30/12/10

El espadachín

Aquella mujer le había robado el corazón.
Hombre alguno pudo nunca hacer tambalear su acero. Era temido y hacía ley de su palabra.
Pero su entendimiento se tornó un bosque de otoño bajo sus ojos. Siempre tan ágil, tan fuerte. Jamás retrocedió ante la fuerza de su espada.
El hierro puede cantar mejor que cualquier diva.
Ella grita el nombre de su amor. Ahora tan pálido, tan frío.
¿Cómo poner tanto metal entre ambos? ¿Cómo arrancar una sola chispa a esa diosa de fuego? Silente, se entregó.
Aquella mujer le había robado el corazón con tres cuartas de acero.

26/12/10

A ver si me entero

«—Vamos a repasar, a ver si me queda claro esto de la navidad.
—Como quieras.
—¿Consiste en que un señor con barba que te vigila durante todo el año te recompensa si te portas bien y te castiga si eres malo?
—Hombre, pues más o menos...
—¿Y Jesús no tiene nada mejor que hacer?».

24/12/10

Tenebrae Luxque Stellarum - 4

Ésta es la cuarta parte. La historia empieza aquí.
Ultima pars: E morte
—¡Lady Maria, no puede abandonar sus aposen...! —empezó a gritar un guardia.
No tuvo tiempo de acabar la frase antes de que la desbocada Maria le derribara placándole con el hombro, cosa que consiguió más por la sorpresa del guardia que por su propia fuerza. Se rasgó la falda y esquivó corriendo al otro guardia.
Recorrió todo el camino a la carrera hasta el patio de armas, esquivando a guardias y asaltantes. Casi pasaba desapercibida en el caos de la batalla. Cuando llegó hasta allí, pudo ver a través de una arquería que conducía a la torre, cómo Draco y Ralse estaban batiéndose y cómo Ralse desarmaba a aquél mientras ella corría hacia allí.
—Aquí se acaba todo, Draco —dijo Ralse, apoyando la punta de su espada contra el pecho de su contrincante—. ¿Tienes algo que decir?
—Sólo puedo decirte que ha sido un digno combate —reconoció Draco—, pero has cometido un error.
—¿Cuál? —preguntó Ralse, intrigado.
—Esto no es un duelo al amanecer, esto es la guerra.
Ralse iba a abrir la boca para preguntar cuando...
—¡Draco! —se oyó gritar a Maria que corría hacia la escena.
Ralse giró un segundo la cabeza para mirar a la princesa. Draco aprovechó ese momento.
Sonó un disparo y Maria se detuvo en seco llevándose las manos a la boca.
Segundos más tarde Draco continuaba contra la pared, sosteniendo un revólver humeante. Ralse estaba tendido en el suelo y, aunque una mancha oscura empezaba a extenderse alrededor del agujero quemado de su vientre, no había soltado la espada.
—Maria, mi esposa... —dijo Ralse con un hilo de voz—. Siento que hayas tenido que venir para verme morir.
Maria no pudo responder. Había soñado noches y noches con ver morir a Ralse, pero ahora se sentía culpable por ello.
—Aral, ayúdame a sentarme contra el muro —pidió Ralse—, no quiero morir tirado en el suelo.
Aral, con los ojos cubiertos de lágrimas, no pudo sacar fuerzas para responder «sí, señor», sólo pudo acercarse y levantar con dificultad al príncipe. Ralse no se sorprendió cuando sintió una mano más fuerte, la de Draco, sujetándole por el otro brazo. Juntos lo depositaron contra el muro, como había pedido.
Los tres se arrodillaron a su alrededor. Mientras las entrañas le ardían, con un hilo de voz apenas audible sobre el clamor que llegaba de la batalla, se despidió.
—Maria, me llevo la felicidad de haber sido tu marido durante mis últimos días. Sólo lamento que no hayas tenido tiempo de llegar a amarme como yo te amo.
Tosió y dejó escapar un quejido, antes de volverse hacia Draco.
—Draco, tú también has sido un digno adversario —reconoció—. No te guardaré rencor en el más allá si me prometes que cuidarás de Maria.
—No te quepa duda.
Ralse sonrió y, con un soberano esfuerzo, tomó la mano de Maria y la de Draco y las juntó para luego mirar al último del que podía despedirse.
—Y tú, Aral, olvida el ejército, la guerra sólo trae lo que ahora ves. Conviértete en un buen hombre... Puedes empezar por correr a buscar al capitán de la guarnición del castillo y decirle que el príncipe Ralse ordena, en su lecho de muerte, que se detenga el combate y se deje ir a los rebeldes... Y a lady Maria. Coge el sello de mi dedo, así te creerá.
Aral obedeció pronto. Ya no lloraba, pero sólo porque no le quedaban más lágrimas. Salió corriendo hacia el patio a cumplir la última orden de su señor.
Ralse se quedó rodeado de la única mujer a la que alguna vez amó y de su asesino, pero no miraba a ninguno de ellos, tenía la vista fija en el cielo.
—Las estrellas... —dijo con su último aliento—, ahora parecen tan cercanas...
Y cerró los ojos. Se durmió por la pérdida de sangre y no volvió a despertar.
El capitán de la guarnición obedeció y Maria, Draco y todos sus hombres abandonaron Garou al amparo de la noche, bajo un manto de estrellas. Ahora eran rebeldes, perseguidos por una de las naciones más poderosas del mundo, pero la casa real de Ocentia seguía teniendo amigos entre los enemigos de Raenia, estarían bien.
Poco se sabe de cómo terminó la historia de amor entre Draco y Maria, pero las estrellas cuentan que ella nunca olvidó a Ralse, a pesar de todo lo que en su día lo odió.

16/12/10

Nuestra señora

Purísima, amandísima, inmaculadísima. Nuestra señora. Nuestra señora de los suspiros. Nuestra señora de la risa y el profundo dolor, que se hunde en el alma, que hiere con lo inalcanzable. Bendito es el fruto de su vientre. Preñada de salvación y fuego infinito. Reza, por mí, sálvame de este infierno de hielo, no puedo tragar una aguja más. Mi señora, mi señora terrenal...

15/12/10

Tenebrae Luxque Stellarum - 3

Ésta es la tercera parte. La historia empieza aquí.
Tertia pars: Cor fortius
La noche había dejado caer su manto sobre Garou, pero había dejado a las estrellas para dar la esperanza de un nuevo amanecer. En su despacho del castillo que presidía la ciudad, Ralse rellenaba y firmaba cada vez más y más documentos. Ocupar un país le resultaba pesado.
—Aral —llamó a su paje, un muchacho de trece años—, trae mas tinta, creo que esta noche va a ser larga.
—Sí, señor.
Era un chico de buena disposición y cumplía ampliamente su cometido, pero Ralse sabía que tendría que buscarse otro ayudante en cuanto encontrase puesto en un buque de guerra. Su sueño era volar.
Le llegó la tinta y continuó con lo que estaba haciendo. Otra firma en un documento de amnistía para un noble ocentiano y su casa, dándole la bienvenida a la protección de Raenia. Ralse no confiaba en la mayoría de ellos, sólo habían hincado la rodilla cuando todo estaba perdido, pero le preocupaban los que lo habían hecho antes de que Raenia realmente se impusiera. No puedes tener fe en que alguien que ha traicionado a su señor sin encontrar castigo no volverá a hacerlo en cuanto tenga oportunidad.
Pasados unos pocos minutos empezó a oírse un clamor ahogado que parecía venir del patio de armas. Pronto se hizo molesto para el príncipe.
—Aral, ve a ver qué pasa ahí fuera y a ver si puedes hacer que hagan menos ruido —mandó.
El chico entonó otro «sí, señor» y se dirigió diligente a la puerta, pero antes de que pudiera alcanzarla se abrió de golpe y tras ella apareció un soldado con los colores rojos de Raenia.
—¡Mi señor! —exclamó entre jadeos, extenuado por la carrera—. ¡La fortaleza está siendo atacada!
Al oír esto Ralse se alzó tras su escritorio y se llevó la mano instintivamente a la espada.
—¿Quién? ¿Cómo ha sido posible?
—Una compañía superviviente de Ocentia, señor, unos cien hombres. Entraron haciéndose pasar por trabajadores civiles y nos cogieron por sorpresa.
Ralse se temía lo peor.
—Yo mismo iré a comandar la defensa —dijo—. Tú ve a los aposentos de lady Maria y asegúrate de que está bien protegida —atravesó el despacho a paso firme, directo hacia la puerta—. Aral, conmigo.
Príncipe y paje descendieron de la torre directos al patio. A medida que bajaban las escaleras oían un grito entremezclado con el caótico sonar de la batalla, cada vez más fuerte:
—¡Maria! ¡Maria!
No tuvieron que llegar al patio, en la antesala que llevaba a la torre estaba Draco, solo, con la espada en mano y la garganta destrozada de gritar el nombre de su amada.
—Aquí no la encontrarás, Draco —le dijo Ralse—. Vete ya.
Draco se giró hacia él, sobresaltado, y señalándolo con la punta de su espada le inquirió:
—¿Cómo sabes mi nombre?
—No puedes ser otro que el hombre que puso en jaque a mis ejércitos en Belar.
—Y tú no puedes ser otro que Ralse. ¿Dónde está Maria?
—Qué osadía por tu parte llamar por su nombre de pila a la princesa consorte de Raenia —le corrigió Ralse quitándose la chaqueta.
—¡No lo será si te mato! —gritó lanzándose como una furia sobre su contrincante.
Ralse se quitó de un tirón la chaqueta y se la tiró a Aral mientras que con la otra, en un rápido movimiento, tomaba su espada y rechazaba la fuerte estocada de su rival.
Ambos contendientes cruzaron sus espadas. La cara de Draco estaba descompuesta por la ira mientras que Ralse sonreía intentando disimular el esfuerzo que precisaba para enfrentar a Draco.
—¿Has puesto en juego la vida de tantos hombres sólo para conseguir a Maria? —le preguntó Ralse mientras seguían cara a cara—. Qué egoísta.
—También es su princesa.
—Pero no su amante.
Draco se libró de su contrincante con un fuerte empellón y le lanzó otra serie de estocadas que Ralse desvió con gracia. Ambos caminaron en círculo, con la espada, en reposo, estudiándose mutuamente.
—¿Dónde está Maria? —insistió Draco.
—¿De verdad la amas? —preguntó a su vez Ralse, esquivando la pregunta de Draco.
—Estoy arriesgando mi vida por ella.
—¿Por ella o por tu egoísmo? ¿No comprendes que si me matas y te la llevas la condenarás a una vida fugitiva que sólo la llevará al paredón...? A ambos más bien.
—Es mejor que dejarla contigo —Dio dos estocadas más y después de que Ralse las detuviese él a su vez detuvo las contrarias—. Tus fines sí son egoístas. Ni siquiera la amas, sólo quieres su corona.
—No seas necio. Claro que la amo, por eso busco la paz, sólo en un mundo en paz estará segura. Aunque para ello antes que dominar a todos los pueblos de la tierra.
Avanzó hacia Draco y le lanzó un tajo desde arriba que el maltratado soldado apenas pudo parar. La ventaja estaba de parte de Ralse pues, aunque él sólo dominaba el esgrima que se podía aprender en un salón o un duelo de caballeros mientras que Draco era ya un veterano, éste estaba cansado y herido.
—¿Entonces tú también la amas? —jadeó Draco.
—Desde hace años —replicó Ralse—. Cuando nuestros países aún eran aliados visitamos la corte de Ocentia y la vi de niño. ¡A ella y a ti! —Lanzó otra fuerte estocada—. ¡Y desde entonces no he podido olvidarla! ¡Maria es mía!
Con un rápido giro de muñeca atrapó la espada de Draco con la suya propia y la arrojó lejos. Colocó la punta contra el pecho del soldado y lo empujó hasta colocarlo contra un muro cercano.
—Aquí se acaba todo, Draco —le explicó—. ¿Tienes algo que decir?

14/12/10

¿Qué mejor?

¿Qué mejor sitio para estar que tu cabeza? Que se lo digan al vagabundo que vive en tu pelo.

Puertas automáticas

Las puertas automáticas son unas antipáticas; ni siquiera te dejan que les des la mano antes de entrar.
Pero lo de las puertas giratorias es exagerado, con ésas hasta tienes que bailar.

11/12/10

Luna nueva, luna llena

¡Oh, musa!
Suenan mis pasos. Me miran ojos siderales.
Luna vieja, sabes
que vivo en una ciudad de sal. Que me escuece hasta retorcerme. Pero no temas, no llores.
Luna madre, dime
en qué parte de este erial. ¿En cuál debo clavar mi báculo? ¡Que brote el manantial! ¡Que limpie mis heridas! ¡Que lo arrastre todo!
Luna doncella, sólo te digo
gracias.
Luna nueva, luna llena. Llena de sangre y de vida nueva.

9/12/10

El cazador de momentos

Tictac. Conocí a un nigromante. Hacedor de piedras filosofales. Mezclador de sulfuros. Tictac. Capturaba momentos. Usaba una red con hilos de diamante. Tan brillante que aturdía a los momentos antes de capturarlos. Tictac. Los mataba. Los disecaba con maligna alquimia. Los clavaba con alfileres argentinos. Tictac. Vivía sólo para capturar momentos. Los hacía suyos para que no volaran más. Y decía que así no los olvidaría. Tictac. ¿Cómo podía olvidar algo que no ha vivido? ¿Algo que murió antes de que pudiera verlo volar? Tictac. Con su húmedo dedo pasaba las páginas de su blanco álbum. Y observaba las alas iriscentes de momentos multicolor. Tictac. Los mostraba a sus amigos. Alardeaba de momentos muertos. Hablaba de una vida que sólo existía clavada en la pared. Tictac. Y la vida de verdad se escapaba. El reloj sonaba con cada momento que se escapaba volando. Y sólo le quedaban cadáveres. Tic. Tac.

8/12/10

Calma

No intenten ajustar la imagen, no le ocurre nada a sus monitores.
Simplemente, por fin, he decidido usar una plantilla que haga las cosas más legibles. Salvo por los colores y un par de cosillas no ha variado mucho la cosa. Atentos, que a lo mejor voy modificándola según me dé la picá.
Oh, html nuevo, será como hacerlo con una virgen...