que a pesar de haber recibido un tiro en el estómago seguía moviéndose y que por la trampilla que conectaba la cubierta con la bodega salían más.

—¿Creéis ahora en barcos fantasmas, su barbaridad?

Tynok se limitó a responder sacando su hacha.

Por la puerta del castillo de popa salió otra criatura. Esta habría pasado perfectamente por el capitán de un trirreme heladio si su espesa barba no hubiese estado formada por serpientes siseantes y en sus manos no despidiesen sospechosas chispas eléctricas.

—¡Los quiero vivos! —gritó alzando el puño a las criaturas, que cada vez eran más—. ¡Quiero saber lo que saben!

A Tynok le pareció que algún cadáver se reía de que su amo hubiese repetido dos veces un verbo en la misma frase, pero en realidad no era más que un rictus de dolor aun más espantoso que el anterior. Y la verdad es que el asunto no estaba para risas, pronto los rodearían. Tynok destrozó con su hacha a uno de los más adelantados.

—¡Corre, Vilenius! ¡Al agua! —ordenó Tynok

—¿Qué? —preguntó el Traidor.

—¡Necios! —exclamó el supuesto capitán del Cuervo.

Corrieron todo lo que pudieron hasta la borda y saltaron por ella. Hubo suerte de que lo hicieran por el mismo lado en el que estaba su bote y no muy lejos. Vilenius llegó primero hasta él, cogió los remos y empezó a hacerlo avanzar. Tynok tuvo que alcanzarlo a nado.

—Maldito seas, cobardica.

—Solo ganaba tiempo, no me cabía duda de que me alcanzarías.

—Además, será mejor que reme yo, excelencia. Mi revólver se habrá mojado y vuestra hacha nos hará falta.

—¿Por qué?

Vilenius le hizo una señal con la cabeza, Tynok miró hacia atrás y vio cómo los cadáveres los seguían a nado.

A partir de ese momento tuvo que cortar cuellos de muertos cada vez que los veía salir del agua durante todo el camino hasta el lugar donde los dos barcos, pirata y mercenario respectivamente, habían acordado encontrarse. En ese momento aún faltaba una hora para el amanecer, pero los dos navíos ya estaban en sus puestos y aprestándose para la batalla. Debían darse prisa para advertirlos del engaño.
En la vida real Vilenius no está tan bueno.
En la vida real ni siquiera existe.