28/8/12

Las luces

 
Los pocos humanos que aún habitaban ese páramo helado que había sido la civilización habían aprendido hace mucho a evitar los lugares iluminados por la luz del pasado, donde ellos se reunían. Solo el hambre y la necesidad de herramientas podía llevarlos a acercarse.

Hace años Nikola Tesla perfeccionó su rayo de la muerte hasta extremos insospechados. La posibilidad de tener un ejército armado con fusiles electromagnéticos aflojó rápidamente el bolsillo del gobierno de los Estados Unidos y, a cambio de una generosa remuneración por la patente, se convirtió en la fuerza más temible del planeta.

La Primera Guerra Mundial terminó en 1916 y Tesla empezó a aplicar su ingente fortuna a llevar a cabo sus proyectos más ambiciosos como perfeccionar la tecnología necesaria para trasladar grandes cantidades de energía sin cables incluso a través del Atlántico. Todo esto a expensas de los magnates del cobre que de otra forma solo hubieran puesto trabas. Pero su labor más descabellada fue iluminar todo el Sáhara para que los probables viajeros extraterrestres se percataran de que la tierra estaba habitada por vida inteligente.

El mundo se escandalizó, pues la idea parecía una auténtica locura. Desde luego lo era y no dio ningún fruto esperado. Sin embargo tuvo un horrible efecto secundario: para llevar a cabo sus ideas, Tesla tuvo que recurrir a la ectofísica, un nuevo y traicionero campo experimental ocupado de los fenómenos que trascendían la física común. Un terrible fallo en cadena produjo una distorsión en la realidad que creció alimentándose del subconsciente colectivo y adoptó la forma de un icono extendido por la mayor parte del mundo: Papá Noel (es el precio de mentir a los niños). Entonces, armado con la tecnología que le había dado vida, los pueblos de la Tierra no fueron rivales para él. Pronto nadie pudo evitar que modificara el eje de rotación planetario creando un clima siempre helado donde sus servidores se conservasen adecuadamente.

Los dominios de Papá Noel son un espectáculo dantesco. Luces multicolor iluminan el lugar desde el techo a las paredes y sobre todo la gargantuesca cónica parodia de árbol que ocupa los lugares preeminentes. Los zombis se tambalean bajo ellas, portando paquetes decorados y recibiendo periódicas descargas del alegre decorado. A través de estas descargas los cadáveres reciben energía y órdenes. A menudo esta orden es tan simple como cargar con objetos inútiles envueltos con cuidado hasta encontrarse con otro de los suyos para intercambiar los paquetes y volver a empezar. Pero a veces desde el Polo Norte llegaban mensajes más ominosos que solo sus electrocerebros podían descodificar, unas odiosas máquinas de contar ceros y unos.

Cuando capturan un ser humano lo envuelven pulcramente con su papel de regalo y sus cintas para que no pueda escapar. Los llevan al lugar más profundo de las zonas iluminadas, a los talleres, donde les sacan el cerebro matándolos en el proceso y reemplazándoselo por una maldita calculadora eléctrica. Y ya no podrá hacer nada que no sea lo que ordenan las luces...

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