20/1/10

El ingenio y la carta

Junto a un curioso artefacto recibí esta misiva, destinada a nadie en particular de manos de su antiguo propietario:
¡Qué desventura aguardaba en aquél nefasto presente que me hizo mi antiguo maestro y amigo, catedrático de una universidad de nombre sin importancia aquí!
En un primer momento me pareció una baratija, una vagaleta que sólo llegaba al status de una curiosidad histórica y artística imposible, al menos para mí y el profesor, de datar o encuadrar.
Lo acepté con más educación que emoción, considerándola otra de las muchas extravagancias que acudían a él desde hacía unos años y que achacábamos, en parte, a su edad.
Dejé caer el artilugio en uno de mis numerosos cajones y en el olvido, a pesar de lo intensa y preocupadamente que mi amigo me previno sobre él y sobre negras profecías, de las que no me di por aludido.
Y allí permaneció un tiempo que no alcanzo a recordar, hasta el acaecimiento de la desgracia de la que fui advertido y a la que presté oídos sordos.
Enterado de la repentina y antinatural muerte del ya anciano, aunque no tanto, catedrático recuperé con presteza mi presencia de ánimo y su siniestro regalo de entre mis cajones y procedía a analizarlos por cualesquiera métodos que alcanzase.
El examen formal directo poco me reveló: su funcionamiento era errático y aparentemente desconcertante aunque, tras no poco tiempo de observación, alcancé a entre ver una oculta repetición o cadencia... O quizá sólo me estuviera engañando. Sus tallas y adornos son indescriptibles, imposibles de mirar demasiado tiempo sin tener la sensación de que se mueven con vida propia. La ciencia no me reveló cuáles eran sus materiales ni su mecanismo ni cómo alcanzaba a hacer aquel insólito juego de luces.
La historia, no obstante, fue más amable conmigo. Recorrí bibliotecas, librerías y museos de cualquier lugar al que me condujeran mis escasas pesquisas... Y lo que encontré no debería ser contado... No obstante creo que es mi deber prevenir a quienquiera que lea esto por lo que, en contra de mi natural exactitud, lo haré omitiendo los detalles más terribles y suavizando la narración, que no alargará en exceso:
La primera noticia que se tiene (o al menos yo tengo de él se encuentra en la Viena del siglo XVI de mano de un cronista turco anónimo que cuenta cómo el artefacto fue hallado en el sitio de Solimán el Magnífico. El cronista narraba que el soldado artífice del hallazgo sufrió una muerte no muy distinta a la de mi amigo y que ahora que él lo tenía entre sus manos temía por la suya, pues, al parecer, ya conocía la existencia del objeto y su nefasta maldición.
Se le pierde ahí momentáneamente para reaparecer esporádicamente en la guerra de los 30 años así como en zonas de la Polonia de finales del XVII. Tras lo que fue la perdición de cuatro generaciones de lores ingleses y probablemente causó, aunque indirectamente, la caída de Napoleón y el asesinato de Lincoln y sólo Dios misericordioso, cuya fe en él he renovado, puede saber cuántas atrocidades más, urdidas por una siniestra programación mecánica que, si no fuera imposible, podría confundirse con la inteligencia.
Ahora nadie puede ayudarme... Mi negro destino y mi juicio ante el Hacedor son inminentes. Pero estoy en paz habiendo dejado éste, mi testame
Y la carta acaba ahí, cortada de súbito, tal y como la encontré sobre la mesa de su autor, que aún sostenía en la diestra la pluma con la que alcanzó a trazar una ene a medias. Y en su bolsillo hice el hallazgo del terrible ingenio y sé que pronto mi destino será el mismo que el suyo y el de todos aquellos que nombró...
He visto el rostro de mi segador y es exacto como un reloj.

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