24/3/09

Había perdido la noción del tiempo

Había perdido la noción del tiempo. Aquella Niebla se había adherido a su mente como una crema viscosa, aquella Niebla que lo cubría todo en aquel mundo de caos.
Le habían asaltado figuras de negro, esqueletos con capa, heraldos de la muerte. Le habían apresado y le habían devuelto a su cálido mundo, al mundo que conocía y sin embargo aquella Niebla no se despegaba de su mente y sus ojos.
Estaba en una habitación fría, de un blanco nuclear y dominada por una única mesa acompañada de dos sillas cual fieles seguidoras de su inerte señora y, presidiéndolo todo desde una pared a su derecha, un enorme espejo que parecía reírse de él cuando se atrevía a mirarlo de reojo.
Había perdido la noción del tiempo. No supo cuánto transcurrió desde que le atraparon hasta que le trajeron allí y apareció aquel hombre, aquel hombre… Pudo haber sido un siglo o un momento, no lo sabía, pero tampoco le importaba, en el momento en el que llegó sólo le interesó el hombre.
Entre la Niebla fantasmal que formaba una pantalla ante sus ojos pudo distinguir sus rasgos afilados y su pelo plateado. Pero sus ojos no pudieron mantener mucho tiempo la afilada mirada de sus ojos de un azul gélido y tampoco encontró consuelo en la negrura de sus ropas ni en sus manos, dominadas por un anillo de plata que le devolvía la mirada sonriente con su cara huesuda desde la siniestra de aquel hombre, aquel hombre.
¿En qué momento entró? ¿En qué momento se sentó? No podría confirmarlo. No pudo sentir que estaba de verdad allí hasta que le habló con una voz que pareció clavarse como un clavo ardiendo entre sus ojos.
—Buenos días —dijo la voz que probablemente procedía de los labios de aquel hombre.
Estaba demasiado conmocionado para responder, apenas pudo emitir un gruñido de asentimiento.
—¿Sabes usted por qué está aquí? —preguntó e hizo una pausa—. Puede responderme moviendo la cabeza.
Su cuello respondió ligeramente moviéndose de lado a lado.
—Comprendo —dijo el hombre—. Verá, ha sufrido usted un ataque de psicosis momentánea por lo que se le asignará un doctor y una medicación para mantenerlos a raya.
La niebla se iba disipando poco a poco de su mente a medida que sus ojos se fijaban en las vacías cuencas de la calavera del anillo.
—¿E-Está… Seguro? —logró, no sin dificultad, articular.
—Por supuesto —le respondió el hombre—. Veo que se encuentra mejor así que hablaremos claro. Debe usted someterse al tratamiento y vigilar no sufrir otra de esas crisis o puede que nuestra próxima reunión no sea tan amigable como ésta.
—¿Q-Qué quiere d-de… De…? —empezó.
—¿Que qué quiero decir? Oh, nada en absoluto, ahora debe descansar y no preocuparse por nada, un vehículo le llevará a su casa.
—P-Pe…
Con un movimiento tan rápido que hubiera escapado a su percepción incluso no estando aún lleno de Niebla el hombre clavó un cuchillo sobre su mano, que mantenía sobre la mesa.
Gritó, gritó todo lo que pudo por el dolor que sólo fue el principio pues éste llegó a un nuevo estadio cuando el hombre tomó el cuchillo y lo retiró tirando de él y cortando su mano entre los dedos corazón y anular.
Su mano sangraba sobre la mesa mientras el hombre se recorrió la palma de su propia mano con el dedo, tomo la herida entre las suyas y le habló mirando a los ojos.
—Espero que este recuerdo le sirva para que no olvide su terapia y lo peligrosas que pueden ser sus crisis.
El dolor cesó al contacto y al retirar las manos en la suya sólo quedaba una cicatriz perfectamente cerrada y por lo demás su mano estaba totalmente sana.
El hombre se levantó de su asiento y se dirigió a la puerta, la abrió y antes de irse se volvió para darle el último recordatorio.
—Vigile sus crisis, no quiero volver a verle.
Cerró la puerta y el portazo se clavó en su cerebro como un hachazo.
Había recuperado la noción del tiempo. Pero no le gustaba el tiempo al que había llegado pues, mientras el hombre salía, en el espejo la imagen de la misma muerte le imitaba.

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