24/3/10

El poeta y el perro

El poeta se agachó frente al perro callejero y dejó que le lamiera la mano.
Eres un ser despreciable, incapaz de despreciarte a ti mismo. El hombre te desprecia y aún así siempre vuelves y mueves la cola y le lames la mano… ¿Por qué?.
El perro se sentó y le miró con una mirada obtusa.
Porque tú y yo somos de la misma raza; de la misma raza maldita. No somos de los perros salvajes, que devuelven gruñidos por amenazas y mordiscos por patadas; ni tampoco somos de los perros mansos y domésticos, amados por los hombres. Entonces, ¿qué somos? Somos los despojos: demasiado mansos para la vida salvaje y demasiado salvajes para vivir como perros mansos.
El perro estaba tumbado y se dejaba rascar.
Y sin embargo sólo deseamos que nos amen. Sólo buscamos una mano que nos alimente. Sólo queremos lo que jamás será nuestro. Porque la nuestra es una raza que sólo encuentra el pie y la piedra y el huir con el rabo entre las piernas cuando sólo ofrecemos lo mejor de nosotros. Porque nunca hallaremos el amor de los hombres ni del mundo, que nos repudia por las pulgas que él mismo nos impone.
Y ambos se alejaron, juntos. Quizá así podrían repartirse su dolor.
Nuestro destino es el único y universal, perro.

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