29/9/12

Tynok el Bárbaro - 6

—Esto no nos sirve para nada, debemos ir más atrás.

—Ssí, maesstro.

Dicen que en las montañas coronadas de nieve de Hooglandia un hombre que no las conozca podía morir en menos de un día. Tynok nunca había escuchado decir esto, lo dijese quien lo dijese, pero lo estaba experimentando por sí mismo en un abrigo de roca, sentado junto a un cadáver congelado, mientras fuera el viento helado cortaba como si fuera una ráfaga de hachas de guerra.

Aun estaba confuso. Días atrás no era más que un perro que paseaba feliz con su amo, hasta la llegada del hechicero y su crueldad. A él lo había transformado en humano, le había dado fuerza y raciocinio, pero solo para que matase a su amo con sus propias manos. Las mismas manos que ya tenía muy entumecidas.

Intentó seguir al hechicero, que se había internado en las montañas. Mas su necedad lo había llevado a la perdición; no había forma de que él pudiese cruzar las montañas más altas del mundo conocido por sus propios medios y sin apenas provisiones o herramientas.

Había recorrido los riscos, escalado cuando no le quedaba más remedio, a duras penas cazado alguna de las cabras montesas que vivían en esas alturas, pero todo había sido inútil; había acabado perdiéndose. Probablemente nadie pasase jamás por donde él estaba y su compañero le susurraba al oído que correrían la misma suerte.

Tras días de arrastrarse por la nieve y las rocas afiladas se había levantado un temporal que había conseguido desviarlo definitivamente. Se refugió en una hendidura de la montaña y allí encontró al muerto. Por lo bien conservado que estaba, Tynok podría haber pensado que no hacía mucho que había pasado a la otra vida, pero sospechaba que era el frío lo que lo mantenía en buen estado y que nadie lo había encontrado porque se había perdido como él. Nadie los encontraría jamás.

El muerto estaba cubierto de lo que parecían tatuajes mágicos, aunque no les había dado más importancia que a sus pertenencias. Lo había despojado de su casco; media esfera de bronce con pequeños cuernos. Había hecho suya su gran hacha de guerra, que sería un sustituto más que bienvenido para su cuchillo de pedernal. Y sobre todo había cogido sus pantalones de extraño cuero azul, que se había conservado inusitadamente bien. No obstante eso y las pocas pieles que había traído consigo no serían suficientes para protegerlo del mortal abrazo del frío.

—Eso no te servirá de nada, bárbaro —le dijo el cadáver—. Hombres mejores que tú han dejado su vida en las montañas de Hooglandia.

—Cállate, no hablo con muertos.

Su voz se convertía en vaho nada más escapar de sus labios.

—No tendrás a nadie más para hablar cuando tú mismo lo estés.

El cadáver emitió un sonido horrendo, como un entrechocar de hueso y piedra. Probablemente era su risa.

—No voy a morir.

—Aquí no hay gusanos, cuando mueras te quedarás como yo.

—No voy a morir.

—El próximo vivo que veas solo querrá arrancarte tus pertenencias de tu cuerpo entumecido como tú me las has robado a mí. Eres muy desconsiderado —rio.

—¡No voy a morir!

—¡Claro que vas a morir necio! ¡Todos los hombres mueren! ¡Tú morirás aquí sin que nadie lo sepa! ¡Solo yo!

—No voy a morir antes que el hechicero. No voy a morir antes de verlo retorcerse entre mis manos.

—¿Y cómo esperas hacer eso?

Otra risa. Tynok sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo, no sabía si por la risa del muerto o por el frío.

El cadáver se puso en pie y extendió los brazos.

—Nadie llegará aquí jamás y no hay salida posible.

Tynok se puso en pie a su vez para estar a su altura.

—¡Saldré en cuanto amaine el temporal! ¡Te dejaré aquí para que termines de pudrirte!

Otra risa.

—¡El temporal no parará jamás, necio!

—Eso es una locura, tiene que parar.

—Alguien que habla con un muerto sin duda sabe lo que se dice cuando afirma que algo es una locura.

—¡Cállate! —Le dio la espalda—. Yo no hablo con muertos...

—Estás loco —le susurró el cadáver al oído—. Y pronto estarás muerto.

Tynok se giró rápidamente y le dio un puñetazo en la mandíbula.

El muerto trastabilló, pero pronto se recuperó y saltó sobre el bárbaro, haciéndolo caer. Ambos rodaron por el abrigo de roca golpeándose hasta salir a cielo abierto. Tynok consiguió colocarse encima y agarrar al muerto del cuello, que aun así no paraba de reírse y al mismo tiempo de decir:

—¡Estás muerto, Tynok el Hooglando! ¡Estás muerto, Tynok el Hooglando! ¡Estás muerto, Tynok el Hooglando!

—¡No! ¡No! ¡No! —gritaba Tynok mientras apretaba las manos alrededor del cuello muerto de un cadáver y sacudía su cabeza contra las rocas el risco—. ¡Tú estás muerto! ¡Yo no! ¡Tú estás muerto! ¡Cállate! ¡Cállate!

Así lo encontraron los exploradores de la expedición gala cuando se adelantaron para comprobar si la ruta era segura ahora que había pasado el temporal.

En la vida real Tynok sí está tan cachas.
Aunque su hacha es más grande.

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