6/9/12

Tynok el Bárbaro - 5

Los débiles brazos de Vilenius no los llevaron hasta los barcos como a Tynok le hubiera gustado, pero finalmente alcanzaron el Atra Nox cuando los primeros rayos de sol ya despuntaban por encima de las montañas del este.

Incluso antes de eso Tynok ya llevaba un rato gritando a pleno pulmón «¡deteneos! ¡Es una trampa!». Eso mismo gritaba cuando subió a cubierta y es difícil no prestar atención a un bárbaro que está gritando con todas sus fuerzas, de forma que los marineros se acercaron a ver qué demonios quería.

—¡Llevadme ante el captán! ¡Rápido! —siguió gritando—. ¡O será vuestra perdición!

Los marineros se miraron entre ellos consternados y confusos, probablemente pensaban que había enloquecido. Uno de los contramaestres presentes alzó el brazo para dar orden de que lo apresaran cuando una voz grave profunda les llamó la atención desde el castillo de popa.

—¡Contramaestre! —gritó el capitán Dientenegro, asomado como una enorme sombra desde la baranda. Realmente no le hacía falta gritar para que su potente voz llegase hasta donde estaban Tynok y los marineros, pero desde luego era imprescindible para dejar clara su autoridad.

—¿Señor? —replicó el contramaestre.

—¡¿A qué se debe ese jaleo en mi navío?! ¡¿Y por qué esos hombres no están en sus puestos para la batalla?! ¡¿He de haceros pasar por la quilla?!

—No, señor, el bárbaro ha vuelto, señor.

—¡No hay que armar tanto alboroto por eso, el destino de los desertores está claro!

—Sí, mi capitán.

El enorme pirata ya se retiraba a otros menesteres cuando oyó la voz del bárbaro.

—¡Dientenegro! ¡Tienes que escucharme aunque sean mis últimas palabras!

—¡Por la polla de Poseidón... está bien, traédmelos!

Hablaba también por Vilenius, al que no le gustaba el espectáculo con el que se había topado al terminar de subir. Él y Tynok fueron conducidos a presencia del capitán.

—Tienes agallas, hooglando —reconoció Dientenegro—. ¿Qué es eso tan importante que tenías que decirme?

—Has sido objeto de un terrible engaño, capitán —explicó Tynok—. Tú y Perro Rabioso.

—Bobadas, ¿pero en qué decís que consiste exactamente dicho engaño?

—Un brujo con una nave invisible llena de muertos os disparó ayer para que os enfrentaseis.

Dientenegro le miró atónito una fracción de segundo antes de echarse a reír a carcajadas. Los que estaban cerca le acompañaron, pero con cierta aprensión.

—Por amor del cielo, hooglando, los barcos fantasma no son más que cuentos de viejas.

—Yo pensaba exactamente lo mismo antes de ver lo que vi.

—Está bien, ¿y cómo pudiste verla si es invisible?

—No lo es todo el tiempo. ¿Qué necesidad tiene cuando está en una cala oculta al este de aquí?

—Es una buena historia, pero careces de pruebas.

—No es cierto.

Tynok hizo ademán de sacar algo del bolsillo de sus pantalones de cuero azul. Dientenegro tomó la empuñadura de su espada, pensando que podría intentar atacarlo, pero lo que hizo el bárbaro fue extraer una cosa negra del bolsillo y lanzarla a sus pies. Dientenegro sacó con calma la espada, ensartó el objeto y lo levantó para estudiarlo mejor.

—¿Una mano muerta? —preguntó.

—En efecto, de uno de los muertos del barco.

—Pero esto no prueba nada, bárbaro. Podrías haberle cortado una mano al primer... —Se detuvo en seco cuando vio que los dedos de la mano sin vida se movían solos—. ¡Por los coños húmedos de mil nereidas!

—¿Ahora me crees, Dientenegro?

Se limitó a asentir y en seguida dio instrucciones a un contramaestre de que hiciera señas al Cane di Mare para informarlo de que quería parlamentar.

Los dos capitanes hablaron, creyeron la historia de Tynok y, para alivio de este, no lucharon. Sus muestras de amistad fueron incluso más efusivas que el día anterior y juraron sobre las tumbas de sus padres en Sandosa que darían caza a esa nave de la perdición... pero al día siguiente, porque esa noche organizarían otra celebración.

Durante ella Tynok estaba bebiendo de un tonelete de vino nalpisitano en la cubierta del Cane di Mare. Estaba solo porque Vilenius se había ido a ocuparse de alguno de sus asuntos, tampoco le interesaba mucho el tema. No obstante su tranquilidad se vio rota cuando se acercó a él Fiero, el segundo de a bordo del Atra Nox, aquel que se había reemplazado el ojo izquierdo por una lente mecánica del color de la sangre.

—Estás hecho todo un héroe, Tynok —le dijo.

Tynok asintió con un gruñido de aceptación. Aunque le resultaba extraño que Fiero se dirigiese a alguien con tanta naturalidad.

—Pero no fue así cómo pasó —añadió el segundo de a bordo—. Esto no es realmente un recuerdo, Tynok, es solo como te gustaría que hubiesen sido las cosas.

De pronto Tynok supo que tenía razón, después de dejar la galera de velas negras él no había vuelto a estar a bordo del Atra Nox.

No tuvo que esforzarse, el propio recuerdo lo envolvió y se encontró de nuevo en la barca, blandiendo su hacha contra los muertos mientras Vilenius remaba. Cada uno que se asomaba recibía rápidamente un tajo lo suficientemente fuerte para volver a arrojarlo al agua, pero era inútil, pues por mucho que los hiriera volvían a atacar a no ser que los destrozara del todo. Repentinamente soltó un grito cuando uno de los muertos, apenas un tronco sin piernas, le clavó las uñas podridas en la pierna después de haberse arrastrado hasta ahí sin que él se percatara. Tynok vaciló un instante y otro muerto que estaba ya en la barca saltó sobre él y los tres cayeron al mar.

Vilenius, luchando contra su potente instinto de conservación, dejó de remar y miró el agua, para ver qué había sido de su compañero. Se asustó y echó mano de su por el momento inútil revólver cuando vio una cabeza de muerto surgir del agua y luego otra, pero pronto comprendió que estaban cortadas y rematadas. Tynok salió tras ellas casi sin respiración y Vilenius tuvo que ayudarlo a volver a la embarcación.

—Buen trabajo, su barbaridad —felicitó. Luego miró a su alrededor—. Parece que ya no nos siguen.

—Rema, Vilenius, no tenemos mucho tiempo.

Era cierto, cuando el Atra Nox y el Cane di Mare estuvieron a la vista, comprobaron que ya estaban enzarzados en la batalla. El humo se elevaba de ambas naves, que ya parecían bastante maltrechas. No había nada que pudieran hacer ya salvo mirar.

Pero lo peor estaba por llegar: cuando ambas naves estaban ya prácticamente derrotadas y los hombres las abandonaban, la galera negra surgió de su escondite, perfectamente visible ahora, y comenzó a rematarlos. Tynok apretaba los puños con tanta fuerza que parecía que los nudillos le iban a reventar. Vilenius simplemente tenía cara de póquer mientras observaba cómo los muertos de la nave negra se sumergían y buceaban para recoger los cadáveres frescos de los marineros ahogados. Esa había sido su intención desde el principio, aumentar fácilmente su tripulación... Terminaron pronto y la galera empezó a alejarse antes de volverse de nuevo invisible.

—¡No! ¡No! ¡No!

—¡Calmaos, señor, vais a hacer volcar la barca!

—Esto clama venganza, Vilenius.

—No seré yo quien os discuta en eso, su barbaridad —contestó Vilenius, remando hacia la costa.

—Tenemos que ir a Sandalia, ahí es donde el capitán dijo que se dirigía. ¿Está muy lejos de aquí?

—No mucho, más o menos el trayecto de aquí a Broma. Pero Sandalia es una isla, no pensará llegar con esta barquichuela...

—No, lleguemos hasta la costa, ya se nos ocurrirá algo.

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