8/5/13

Dragon Kid

La Frontera. El sol se pone. Un hombre se recorta contra el disco naranja. En las arrugas de su cara puede trazarse una ruta desde El Paso hasta Santa Fe. En sus caderas pesan dos revólveres. En su bolsillo faltan los dólares de la recompensa de un hombre muerto. Su nombre es George Ackerman.

El Saloon. El sol se pone. Un hombre ríe abrazado a una corista. Su cara delata que tuvo que abandonar su China natal, pero no explica por qué. En sus bolsillos pesan todo el oro que él y su banda han reunido con sus malas artes. Nadie sabe el verdadero nombre del salteador de diligencias, por eso le llaman Dragon Kid.

Sus hombres y él celebran la última de sus correrías y planean las siguientes. Hace tiempo que hacen la vida imposible al alcalde de ese pueblucho de mala muerte y Dragon Kid no encuentra excusa para no haberlo matado aún. Pero sería por su hija, que parece haberle gustado, la joven y guapa hija del alcalde. La desviste mentalmente mientras beve de una botella de whisky que no ha pagado.

Ackerman irrumpe en el local con pies de hielo. Él y Dragon Kid nunca se han hablado y nunca lo harán, pero se lo dicen todo en un instante. La mitad se lo dicen con una mirada. La mitad se lo dicen con los revólveres. Dragon Kid dispara una vez. Sus hombres no llegan a disparar. Ackerman vacía un tambor. Seis cadáveres.

George Ackerman coge el cadáver de su presa y se marcha. No se queda a la chica. No se queda la gloria. Para él solo el dinero y el horizonte infinito. El sol se pone.

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