1/9/12

Tynok el Bárbaro - 4

Tynok remaba en el bote que él y Vilenius habían tomado prestado del Atra Nox. El bárbaro estaba decidido a evitar que los piratas se enfrentasen a los mercenarios en una batalla sin sentido y para eso tenía que encontrar la nave de velas negras que había visto ocultarse en la cala de la costa de Nalpisi. No estaba muy distinto a como se le describió en un primer capítulo que todavía no ha ocurrido: su fiel hacha de guerra estaba colgada a su espalda, ya tenía su yelmo heladio modificado y seguía con el torso desnudo, pero aún llevaba los pantalones que arrebató a un cadáver congelado en las montañas de Hooglandia, una rara prenda de cuero azul y rugoso. Sin duda le dolerá tener que desprenderse de ellos en el futuro...

Vilenius, por su parte, no estaba muy seguro de que hubiera más nave negra que la propia Atra Nox, pero aun así seguía a su bárbaro amo porque realmente lo prefiere a los piratas en cierta forma. Estaba sentado en el otro extremo del bote, limpiando su revólver y comprobando el estado de sus balas caseras. Los pistolia bromanos eran armas antiguas, de los tiempos en que los dioses caminaban por la tierra; este en concreto había pertenecido a su familia durante generaciones. Y ya que estamos hablando de él, probablemente alguno desee ya saber qué aspecto tenía el Traidor. Llevaba una sencilla túnica de lana teñida de oscuro, sandalias y gafas de sol, lo cual  era lo mínimo que se esperaba en cuestiones de vestimenta de un habitante de Broma. Pero él además había añadido a su atuendo un sombrero fedora negro que, en sus propias palabras, le hacía sentirse más cómodo cuando pateaba las calles de aquella ciudad podrida. Aunque en realidad lo llevaba siempre por poco podrida que estuviera la ciudad, lo llevaba aunque ni siquiera estuviesen en una ciudad. Sin embargo, los que sí debían estar podridos eran sus pulmones, pues los pocos momentos en los que no se lo veía con un cigarrillo en la boca era cuando estaba liando el siguiente y a veces ni entonces paraba. Según él fumar le hacía más cool y ningún ciudadano bromano podía permitirse perder su coolness, aunque se tratase de un exiliado como él.

El sol ya se había puesto hacía horas y no era buena idea navegar de noche en una barquichuela aunque hubiese luna llena, de modo que Tynok se apresuró con los remos y no tardaron mucho en  alcanzar el lugar por el que la nave negra se había perdido entre los acantilados. En efecto había una importante abertura que sin embargo pasaba fácilmente desapercibida para cualquiera que no se acercase lo suficiente a ella, lo cual era prácticamente todo el mundo, pues navegar cerca de los acantilados del sur de Nalpisi era prácticamente una condena a muerte.

—¿Ves, Vilenius el Traidor?, te dije que aquí había algo.

—Aquí solo hay agua que yo vea, su barbaridad. Lo mejor será volver ya, no encontraremos nada.

—Si apenas hemos entrado, seguro que este sitio no es tan virgen y recatado como parece.

Vilenius sonrió ante la broma, pero no se rio. No consideraba que reír entrase entre las cosas que un ciudadano bromano debiera hacer en público.

—Muy bien hilado, señor.

Poco tardó en pronunciar esas palabras, pero menos tardaron en terminar de internarse en la cala y descubrir ahí una gran galera con el casco y las velas tan negras como la noche que ya se cernía sobre ellos. Debía tener más de treinta metros de eslora. ¿Cómo demonios había hecho para sortear los bajíos? ¿Cómo había podido pasar totalmente desapercibida a los ojos de las otras dos naves? Vilenius no sabía la respuesta a estas preguntas aún, pero sí sabía maldecir en su lengua materna:

—Mater mea mala putra est! —exclamó tan sorprendido que el cigarro se le cayó de la boca. Not cool, sus antepasados lo miraban con disgusto.

—Reponte, Vilenius —le ordenó Tynok—, vamos a abordarlo.

—¿Señor?

—Para eso he traído la cuerda. Nos acercaremos y treparemos hasta la cubierta.

—No creo que sea lo más cauto, si me permitís decirlo, oh pisoteador de tronos enjoyados.

—No hay luces en el barco, no se oye ningún ruido ni se ve a ningún vigía, es como si no hubiese nadie, así que no creo que haya problemas.

—Eso es lo que más me preocupa, su barbaridad.

Tynok terminó de llevar el bote junto al barco y empezó a probar a lanzar el gancho.

—¿No conocéis las historias de barcos fantasma? ¿Naves malditas tripuladas por los muertos?

Por fin el gancho se enganchó en algo, como era su maldito trabajo. Tynok tiró un par de veces para asegurarse y comenzó a subir.

—Sí las he oído, pero no me creo los cuentos de viejas. Cuando esté arriba tiraré tres veces de la cuerda para indicarte que puedes subir. Si es que no estás demasiado  asustado.

—Un bromano no conoce el miedo, señor. Pero sí la prudencia.

—¡Lo que tú digas! —le gritó, pues ya estaba a cierta altura. Vilenius se llevó la mano a la cara.
Se preguntó si tendría tiempo de liarse un cigarro ahí abajo. La cuerda no tardó dos latidos en moverse después de que pensara eso; el norteño escalaba como uno de esos pequeños monos de Kefrut.

A él le llevó un poco más, pero no tardó demasiado en alcanzar la cubierta de la nave negra. Estaba tan vacía como había adivinado el bárbaro, que en ese momento inspeccionaba la puerta que llevaba al interior del castillo de popa. Vilenius se agachó para tocar la cubierta. No había rastro de marineros, pero estaba limpia de ese mismo día. Probablemente estuviesen durmiendo en los bancos de remo bajo la cubierta, ¿pero por qué no había vigías? ¿Tan confiados eran?

Cuando se acercó hasta Tynok iba a decirle algo, pero el bárbaro lo acalló rápidamente llevándose un dedo a los labios y le indicó por señas que pegase el oído a la puerta.

En el interior se oía la voz de un loco que parecía hablar consigo mismo.

—Sí, señora, descuidad. El Cuervo pronto estará en vuestras costas con toda la tripulación necesaria, listo para hacer como ordenéis. Sí. Sí, señora, con los que reunamos mañana tendremos suficiente para emprender el viaje, recogeremos más de paso por Sandalia. Sí, desde luego, ¿cómo podría olvidar mantener en buenas condiciones el sistema de camuflaje óptico? Oh, disculpadme si os molesta; hablo en voz  alta porque me hace sentir más cómodo cuando me leéis el pensamiento. Sí, descuidad. ¿Cómo? Ah, ahora mismo me ocupo. Que los dioses os sean favorables, oh, reina.

No hubo más palabras.

Tynok y Vilenius se miraron entre ellos y se apartaron un poco de la puerta para poder hablar entre ellos.

—¿Qué tendrá que recoger? ¿A lo mejor quiere robar barcos? ¿Los de nuestros amigos concretamente?

—No estoy seguro, señor. A lo mejor solo es un pobre loco que vive solo en este barco.

—No, yo vi la nave venir hasta aquí, es imposible que la gobernase por sí mismo.

—En cualquier caso deberíamos salir de aquí con cautela y avisar a...

Antes de terminar la frase los instintos de Vilenius el Traidor se habían despertado. Desenfundó rápidamente su pistola y disparó girándose rápidamente. La bala la recibió un hombre no muy lejos de allí. O al menos parecía que en algún momento había sido un hombre, pues ahora era una criatura hinchada y amoratada, cubierta de algas y extraños cables metálicos, con la cara paralizada en un rictus de dolor. Pero lo peor de todo era que a pesar de haber recibido un tiro en el estómago seguía moviéndose y que por la trampilla que conectaba la cubierta con la bodega salían más.

—¿Creéis ahora en barcos fantasmas, su barbaridad?

Tynok se limitó a responder sacando su hacha.

Por la puerta del castillo de popa salió otra criatura. Esta habría pasado perfectamente por el capitán de un trirreme heladio si su espesa barba no hubiese estado formada por serpientes siseantes y en sus manos no despidiesen sospechosas chispas eléctricas.

—¡Los quiero vivos! —gritó alzando el puño a las criaturas, que cada vez eran más—. ¡Quiero saber lo que saben!

A Tynok le pareció que algún cadáver se reía de que su amo hubiese repetido dos veces un verbo en la misma frase, pero en realidad no era más que un rictus de dolor aun más espantoso que el anterior. Y la verdad es que el asunto no estaba para risas, pronto los rodearían. Tynok destrozó con su hacha a uno de los más adelantados.

—¡Corre, Vilenius! ¡Al agua! —ordenó Tynok

—¿Qué? —preguntó el Traidor.

—¡Necios! —exclamó el supuesto capitán del Cuervo.

Corrieron todo lo que pudieron hasta la borda y saltaron por ella. Hubo suerte de que lo hicieran por el mismo lado en el que estaba su bote y no muy lejos. Vilenius llegó primero hasta él, cogió los remos y empezó a hacerlo avanzar. Tynok tuvo que alcanzarlo a nado.

—Maldito seas, cobardica.

—Solo ganaba tiempo, no me cabía duda de que me alcanzarías.

—Además, será mejor que reme yo, excelencia. Mi revólver se habrá mojado y vuestra hacha nos hará falta.

—¿Por qué?

Vilenius le hizo una señal con la cabeza, Tynok miró hacia atrás y vio cómo los cadáveres los seguían a nado.

A partir de ese momento tuvo que cortar cuellos de muertos cada vez que los veía salir del agua durante todo el camino hasta el lugar donde los dos barcos, pirata y mercenario respectivamente, habían acordado encontrarse. En ese momento aún faltaba una hora para el amanecer, pero los dos navíos ya estaban en sus puestos y aprestándose para la batalla. Debían darse prisa para advertirlos del engaño.
En la vida real Vilenius no está tan bueno.
En la vida real ni siquiera existe.

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