26/7/12

Tynok el Bárbaro - 2

Tynok recorría con paso seguro las calles de la ciudad de Andhora. Era una de esas ciudades del sur con casas pintadas de ocre y sangriento, y calles estrechas, mal asfaltadas e insalubres; llenas de charcos que seguramente no se habían formado por las casi inexistentes precipitaciones. Animales y personas olían tan mal que costaba distinguir a simple vista cuáles estaban muertos en un callejón y cuáles simplemente aprovechaban la sombra para echar una siesta. El sol lo presidía todo, siempre (excepto de noche) ardiendo con el pleno vigor que se espera en un lugar entre el mar y el desierto (otro mar, pero de arenas ardientes); y bajo él, pero aun por encima de la ciudad, se erguía el palacio del sol impostor, el rey de Andhora, al que hacía tiempo que nadie veía directamente, pero que seguía gobernando (o esclavizando) con mano de hierro a  su pueblo por medio de sus numerosos consejeros, burócratas y espías... Desde luego era el tipo de ciudad en la que uno debe andar con paso seguro o puede acabar siendo el involuntario comprador de siete puñaladas en la espalda a cambio de cualquier cosa que llevase en los bolsillos.

Tynok estaba aprovechando que ya habían pasado las horas de más calor y la ciudad volvía a su común vitalidad para preguntar por el signo del hechicero. Lo hacía disimuladamente en tabernas o esquinas oscuras a quien creyese que podía tener información y era discreto. Por supuesto no iba enseñándole el culo a todo el mundo, hacía tiempo que había dibujado él mismo una réplica del símbolo usando para ello papiro y tinta robados de un mercader de Caan, un raro artefacto (que los sabios conocen como "espejo") que había recuperado del tesoro de la bruja roja de Siin-ta' y mucha paciencia. No obstante su búsqueda estaba resultando infructuosa, nadie parecía saber nada del símbolo. No del tipo mirar hacia los lados nerviosamente, decir que no sabía nada de forma cortante y balbuceante, y alejarse apresuradamente; sino del tipo que realmente no sabe de qué demonios le estas hablando ni nunca ha visto ese símbolo con dos hexágonos entrelazados que le estabas enseñando. Era un poco frustrante, todo parecía señalar a Andhora y sin embargo aquí la pista se enfriaba por completo...

Pero la verdadera razón de que caminase con paso seguro era para que los tipos que lo perseguían no supiesen que él sabía que lo seguían... Aunque quizá ellos sabían que lo sabía y fingían no saberlo... Era mejor no darle muchas vueltas al asunto, sobre todo porque el problema más acuciante era pensar qué hacer con ellos. Solo los había visto por el rabillo del ojo y no estaba seguro de si eran simples ladrones o tipos que le habían visto preguntar sobre el símbolo y resultaba que ahora también ellos querían respuestas. El mejor curso de acción sería darles esquinazo y pasar de ser la rana a ser la serpiente; seguramente si perdían su presa volverían a su escondrijo. No sería fácil darles esquinazo en una ciudad laberíntica como Andhora, donde cada uno construía a la buena de sus dioses escorpiones... Un giro a la derecha, dos a la izquierda, sigues recto, otro giro a la derecha y... ¡Mierda! ¡Un callejón sin salida! ¡Malditas ciudades laberínticas!

En efecto Tynok había dado con una calle sin salida y las casas que la cercaban eran demasiado altas para escalarlas a tiempo. Oía a sus perseguidores a punto de llegar, por lo que no le quedaría más remedio que resistir. Puso la mano en el mango de su hacha de guerra. Eran cinco los que llegaron, vestidos con túnicas y capuchas negras que los cubrían totalmente (incluso llevaban guantes negros ocultando sus manos). Tynok sospechó que no eran humanos o ya hubieran muerto de calor al ir de tal guisa, él tan solo llevaba un taparrabos y sudaba como un pollo. Lo único que veía de ellos que no fuera tela era un ojo que salía del centro de sus caras. Era totalmente rojo, perfectamente esférico y no dejaba de girar, de extenderse y acortarse, emitiendo zumbidos. Tynok sacó su enorme hacha de dos hojas y la esgrimió con uno solo de sus poderosos brazos cubiertos de sudor. Las sombras o cíclopes o lo que fueran se movieron con celeridad para rodearlo. Una de ellas fue más temeraria y se acercó lo suficiente para que el hacha de Tynok le abriese un segundo y alargado ojo rojo desde el hombro izquierdo hasta el ombligo central. Al menos se les podía herir y sangraban, eso era una alivio. Otro se le acercó y se tragó el golpe de vuelta del hacha, pero eso le dejó en mala posición y otros dos se encaramaron a sus brazos, impidiéndole moverse. Gritó con toda su rabia esperando que eso sirviera de algo, pero evidentemente no fue así. En un abrir y cerrar de ojos la tercera sombra superviviente se colocó tras él, notó un fuerte pinchazo en la nuca y luego simplemente hubo negrura. Como cuando los dioses apagan ese aparato mítico que los sabios llaman televisor.


* * *


Tynok despertó sentado en una silla ornada al estilo Andhorano, llena de filigranas, azulejos, pequeño relieves y piedras semipreciosas. Frente a él había una mesa más o menos igual y sobre ella pequeño vaso que contenía un líquido verde oscuro aún humeante.

—Monstruos, drogaron el té...

—Me temo que no es ese el caso, Tynok. Solo quería mostrar un poco de cortesía ya que es usted un invitado en mi casa.

Al oír esa voz Tynok recobró un poco más de consciencia y empezó a mirar a todas partes. La mesa y la silla realmente desentonaban con el oscuro lugar en el que se hallaban. Parecía una especie de taller subterráneo, lleno de mesas de trabajo, extraños objetos metálicos y herramientas esparcidas por doquier. Por fin sus ojos azules encontraron a la persona que había hablado: era un hombre alto, delgado y maduro como delataban sus canas; vestía cómodas ropas de trabajo (una fina túnica bajo un mandil de cuero) y un par de guantes gruesos de buena calidad. Sonreía. Pero lo que realmente llamó la atención a Tynok fue que tras él había dos de las sombras que le habían capturado, que él mismo llevaba alrededor de la cabeza una tira de cuero con uno de esos ojos rojos zumbantes que cubría los suyos propios, que en su mandil de cuero estaba grabado el símbolo del hechicero del que había jurado vengarse y que el hombre mismo era aquel hechicero.

—¡Tú! —gritó intentando levantarse para estrangularlo.

Él, sin duda. Pero los intentos asesinos de Tynok deberían esperar, ya que estaba fuertemente encadenado a la pesada silla.

—Ah, veo que me reconoce, eso nos ahorrará un tiempo muy valioso en presentaciones.

—¡Te sacaré las tripas, escoria hechicera! ¡Tú mataste a mi amo!

—Que yo recuerde (ah, los recuerdos...) fuiste tú quien le mató con tus propias manos.

—¡Porque tú me manejabas como una marioneta! ¡Me repugna recordarlo!

Escupió a los pies del hechicero, pero no acertó.

—Tecnicismos.

—¡¿Por qué me has capturado?! ¡¿Vas a matarme a mí también pedazo de escoria?!

—¿Oh? No, no. No por ahora. Verá, hace años, durante nuestro primer encuentro le dejé ir porque consideraba que de nada más podría servirme y que efectivamente nunca representaría una peligro real para mi persona o mis obras. No obstante al poco descubrí que había partido con algo muy importante para mí, aunque no lo supiera entonces ni lo sepa ahora. Por eso fui dejando pistas a su paso, para conducirlo hasta aquí. He sido muy paciente, pero ha valido la pena.

—¡No conseguirás nada de mí insecto!

Sus grilletes hacían honor a su nombre cada vez que lo agitaba con fuerza para intentar liberarse.

—Esa afirmación será contrafactual en pocos instantes —se volvió hacia las sombras cíclopes—. Llevadlo a la máquina.

Llegaron otras seis sombras aparte de las que ya había desde distintos puntos del taller y entre las ocho levantaron a la silla y al bárbaro a la vez para conducirlos a ambos en volandas hasta una parte del taller que realmente no se diferenciaba mucho del resto. Mientras el bárbaro no paraba de gritar (solo para intentar morder cualquier cosa que se le acercase a la cara) lo  tumbaron aun encadenado a la silla sobre una enorme roca que haría las veces de camilla. Al poco empezaron empezaron a conectar cables a su cabeza, clavándoselos como agujas. Nada podía hacer para evitarlo.

—Ahora duerme —le sugirió el hechicero mientras manipulaba los botones de una especie de terminal cercano—, mientras mi ojo lo ve todo.

Y en efecto durmió y soñó que recordaba.

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