19/4/09

Krónikas dun Khazike XII: Trío

—¿Te conté ya lo que me pasó en aquel desierto? —preguntó Geekman sosteniendo su vaso de tang número noventa.
—Sí, tres veces y no pienso dejar que me lo cuentes cuatro —le respondió Zora.
—Me dejaron abandona…
—¡He dicho que no!
—…do a mi suerte cuand…
Zora empezó a zarandearle.
—¡Cállate, hijo de perra!
En eso estaban cuando se oyó el sonido de las puertas al ser cruzadas.
—¡Bienvenido! —dijo Zora sonriendo al recién llegado cliente que se sentó junto a Geekman.
—Sabes, ¿Zora? —le dijo Geekman.
—¡Que no!
—No es eso, ya no voy a volver a contar mi historia.
—No caerá esa breva.
—Sí, sí caerá —Geekman miró a su lado—. Porque Muchauve ya la sabe.
Muchauve, sentado a su lado pidió un tang que le fue rápidamente servido y echó un trago.
—He venido a darte matarile —dijo a Geekman.
—Sabes que te lo pienso poner difícil, ¿no? Le he cogido gusto a esto de estar vivo, no porque sea mejor, es que no conozco otra cosa.
—Estás de suerte, te voy a dar la oportunidad de conocer la otra vida.
Muchauve se giró rápidamente empuñando una corta gladius que Geekman paró con Armaazul.
—¿Crees que ese boli te salvará esta vez?
—Sí, ¿por qué no iba a hacerlo?
—No sé, es lo que se suele decir.
Muchauve se levantó rápidamente, cogió el taburete y se lo lanzó a la cabeza a Geekman con encomiable puntería.
—¡Come taburete Dhal!
Geekman, cabreado, arrancó parte de la barra y se la lanzó al estómago a Muchauve.
—Cómete tú mi postre —le gritó.
Zora limpiaba tranquilamente los vasos.
Muchauve dio una zancada, tomó a Geekman del cuello y le lanzó a través de la pared con lo que cayó a la calle. Unos segundos después Geekman volvía a entrar al bar a través de la puerta.
—¡Hostia, un bar! —exclamó—. ¿Tenéis tang?
Si alguien respondió no tuvo tiempo de escucharlo pues tuvo que agacharse antes de que una mesa lanzada como un frisbi le abriera la cabeza.
Zora seguía limpiando tranquilamente los vasos sin mirar cómo se lanzaban mutuamente el mobiliario, destrozaban las paredes y le llenaban el suelo de sangre.
Geekman extrajo sus uzis de algún pliege de grasa y empezó a lanzar una ráfaga contra Muchauve el cual corrió a su alrededor como una liebre a la que le han metido pimienta por el culo.
—¡Eh! —gritó el consejero—. ¡Dijimos que no valían armas de fuego ni tirones del pelo!
—¡¿Cuándo pusimos esa norma?! —preguntó su contrincante sin dejar de disparar.
—¡Nunca, pero a lo mejor colaba!
Zora dejó muy tranquilamente de limpiar el vaso dejándolo sobre lo que quedaba de barra, sin perder la sonrisa metió las manos bajo el mostrador, tanteó hasta hallar un conocido tacto metálico y, siguiendo en calma, extrajo una AK-47 y gritó.
—¡Hijos de puta! ¡Id a cargaros el bar de otra!
Empezó a disparar lo que hizo que los otros dos tumbaran una mesa y se escondieran detrás de ella.
—¡¿Qué le pasa a ésa?! —preguntó Muchauve.
—Histeria femenina —diagnosticó Geekman—. Necesita un hombre.
Una bala rozó la oreja de Muchauve.
—Conmigo que no cuente —decidió.
—Ni conmigo… —secundó Geekman.
Entonces los dos se miraron.
—¿Nosotros no intentábamos matarnos mutuamente?
—Creo que sí…
—¡Fuera de mi mesa! —instó Geekman pateando a Muchauve, que tuvo que buscar refugio en el punto muerto de la escalera.
Geekman se asomó por encima de la mesa y empezó a disparar sus uzis contra Zora en un tiroteo.
Y en eso estaban cuando apareción Clint Eastwood acompañado de Billy el niño por la puerta.
—¡Eh, bastardos! —les gritó Clint—. Nosotros os enseñaremos lo que es un tiroteo de ve…
Y eso fue todo lo que llegó a decir antes de que le cayera un trozo de techo sobre la cabeza.
Billy, asustado, saltó del carrito en el que le habían traído, se quitó el chupete de la boca y desenfundó; mas, por desgracia, antes de poder disparar la culata de una AK-47 le sacó los dos únicos dientes que ya poseía.
Zora sonrió con satisfacción el tiempo justo de darse la vuelta y ver en cada ojo la boca del cañón de sendas uzis empuñadas por Geekman. Gracias a un rápido reflejo consiguió encañonar ella también a aquél antes de que la cosa pasara a mayores.
—Muévete dos centímetros y te dejo sin bazo —le dijo Zora.
—Yo no tengo de eso.
—Verás cómo yo te lo encuentro.
—¿No sientes como un frío en el cuello de pronto?
Ambos miraron en la misma dirección y pudieron ver a Muchauve sosteniendo una gladius en cada mano cuyos extremos afilados reposaban cómodamente en sus cuellos.
—¿Y tú pa qué vienes? —le preguntó Geekman.
—No sé —respondió Muchauve—. Me sentía desplazado.
Geekman decidió repartir equitativamente el encañonamiento de sus uzis y Zora, viéndose superada, pasó a las medidas drásticas.
—Tía —dijo Muchauve con voz de pito—, esa zona es delicada.
—Dejará de ser una zona si te mueves —le aconsejó Zora.
Y la cosa quedó en un curioso triángulo vicioso en el que cualquier movimiento podía terminar con desde una bala en el bazo a otra en la cabeza pasando por castración y degollamiento; lo normal.
—¿Y ahora qué hacemos? —inquirió Muchauve.
Los otros dos sonrieron maquiavélicamente… Unos segundos antes de acribillarle.
—¡¿Por qué?! —gritó Muchauve desplomándose.
—Porque eres el malo —explicó Geekman al caído Muchauve—, imbécil.
Geekman se dio la vuelta para mirar a Zora.
—Bueno ahora ya podemos hacer las…
No pudo acabar pues algo largo y gordo le golpeó en toda la cabeza haciéndole perder el conocimiento.
Continuará y eso ( o Y o )

12/4/09

Motivators

En aras de un gran aburrimiento he decidido subir algunos motivators surgidos de sus respectivas idas de olla para disfrute de vosotros, mis todavía pocos lectores. Hale, hale.

11/4/09

Krónikas dun Khazike XI: Villartuga

¡Zasca! ¡Hemos vuelto como todos los fines de semana! Esperemos que sigamos llegando los fines de semana porque como empecemos a pasarnos al lunes acabaremos viniendo un fin de semana sí y otro no y esto se volverá un cachondeo. En cualquier caso aquí traemos el capítulo once, 11, XI, 十一 o como os apetezca, la cuestión es que vamos a empezar de una vez antes de que me vuelva loco loco loco.
—Parece un sitio encantador, ¿no crees, Alf? —inquirió Geekman.
Alf miró al frente.
—Pos oye, no sé qué decirte…
Estaban a la entrada de un pueblucho de 4 calles en las que había gente hostiándose y matándose a tiros. Los únicos edificios que sobresalían eran la iglesia y una gran mansión en un punto alejado.
—Parece… Pintoresco —concluyó Alf.
—¡Mira! —anunció Geekman—. ¡Ahí hay un cartel!
Se acercó a él y leyó:
—Villartuga, el pueblo más tortuguesco a este lado del río de la mierda… Seh, pintoresco. Bueeeno, menos charla y más andar, estoy seco.
—¿Cómo? ¿Y qué pasa con…? —empezó Alf.
—¿Con Kha y su caravana?
—Sí, ¿pero cómo sabías…?
—¿Lo que ibas a decir?
—¡Sí!
—Me leo el guión, tú también deberías hacerlo.
—Sí, bueno, pero, ¿qué pasa con ellos?
—Sabrán buscarse la vida. No has visto a la caravana cabreada.
—Pero es…
—Un coche, lo sé, pero no la has visto cabreada. ¡Ahora en marcha!
Echaron a andar al interior del pueblo de Villartuga por las calles mal asfaltadas hasta llegar frente a la única tasca en cuyo cartel rezaba “Tenemos tang de tortuga”. Geekman no necesitó más.
—Alf —le dijo aún mirando el cartel.
—Mande.
—Quédate fuera y vigila por si ves a Khazike, yo entraré y… Esto… Reuniré información, sí, eso mismo.
—Vale.
—¿Cómo que vale? ¿No vas a discutirme?
—Vale, pues no me quedo.
—Te veo raro.
Alf se tapó la cara.
—Ahora no me ves.
Geekman puso los ojos en blanco, le apartó las manos y le arreó una fostia.
—¡Despierta!
Alf puso cara de circunstancias, movió la cabeza y se disculpó:
—Perdona, no sé qué me había pasado.
—Bien, ahora quédate aquí vigilando.
Geekman se dirigió al interior y separó con las manos una de esas portezuelas tan graciosas de los saloon del oeste que vuelven a cerrarse al soltarlas, pero se paró antes de entrar.
—Ah y, Alf, procura estar aquí cuando salga o puedes estar seguro de que una muerte terriblemente atroz, lenta y dolorosa será una perspectiva agradable. Lo que te pasará sólo podría ser peor si me tocases el pelo.
—Erm… Va…
Pero Geekman ya había entrado.
El local estaba vacío, o casi. Sólo había unas cuantas mesas desiertas, unas escaleras que llevaban al piso superior y la correspondiente barra con unos taburetes desempleados que parecían mirar deprimidos a la chica vestida de camarera que limpiaba un vaso detrás de la barra.
Geekman avanzó decidido a aliviar a uno de los desgraciados taburetes con sus prominentes posaderas lo que pronto hizo amablemente. El taburete, como agradecimiento, chirrió.
—¿Te pongo algo, encanto? —preguntó la camarera sin dejar de limpiar el vaso, actividad obligada del gremio.
—Antes de llamarme encanto —empezó Geekman— deberías decirme tu nombre.
La camarera sonrió dulcemente.
—Me llamo Zora, pero no esperes ligar conmigo.
—El código superheroico me prohíbe ligar con ninguna chica que no sea a la que siempre le pasa algo jodido como que la tiren de un rascacielos.
Zora rió.
—Eres un tío gracioso. Pide lo que sea, invita la casa.
—Tang.
—Marchando un vaso de tang.
—No.
—¿No?
—Quiero todo el que tengas.

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—Así que se te ha escapado… —dijo tranquilamente el predicador sevillano introduciendo otra patata en la enajenada boca de Trucha.
Muchauve, en posición de firmes entre el subtrono donde estaba Trucha y los otros tres consejeros encapuchados a su espalda respondió.
—Sí, señor.
—Al señor Trucha no le agrada eso. No le agrada que no hayas podido destruir un simple bosque y que, aunque no formara parte de tu misión, hayas dejado escapar a la banda del peor enemigo del reino.
—S-Sí, señor.
—Y en lugar de darte una muerte rápida te plantas ante mí como si tal cosa.
—Dicho así he hecho el tonto, señor.
—En efecto, lo has hecho —dio otra patata a Trucha—, pero estoy dispuesto a perdonar tus faltas ya que andamos escasos de personal. Nuestros informes de inteligencia informan de que la caravana de ese renegado se ha detenido en Villartu…
—¡Violación!
—Ejem, Villartuga, así que deberéis ir allí, los cuatro y matarlos a todos. Tú, Habi, te ocuparás de todo.
En ese momento otro consejero se adelantó.
—Disculpe, señor.
El predicador puso los ojos en blanco.
—Dígame, Mr. Hache.
—No, no, es Mr. H, la H es muda.
—Lo que sea.
—¿Puedo quedarme aquí en lugar de ir con los demás a Villartuga?
—En base a…
—A que es el funeral de mi abuela.
—¿La séptima?
—Sí, señor.
—Denegado.
—Entooonces… Para asegurar la protección del rey.
—Nadie puede pasar por aquí sin que yo o el Gran Consejero Muchaele le demos su merecido.
—Entooonces… Porque si voy no respiro.
Mr. H cogió aire e hinchó los mofletes.
—Eres un consejero, no necesitas respirar —le señaló el predicador llevándose la mano a la cabeza—. Pero como sé que no me dejarás hasta que lo consigas de acuerdo, quédate. Los demás a lo vuestro.
Todos los consejeros hicieron una reverencia y salieron de la sala.
El predicador cogió una patata, tapó un agujero de la nariz de Trucha y la puso en el otro para que la esnifara.
—Hay que acelerar las cosas.

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Entredichotanto en Villartuga una figura subió los escalones de la destartalada iglesia y entró en el interior que, debido a la falta de muchas tejas, poseía iluminación natural.
En el interior del confesionario el cura se estaba cortando las uñas de los pies. Una salió disparada y atravesó la madera del habitáculo.
—Sí, señor —se decía—, este año ya tocaba.
Sin embargo hubo de detener su aseo por una voz desde el otro lado de la celosía.
—Ave, McSalad purísima.
—Sin cebolla concebida. Cuéntame, hijo.
—Padre… He hecho daño a mi prójima.
Ta la próxima ( o Y o )

9/4/09

Ejercicio de descripción

Si se veía desde fuera y cerrado su apariencia era la de un disco macizo de madera oscura con elegantes vetas que recorrían su superficie de cuatro centímetros de grosor y de casi un palmo de diámetro, lo que hacía difícil sostenerlo sobre la palma de la mano. Lo único que rompía la uniformidad del conjunto era un pequeño cierre dorado que, al apretarse, hacía que la madera se dividiera revelando su interior.
Se abría con una pequeña bisagra interna. Ambas caras internas estaban rodeadas por un borde de pintura dorada. La superior estaba recorrida por una espiral de caracteres con la apariencia de pequeñas hormigas ininteligibles que, al ser también doradas, reflejaban la luz de una forma extraña.
Pero, sin duda, lo más inquietante de aquel mecanismo era su cara inferior, aunque también podría tratarse de la superior dependiendo del punto de vista. En cualquier caso, en esa cara reposaban las tres esferas de lo que aparentaba ser un reloj, aunque tal vez fuera sólo una dividida en tres partes con la forma de tres círculos que se unen al aplicar un compás a los vértices de un triángulo. Todas eran blancas, pero poseían distintos símbolos y un número dispar de agujas aunque todas compartían el símbolo de una estrella de tres puntas en el centro de la triple esfera donde las tres partes se unían.
La superior quizá fuera la más similar a un reloj convencional ya que poseía dos agujas de distinta longitud que se movían al regular ritmo de sus propias horas y minutos, no obstante no estaba numerada del uno al doce, ni siquiera tenía doce números, sino once escritos con numeración romana y con esta secuencia: I, II, III, V, VIII, XIII, XXI, XXVI, LXXXIX y CXLIV. Dentro de esa misma esfera había otra más pequeña cuyo diámetro iba desde el centro de la primera hasta el borde, dando a ésta una apariencia de media luna. Esta esfera "hija" estaba señalada por una línea roja y, aparte de los que usaba la mayor, no albergaba ningún símbolo, además sólo poseía una aguja que permanecía inmóvil y que muchos de los distintos propietarios ninguna o rara vez habían visto moverse.
La esfera inferior izquierda estaba falta de cualquier tipo de anotación y su única aguja no era recta sino que seguía un incomprensible patrón hasta el borde de la vacío de la esfera que sólo era superado por la ilógica de su movimiento que no tenía intervalos fijos e igual avanzaba hacia un lado que hacia otro, tal vez por una pauta tan larga que resultaba inconcebible o por el simple capricho de los hados.
Y la última, de abajo a la derecha, era, si cabía, tanto o más extraño que sus vecinas. Ésta poseía tres agujas de distinta longitud y cada una correspondía a uno de los tres círculos de símbolos concéntricos cuya cercanía al centro era inversamente proporcional a la complejidad y número de los símbolos que, de dentro a fuera, eran siete, once y trece. Ninguna de las tres agujas parecía moverse en la misma dirección ni velocidad sino que cada una dependía de la posición de las otras dos igual que éstas dependían de la suya.
Me resulta imposible saber qué artifice, esperemos que demasiado demente y no demasiado sabio, dio lugar a este mecanismo que no es capaz de ser destruido por medios humanos pues su historia se vuelve borrosa hace unos doscientos años cuando fue expropiado de la biblioteca de un noble durante una revuelta campesina; a partir de ese momento pasó por ocho manos por distintos medios y recorrió cuatro continentes. A día de hoy su paradero se me escapa.

4/4/09

Krónikas dun Khazike X: máscara

Jo, diez ya… ¿Qué? Pensabais que iba a decir algo más? Pues vamos apaña’os…
—A ver —dijo Geekman—. ¿Qué ves aquí?
Khazike miró atentamente la tarjeta que Geekman sostenía en la mano.
—Un coño —dijo al fin.
—Sí, ¿y aquí?
—Dos tetas.
—Genial, ¿y aquí?
—Mmm… ¿Un tucán?
—¡No, hombre, es una urraca!
—Pues, joder, qué mal dibujas.
Geekman se puso de pie en el asiento de la caravana y golpeó la mesa con los puños.
—¡¿Qué has dicho?!
—¡Que dibujas de pena!
—Ah, gracias —respondió sentándose—, últimamente ando mal de oído. ¿No vamos más lentos?
—Tienes razón —concedió Khazike levantándose del asiento, cogiendo un látigo y asomándose por la ventana —. ¡Más rápido haraganes! —gritó hacia fuera acompañando la sugerencia de un par de latigazos.
Fuera todos los pingüinos tiraban de la caravana, así como Alf y el pequeño Rotulador sobre el árido paisaje del desierto.
—¡¿Por qué sólo me das latigazos a mí?! —gritó Alf.
—¡Calla! —dijo Khazike propinándole más latigazos—. ¡Si me hubieses impedido gastarme el dinero de la gasolina en este látigo no estarías así! ¡Y a los demás os advierto que tengo otro de nueve colas!
La velocidad aumentó considerablemente.
—Why?! —gritó Rotulador con su voz metálica.
—¡¿Veis?! ¡Aprended de Rotulador! —instó Khazike—. ¡A él esto le parece guay! ¡Por eso merece un azote! ¡Taka!
—Father! —llamó—. Save me!
Khazike soltaba la misma carcajada que debían soltar los capataces de las pirámides mientras molían a latigazos las espaldas de los hebreos mientras se dedicaba en cuerpo y alma a dejar la espalda de Alf sin varias capas de piel. Angelito, se divertía tanto hasta que algo golpeó la caravana en dirección contraria y cayó de boca al suelo.
Irónicamente ahora la velocidad de los explotados aumentó considerablemente ante la idea de dejar atrás a su explotador y, cuando la nube de polvo que levantaron se disipó, Khazike pudo ver, después de la cagada en la madre de alguien de rigor, al responsable de su percance.
Un tipo bajito, con el pelo largo y una máscara blanca permanecía en pie frente a él.
—¡¿Otra vez tú?! —le gritó Khazike.
—Aún no he cobrado mi venganza —le respondió el enmascarado.
—¿Venganza? Entonces me he perdido… ¿No eras un vendedor de churros?
—¡Claro que no, imbécil!
—¿Entonces?
—¡¿No me recuerdas?! ¡Tú mataste a mi maestro y yo ataqué tu caravana para vengarme, pero me largué por mis cosas!
—Joder, si tuviera que recordar a todos los que he matado y sus respectivos buscadores de venganza se me haría eterno… ¿Cuándo fue eso?
—En Yo, Khazike.
—Ah, eso explica porqué no me acordaba de ti —andas un poco desfasado—, ya tenemos una semisecuela, como Porruto Sin-pudin.
—¡Ya lo sé! ¡Y tengo que seguirte por esta mierda de novela-serie para cortarte la garganta!
—¡Eh! ¡Eh! ¡No insultes a las mierdas! ¡¿Qué te han hecho a ti las mierdas?! Y bueno… La serie tampoco está tan mal, a lo mejor mejoraría si Geekman muriese, pero, ¿qué le vamos a hacer si es una mala hierba?
—¡Geekman es un gran personaje!
—¡Eso no te lo consiento! —gritó Khazike sacando a Marisa y apuntando—. ¡Aquí no hay más personaje bueno que yo!
Apretó el gatillo… Y no ocurrió nada.
—Eeerm… ¿Marisa…? ¡¿Qué?! ¡Claro que tú también eres buena, pero no me jodas aho…!
No pudo acabar la frase porque el esquivar una cimitarra que se acercaba a su cuello peligrosamente doblándose 90 grados hacia atrás era más apremiante. Se apoyó con las manos en el suelo y saltó hacia atrás lejos del alcance del enmascarado que le preguntó:
—¡¿Dónde aprendiste a doblarte así?!
—Me enseñó Neo —le respondió Khazike.
En ese momento Neo, el de Mátrix, con las ropas destrozadas, apareció junto a Khazike y se abrazó a sus piernas.
—¡Pastillas! ¡Dame pastillas rojas! —pidió entre sollozos.
—¡Suéltame, cachoyonqui! —le gritó Khazike intentando inútilmente patearle la boca.
—¡Tío! ¡Tengo el mono! —continuó llorando.
El enmascarado empezó a correr hacia Khazike apuntándole con la cimitarra y gritando como un descosido.
Gracias a una supuesta entidad superior Khazike logró liberar una pierna del abrazo de Neo y la usó como punto de equilibrio para patearle hasta el enmascarado en cuya cimitarra se ensartó cuando estaba a pocos metros de nuestro héroe.
Khazike convenció con rapidez a Marisa de que volviera a disparar y descargó varios cartuchos sobre Neo que le atravesaron y también acertaron al enmascarado. Ambos cayeron derribados.
Khazike volvió a enfundar.
—Por fin. Ya estaba harto de que ese bastardo me asaltase mientras voy en mi caravana, las carreteras son ahora un poco más seguras. Al menos para mí.
Eso se decía mientras se acercaba a los cadáveres para patearlos un par de veces y, si eso, robarles algo de valor. Llegó junto a ellos y empezó a propinar pequeños puntapiés a la cabeza del enmascarado.
A partir de ahí todo pasó muy deprisa de modo que imagináoslo a cámara lenta: se oyó un tremendo zumbido a lo lejos por lo que Khazike giró rápidamente la cara para ver cómo lo que parecían siete tortugas a una velocidad de trescientos kilómetros por hora pasaban por su posición lanzándolo por los aires tras lo que el cadáver no tan cadáver del encapuchado se libró del peso muerto de Neo y saltó hacia arriba intentando ensartar esta vez al idiota correcto para toparse con un pie en la cara cuando ya las tortugas se alejaban en la lejanía.
El de la máscara blanca cayó de mala manera mientras que Khazike logró hacerlo de pie. No obstante el enmascarado logró ponerse de pie antes de que la cosa llegase a mayores.
—¿Sabes que no hay nada que me fastidie más que la gente que dice estar muerta, pero que al final resulta que no? —preguntó Khazike.
—¿Cómo vas a decir estar murto?
—Calla y explícame por qué no has llegado ya al otro barrio.
El enmascarado se abrió la chaqueta mostrando un chaleco antibalas con muchos agujeros.
—Kevlar —explicó.
—Un momeeento… —dijo Khazike fijándose—. ¿Eso no son tetas?
El enmascarado se tapó rápidamente poniéndose de lado.
—No, no lo son.
—Tía, reconozco unas tetas cuando las veo.
—Te digo que no.
—Bueno, chica o no, nadie me toca a mí los cojones sin permiso. ¡Vas a comprobar cómo me las gasto yo con las de tu calaña!

¿La matará? ( o Y o )

1/4/09

Mindfuck

Un mindfuck es una imagen que oculta una pequeña sorpresa y en la que hay que fijarse para encontrarla y a veces esto no pasa, pero aún así hay que insistir. A mí me recuerdan bastante a los típicos libros de "¿Dónde está Wally?" Y como una imagen vale más que mil palabras ahí va una (recomiendo pinchar encima para verla más grande):