2/10/12

Pack to the Future! - 14

—¡Voto a los cielos que no lo creo! —exclamó Tenaz— Tres años esperando al enviado de Dios y resulta que no es más que un mocoso y sus dos mascotas. ¡Increíble!

—¡¿A quién llamas mascota?! —se quejó Sol.

Jaime miró al espadachín sin dejar de caminar por la tierra cubierta de hierba de las Praderas pectorales. Tenaz se había librado de la túnica y la sotana que había llevado hasta entonces endosándosela al primer pardillo con el que se había topado. Ahora vestía lo que según él era la última moda en Cerebria aunque recordaba sospechosamente a lo que vestiría cualquier matón del Madrid de los Austrias; incluidos calzón, jubón, capote, guantes de cuero, botas de larga caña y sombrero emplumado. Y no se me disculpará que olvide nombrar la espada al cinto.

—Te has invitado tú solo —le señaló Jaime—. Puedes irte cuando te dé la gana.Y no soy un mocoso.

—Eso sería fracasar en mi sacrosanta misión y no voy a consentirlo —exclamó Tenaz gesticulando. Parecía más animado ahora que había salido de la Iglesia hacía ya tres días, durante los que habían marchado casi en silencio—. Además, sin mí no sabríais llegar hasta donde están los Enemigos.

—Me dan igual esos enemigos —exclamó Jaime—. Solo vamos hacia donde están porque da la casualidad de que allí está lo que busco.

—Disculpadme, lord Clérigo —le interrumpió Tenaz—, pero no son enemigos, son los Enemigos. Notad el matiz.

—Como tú digas.

—De cualquier modo, ¿qué es eso que buscáis y por qué estáis tan seguro de que se encuentra en los Abdominios oscuros?

—No sabría explicarte lo que busco, supongo que lo sabremos cuando lleguemos. Sé que está ahí porque lo dice Luna.

—Vamos donde Javier quiere, así que bien andado está el camino, pero disculpad si no termino de confiar en vuestras fuentes.

—Mi esfera nos sirve de brújula —dijo Luna en voz baja, nadie podría reprocharle que tuviera miedo del hombre.

—Y de cualquier forma por ahora solo tenemos que ir hacia el sur, ¿no? —señaló Sol—. Ni siquiera este idiota podría perderse —dijo mirando a Jaime.

Este abrió la boca para decir algo, pero Tenaz, que iba en cabeza, paró en seco, extendió un brazo para que Jaime hiciese lo mismo y con el otro desenvainó.

—¿Qué ocurre? —preguntó el clérigo, sorprendido.

—Mirad ahí —dijo tenaz señalando hacia adelante. Tenían una buena vista de los alrededores pues se encontraban sobre una pequeña loma—. Es uno de los Enemigos.

Jaime hizo visera con las manos a fin de ver una criatura negra que se arrastraba por la hierba, dejándola ennegrecida tras de sí. Estaba a cierta distancia del camino de tierra que estaban siguiendo y que debía llevarlos a su destino.

—Parece un bicho bastante sucio —reconoció Jaime.

—Su suciedad espiritual es peor que la física —explicó Tenaz—. Debemos detenerlo.

—¿Por qué? —se extrañó Jaime—. No me incumbe lo que haga.

—Podría atacar algún pequeño pueblo de las praderas o emponzoñar el agua de un arroyo o un pozo —respondió Tenaz, sorprendido de las palabras de Jaime—. Es el deber de todo hombre temeroso de Dios detenerlos en cuanto se les presente la oportunidad.

—Eso nos retrasaría y tenemos prisa —replicó a su vez Jaime—. Dejémoslo estar, si es verdad lo que dices, otro se ocupará.

—Buen Clérigo...

—Ya te he dicho que nada te obliga a seguir conmigo, puedes ir a acabar con el sufrimiento de esa cosa tranquilamente, pero yo seguiré mi camino.

—Sabed que me ponéis en una difícil diatriba —reconoció Tenaz y tras mirar de soslayo al ser que se arrastraba entre la hierba volvió a envainar—. Pero mi deber es protegeros a vos, pues se hace patente que no sabéis lo que os conviene.

—Como quieras —aceptó Jaime sin mucho ánimo y siguió andando.

Tenaz fue tras él a regañadientes.

Aquella misma tarde llegaron al Muro del Diafragma, una inmensa muralla que separaba las tierras bañadas por la luz de Javier de los Abdominios oscuros. Los más fieles creyentes tomaban votos de defenderlo y a menudo se organizaban cruzadas para castigar a los infieles del otro lado; pero lo más común es que las incursiones estuviesen formadas por pequeños grupos de fanáticos o incluso guerreros solitarios que iban a luchar para redimir sus pecados. Pocos de ellos volvían. Es por eso que los guardianes del Muro apenas hicieron preguntas cuando el curioso grupo cruzó las puertas para internarse en los pantanos malditos de más allá.

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