27/10/12

Pack to the Future! - 21

—Sabía que llegarías a mi presencia, Clérigo. Soy Akeiomene, la criseide. Bienvenido a mi prisión —dijo la hermosa mujer desnuda sentada sobre el estrado escalonado. Sus ojos sin pupilas refulgían como dos esferas pulidas hasta la perfección.

—No se parece nada a la estatua de la entrada —susurró Sol al oído de Jaime, pero no lo bastante bajo para que la criseide no la oyera.

—Por favor, no os confundáis —rogó con voz calmada—. Sería desconsiderado por vuestra parte tomarme por la Destructura, la madre de monstruos, reina de todos los Enemigos. Su efigie adorna la entrada de este templo impío porque le pertenece y yo soy su prisionera.

Jaime se adelantó.

—Entonces, señora, ¿sois el crippler?

El rostro de Akeiomene permaneció impertérrito.

—No os llevéis a engaño, buen Clérigo. Debéis saber que el crippler era tan solo una herramienta de iniciación que ya ha perdido su importancia. Y sirvió como señuelo, para haceros entrar en este recorrido como un galgo persiguiendo una liebre. Supongo que adivináis quién fue el artífice del engaño. No sois el primero ni el último al que le ha ocurrido.

—Disculpadme entonces —siguió Jaime—, ¿pero qué debo hacer ahora?

—Está en vuestra mano contribuir a deshacer el Gran Entuerto, a remediar definitivamente la amenaza cósmica que suponen los Enemigos para todo aquello que Es.

—¿Pero cómo?

—Os he dicho que el crippler es una herramienta y de la misma forma lo soy yo, aunque para otro fin. Aun sin saberlo, yo he sido el objeto de vuestra búsqueda desde que comenzó. Vuestra misión no es resetear el crippler sino a mí, aunque ese no sea el término más adecuado.

—¿Eso salvará a mi hermano?

—Habéis avanzado mucho, pero parece que seguís siendo algo corto de miras. Como os he dicho, no solo la vida de vuestro hermano depende de la diligencia de vuestra mano. Pero sí, él se salvará.

—Entonces creo que no me queda más opción.

—No troquéis la reticencia por la temeridad. Sabed que el reseteo tiene un precio y no será barato. A fin de deshacer todo aquello que el crippler ha causado, es necesario que la realidad vuelva de forma brusca a un punto anterior.

—¿Realmente es eso posible?

—Indudablemente para aquel que conoce su verdadero funcionamiento.

—¿Entonces volvería al momento antes de que me tomara el crippler?

—No, no será así. Para evitar que la causalidad arrastre este nuevo intento de la realidad, produciendo un ciclo infinito del que no podría escapar, se cambiará un hecho axial: la persona a la que es enviada el crippler. Jaime medito un momento las palabras de Akeiomene.

—¿Eso significa que nunca recibiré el caramelo en esa realidad? ¿Que todo esto será como si nunca hubiera pasado?

—Os dije que no sería sencillo. Debéis decidir.

Akeiomene se rodeo el vientre con las manos, por el hueco que había entre ellas hueco podía verse que carecía de ombligo. Pero pronto empezó a abrirse un agujero perfectamente circular en el centro, que se abrió hasta tener unos pocos centímetros de diámetro. En su interior solo había negrura.

Jaime observó la sutil invitación de la criseide y después miró a su espalda. Sol y Luna compartían una expresión mezcla de incredulidad y ruego en sus caritas. Tenaz estaba serio, aunque turbado. Los hombres sapos permanecían inclinados ante él.

Pensó que no se estaba tan mal en el interior de su propio cuerpo. Podría quedarse para siempre con Tenaz y las chicas. Podría convertirse en rey de los hombres sapo. Qué demonios, podía revelarse como el verdadero dios de aquella tierra y vivir feliz para siempre.

Se giró y abrazó a sus tres compañeros.

—Siempre estaréis conmigo —les dijo mientras se separaba y todos supieron lo que significaba.

Luna y Sol se habían echado a llorar.

—¡Eso solo lo dices para que nos sintamos mejor, idiota!

Jaime se encogió de hombros con una sonrisa forzada.

—Soy un clérigo, es mi trabajo —Miró a Akeiomene—. Tenaz, ¿me dejas tu espada?

El espadachín desenvainó y se la tendió.

—Siempre ha estado a tu servicio.

—Gracias —dijo Jaime mientras se daba la vuelta.

—Adiós, Jaime —le dijo Luna.

Esta vez sonrió un poco más.

—Adiós, Luna. Adiós a todos.

Subió despacio hasta la cima del pequeño zigurat donde estaba Akeiomene y preparó el florete para el reseteo.

—¿Te dolerá? —preguntó a la ninfa dorada.

—No, cumplid vuestro deber.

Y así Jaime introdujo la espada de tenaz en el orificio de la criseide, reseteando la realidad misma.


En este momento Benjamin W. Strawford, el Perro, está enviando un paquete y en el destinatario pueden leerse las palabras «Stela Torres».

Finis

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