28/2/09

Kronikas dun Khazike V: Mi sargento

Maldita sea… ¿Ya es sábado? Si no fuera el día de Andalucía os mataba a todos a hostias por despertarme. ¿Cómo que tengo que narrar el capítulo V? ¿Estáis tontos? Sábado y encima 28 de febrero y me obligan a trabajar… Vale, pero conste que lo hago contra mi voluntad y después os mataré a todos.
El destacamento del consejero Muchauve, con él incluido, seguía su camino hacia el sur dispuestos a acabar los bosques mientras entonaban una vieja canción militar:
—Siete mil trescientos cuarenta y ocho elefantes se balanceaban en la tela de una araña. ♪♫ Como veían que…
Muchauve, que ya traía un cabreo monumental desde el elefante dos mil no les dejó acabar, se volvió a ellos y les gritó:
—¿Vosotros sois tontos o sois tontos?
El soldado bajito, al que Muchauve había puesto al frente para poder tenerlo vigilado, fue el primero en responder:
—Pero, sargento, es una vieja canción militar.
—¡Me importa un comino lo que sea! ¡¿Cómo podéis escucharos a vosotros mismos repetir lo mismo miles de veces?!
—No lo repetimos, cada vez cambiamos el número.
—¡Me vais a hacer reventar la cabeza!
—Vaya a que se lo miren, un amigo de un primo mío se murió de eso.
—Anda, déjalo… No sé para qué pregunto si sois tontos.
—Si los demás no han hablado.
—Lo que demuestra mi teoría. Vamos, sigamos marchando, pero ahora en silencio.
La compañía siguió marchando en silencio, obediente a las órdenes del consejero. En la ancha llanura sólo se oía el sonido de los fuertes pasos de los soldados clavando el pie con la marcha. Pronto se vio a lo lejos la línea de los árboles.
—¡Mi sargento! —gritó el soldado bajito.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Muchauve masajeándose las sienes.
—Ya se ve el bosque.
—El que no se me vean no quiere decir que no tenga ojos en la cara.
—Disculpe, mi sargento.
Anduvieron en silencio otro par de minutos.
—¡Mi sargento!
—¡¿Y ahora qué tripa se te ha roto?!
—¡¿Permiso para ir a mear, señor?!
—Ni hablar.
—Es que nos estamos meando todos.
Muchauve miró hacia atrás y vio a todos los soldados agarrándose la entrepiernas, esto es lo que pasa por entrenarles con un cursillo a distancia.
—Está bien —aceptó el consejero—, pero rápido.
Todos los soldados, en una rápida maniobra conjunta formaron una hilera, se bajaron la bragueta y orinaron al unísono. Una vez hubieron acabado retomaron la formación de marcha y continuaron andando en silencio. Hasta que…
—¡Mi sargento!
—¡¿No te puedes estar calladito?!
—Señor, no, señor.
—Vale, dime.
—Le queda muy bien la túnica, señor.
—Te voy a organizar un consejo de guerra y haré que te ejecuten y te revivan diecisiete veces consecutivas.
—¡Señor, sí, señor!
Muchauve se decidió a no hacer más caso del soldado bajito y a continuar caminando como si no pasara nada. Al poco tuvo tiempo de ponerlo en práctica.
—¡Mi sargento!
Muchauve continuó andando sin hacerle caso.
—¡¡¡Mi sargento!!! —gritó más apremiante.
Muchauve, sin embargo, hizo caso omiso.
—¡¡¡Mi sargento, por favor!!!
Muchauve pasó del tema.
—¡¡¡Mi sargento, conejos!!!
Muchauve, ya harto se dio la vuelta dispuesto a aclararle las cuentas.
—¡¡¡Ni conejos ni…!!! —empezó a gritar.
No tuvo tiempo de acabar la frase antes de que un conejo blanco asesino le saltara a la cara.
▼▼▼
—¡Creía haberte matado! —gritó Khazike a las luces del bosque—. ¡Gato bastardo!
Una cosa extraña emergió de entre los árboles. Era una especie de ametralladora Maxim flotante con un cerebro en salmuera y otras cosas acopladas.
—Casi lo consigues —surgió una voz metálica a través de un altavoz acoplado—, ¡pero nadie puede acabar con Maxim Guls Slurm!
Y diciendo esto se autoapuntó hacia Khazike y compañía y abrió fuego.
Todos corrieron a esconderse tras los árboles.
—¡Maldita sea! —gritó Geekman desde detrás del suyo—. ¡Éste no cambia ni pasándole una caravana por encima!
Una bala atravesó el árbol rozándole la oreja.
—Eh, Guls, o como te hagas llamar —le llamó Khazike desde su árbol—, no es por llevar la contraria a una ametralladora, pero estoy casi seguro de que te arrollé.
Guls dejó de disparar un momento.
—Es cierto, pero no me mataste del todo.
—Eso no es propio de mí.
—Mi cerebro continuó vivo así que hice que mis subalternos lo implantaran en esta ametralladora Maxim mejorada.
—¡Hay que estar chalado! —imprecó Geekman—. ¡Muere y deja vivir!
—¡¡¡Cállate!!!
Los disparos volvieron a comenzar concentrándose donde estaba Geekman.
—¡¿Quién cojones es éste?! —contribuyó Alf.
—Un viejo consejero real —le explicó Khazike—, se puso debajo de mi caravana, pero parece no haber aprendido la lección.
—¡Rotulador! ¡Cárgate a ese bastardo! —llamó Geekman.
Rotulador se asomó un poco desde el hombro de Alf lo suficiente para que una bala casi le volase su pequeña cabeza. Tras esto miró a Geekman y le dijo:
—Stop dreaming, father!
Y volvió a guardarse en el bolisillo de Alf.
—Creo que eso es un “no” —dijo ésete.
—Bien —replicó Khazike—, te veo despierto, Alf. Qué coño, ya voy yo.
Dicho y hecho Khazike salió de detrás de su árbol con Marisa aún enfundada y se puso frente a Guls. Se colocó en posición de artes marciales con las piernas abiertas, una mano abierta ante la frente y otra ante el pecho con las palmas hacia fuera, expectante. Guls pronto volvió a apuntar hacia él, pero, mientras las balas se dirigían hacia él Khazike empezó a mover las manos rápidamente y, al parar el fuego, permaneció de pie con los puños cerrados y con la vista clavada en el suelo.
—Ha… ¿Ha parado las balas con las manos? —dijo Alf sorprendido.
—No puede ser —corroboró Guls—. ¡Es imposible!
Khazike permaneció en la misma posición sin mover un solo músculo.
—Eso es sólo una pequeña muestra del poder de… —empezó Geekman.
Lástima que en ese momento Khazike le interrumpiera tirándose al suelo y sangrando por todas partes.
—¡Hijo de puta! ¡Me han dado todas! —se lamentaba.
—¡Tú lo que eres es tonto! —le gritó Geekman.
Khazike volvió a levantarse, cabreado.
—¡Tú, bastardo! ¡Has roto todas las bolsas de kétchup que formaban mi colección de los McDonalds de todo el país! ¡Ahora probarás mi ira!
Khazike desenfundó a Marisa al más puro estilo de Clint Eastwood y abrió fuego al mismo tiempo que Guls. Las balas chocaban en el aire y se fundían antes de hacer blanco contra cualquiera de los dos contendientes.
—Paremos, esto es una tontería —propuso Khazike.
—Tienes razón —aceptó Guls dejando de disparar.
—¡Gilipollas! —gritó Khazike sin dejar de disparar y acribillándolo a balazos—. ¿Cómo se puede caer en algo así?
Guls, sin embargo, consiguió apartarse de los disparos de Marisa refugiándose en un árbol, ironías de la vida. Por desgracia no tuvo tiempo ni de suspirar de alivio cuando oyó un grito que parecía acercarse a él de frente a toda velocidad.
—¡¡¡Friki punch!!!
La ametralladora que se hacía llamar Guls consiguió a duras penas esquivar al Geekman volador que había saltado sobre él con el puño en forma de cabeza de Goku en ristre antes de que atravesara el árbol de un puñetazo.
—¡He fallado porque hoy no me he tomado una taza de té Dahl, el mejor té del mundo! —gritó Geekman de forma no publicitaria—. Ahora te vas a enterar.
Y tras decir esto de los pliegues de su traje sacó un largo bolígrafo azul.
—¡Bolígrafo de cien años! —gritó manteniéndolo en alto—. ¡Su tinta no se agotaría ni escribiendo mil novelas!
Guls le miró haciendo el capullo y levantó una ceja (metafóricamente).
—¿Y a mí qué? —preguntó.
Probablemente no debería haberlo preguntado dado que Geekman se sintió herido en su orgullo y se decidió aún más a matarlo. Y de esta forma el enfurecido superhéroe se lanzó sobre la ametralladora, bolígrafo en mano gritando:
—¡¡¡BABILONIA!!!
Guls esquivó el bolígrafo de Geekman haciéndole perder el equilibrio y aprovechando para girar bruscamente y golpearle la cabeza con el cañón lo que hizo que Geekman cayera al suelo inconsciente.
—¡Manta! —le gritó Guls.
Y Guls, una vez más, no debería haber hecho eso dando la espalda a Khazike que ya le estaba apuntando con su recortada.
—¡Droja no jutsu! —gritó—. ¡Gran bala de droja concentrada!
Guls tuvo tiempo de darse la vuelta para ver como una bala impactaba contra él y esparcía una enorme nube blanca por todo el claro. El polvo cayó en el líquido de su cerebro y empezó a alucinar. Entre los colorines chulescos llegó a escuchar la voz de Khazike:
—¡Castigo de los diez mil plátanos!
Z’aqabó ata la prózzima ( o Y o )

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