9/4/09

Ejercicio de descripción

Si se veía desde fuera y cerrado su apariencia era la de un disco macizo de madera oscura con elegantes vetas que recorrían su superficie de cuatro centímetros de grosor y de casi un palmo de diámetro, lo que hacía difícil sostenerlo sobre la palma de la mano. Lo único que rompía la uniformidad del conjunto era un pequeño cierre dorado que, al apretarse, hacía que la madera se dividiera revelando su interior.
Se abría con una pequeña bisagra interna. Ambas caras internas estaban rodeadas por un borde de pintura dorada. La superior estaba recorrida por una espiral de caracteres con la apariencia de pequeñas hormigas ininteligibles que, al ser también doradas, reflejaban la luz de una forma extraña.
Pero, sin duda, lo más inquietante de aquel mecanismo era su cara inferior, aunque también podría tratarse de la superior dependiendo del punto de vista. En cualquier caso, en esa cara reposaban las tres esferas de lo que aparentaba ser un reloj, aunque tal vez fuera sólo una dividida en tres partes con la forma de tres círculos que se unen al aplicar un compás a los vértices de un triángulo. Todas eran blancas, pero poseían distintos símbolos y un número dispar de agujas aunque todas compartían el símbolo de una estrella de tres puntas en el centro de la triple esfera donde las tres partes se unían.
La superior quizá fuera la más similar a un reloj convencional ya que poseía dos agujas de distinta longitud que se movían al regular ritmo de sus propias horas y minutos, no obstante no estaba numerada del uno al doce, ni siquiera tenía doce números, sino once escritos con numeración romana y con esta secuencia: I, II, III, V, VIII, XIII, XXI, XXVI, LXXXIX y CXLIV. Dentro de esa misma esfera había otra más pequeña cuyo diámetro iba desde el centro de la primera hasta el borde, dando a ésta una apariencia de media luna. Esta esfera "hija" estaba señalada por una línea roja y, aparte de los que usaba la mayor, no albergaba ningún símbolo, además sólo poseía una aguja que permanecía inmóvil y que muchos de los distintos propietarios ninguna o rara vez habían visto moverse.
La esfera inferior izquierda estaba falta de cualquier tipo de anotación y su única aguja no era recta sino que seguía un incomprensible patrón hasta el borde de la vacío de la esfera que sólo era superado por la ilógica de su movimiento que no tenía intervalos fijos e igual avanzaba hacia un lado que hacia otro, tal vez por una pauta tan larga que resultaba inconcebible o por el simple capricho de los hados.
Y la última, de abajo a la derecha, era, si cabía, tanto o más extraño que sus vecinas. Ésta poseía tres agujas de distinta longitud y cada una correspondía a uno de los tres círculos de símbolos concéntricos cuya cercanía al centro era inversamente proporcional a la complejidad y número de los símbolos que, de dentro a fuera, eran siete, once y trece. Ninguna de las tres agujas parecía moverse en la misma dirección ni velocidad sino que cada una dependía de la posición de las otras dos igual que éstas dependían de la suya.
Me resulta imposible saber qué artifice, esperemos que demasiado demente y no demasiado sabio, dio lugar a este mecanismo que no es capaz de ser destruido por medios humanos pues su historia se vuelve borrosa hace unos doscientos años cuando fue expropiado de la biblioteca de un noble durante una revuelta campesina; a partir de ese momento pasó por ocho manos por distintos medios y recorrió cuatro continentes. A día de hoy su paradero se me escapa.

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