24/6/08

El rey Kalarris

Existió en los viejos días un rey al que llamaban Kalarris de sobrenombres varios según la opinión que mereciera al que cuente su historia; entre ellos: "el grande", "el desalmado", "el estúpido"... Era rey belicoso, siembre hacha en mano y dispuesto a la batalla. En un día que ya nadie recuerda marchó a una playa sin nombre para entablar lucha con un enemigo olvidado. Marchaba al frente precediendo a diez mil de sus bravos.
El acero chocó y bramó largo tiempo mientras Senka cabalgaba imparable hacia el oeste y, mientras se perdía con el último fulgor ardiente tras las montañas, ocurrió. Una saeta enemiga se clavó en el costado de Kalarris y éste se desplomó, desangrándose, mientras sus hombres rodeaban su falleciente cuerpo aún enzarzados en la lucha.
Pero mientras los moribundos ojos de Kalarris se colmaban de niebla una tremenda oscuridad le iluminó. Un extraño se, negro como sangre de demonio, se hallaba sobre él. Le preguntó quién era y qué buscaba de un rey moribundo. Sus hombres, al verle hablar solo, creyeron que hablaba con Dizznil, el dios-cuervo que guía a los caídos en batalla al otro mundo, pero no era así.
«Soy un rinyin», respondió el ser, «y mi propósito es salvar tu vida y darte el poder para encumbrarte como el más alto rey que jamás pisó esta tierra». Un hombre cualquiera hubiera aceptado en ese momento pero Kalarris había oído hablar de a engañosa naturaleza de los rinyin en más de una ocasión.
«¿Y no pedirás nada a cambio?», preguntó el rey. A lo que el rinyin respondió: «Sabes que nada es nunca gratis. Todos los favores de los rinyin tienen un precio». «¿Qué deseas?», insistió Kalarris. «Quiero a tu única hija, Zira. Te salvaré la vida y volverás a tu hogar donde sacarás el corazón a tu hija en mi nombre. Quemarás el resto pero entierra su corazón en un bosque de noche. Cuando cumplas estas condiciones te daré un instrumento de poder que te hará la peor pesadilla de cuantos se te opongan».
Un hombre de honor y menos egoísta hubiera preferido morir noblemente en lugar de asesinar cruelmente a su propia hija sin embargo Kalarris aceptó.
En el momento en que pronunció «acepto» su herida se cerró sin dejar cicatriz y el enemigo perdió el animo guerrero y se replegó, siendo masacrado en pocas horas.
Kalarris, tomando eso como un signo inequívoco del poder del rinyi, cabalgó hasta casi reventar su caballo hasta su palacio, donde tomó en brazos a su dormida hija de tres años y la llevó al bosque. Una vez allí le abrió el pecho con el puñal que había usado en la batalla, sacó su pequeño corazón, lo enterró profundamente e hizo una pira para incinerar su cuerpo sin vida; todo esto sin derramar una sola lágrima.
Y al darse la vuelta para volver a la ciudad notó un pero extraño en su mano izquierda y, al mirarla, vio en su dedo índice un sello de plata con intrincados adornos negros. Y, en el momento em que lo vio, una extraña voz resonó en su cabeza: «este anillo te dará el poder de una veintena de gobernantes juntos mas, si durante tres días no lo portas en tu dedo, tomaré tu alma». Y tras oír esto el rey Kalarris el desalmado continuó su camino.
Al saber su esposa de la abominación cometida por su marido se quitó la vida. Kalarris tomó otra mujer que le dio un hijo varón.
En los diecinueve años que siguieron Kalarris construyó un imperio como nunca se había visto. El sello le daba el poder de preveer los movimientos de sus enemigos y de idear la mejor estrategia tanto en el campo militar como en el económico. Pronto amasó tanto oro y tierras que todos sus enemigos acabaron postrándose a sus pies tal y como dijo el rinyin.
Un día mientras su hijo, Adlon, ya de diecinueve años, caminaba por los bosques cargando con una presa lograda tras un día de caza vio cómo una chica vestida de blanco caminaba lentamente entre los árboles.
Él la llamó y ella volvió su rostro hacia él haciéndole enamorarse profundamente. Adlon soltó la caza y corrió hacia donde estaba la chica pero ésta se ocultó tras un árbol y, al llegar Adlon, ya no estaba.
El joven príncipe recorrió toda la noche los bosques llamando a la chica a toda voz aún sin conocer su nombre mas el alba le sorprendió entre la floresta y aquella bella mujer no apareció por lugar alguno.
Adlon regresaba cada noche al lugar donde vio a aquella chica, noche tras noche, noche tras noche. Todos los días se sentaba entre los árboles y esperaba, con la mirada perdida, la aparición de su amada.
Una de esas noches mientras el sueño se apoderaba de sus ojos la vio. La vio caminando entre los árboles como la primera vez. La llamó a voces pero ella hizo caso omiso y, también como la primera vez, desapareció.
Desde esa noche cada vez se le aparecía más frecuentemente hasta que, una noche, logró tenerla frente a frente. Él la interrogó por su nombre pero ella le dijo que no tenía ninguno. Hablaron mucho rato de pie en un claro del bosque hasta que, colmado de amor, la besó. Cuando sus labios se separaron ella huyó asustada y se perdió en el bosque como las otras noches.
A la noche siguiente ella no se presentó y Adlon creyó haberla perdido mas, una noche después, ella volvió a su lado y pasaron esa noche juntos. Y ésa y la siguiente y la siguiente y la siguiente... Y, tras unos meses, decidieron casarse.
Adlon presentó a la chica sin nombre a sus padres y la boda se preparó con toda la prontura y lujos.
Unos días antes de la ceremonia la novia fue hasta Adlon y así le habló: «no quiero por regalos de boda oro, plata ni joyas». «Entonces, ¿qué ansías? Pide cualquier cosa que pueda hallarse en este mundo y yo te la daré», le respondió Adlon. «Quiero ese anillo que tu padre nunca aparta de su dedo». «Eso que me pides es imposible», dijo Adlon asustado por la sola idea. «Mi padre se percataría enseguida de la falta.» Ella le cogió la mano, se la abrió y en ella le puso algo frío. «Toma», le dijo. «Es una réplica exacta del anillo hecha por un joyero. Tu padre nunca notará la diferencia. Por favor, tráeme ese anillo». Y viendo Adlon su mirada no pudo resistirse a sus encantos.
Esa noche, Adlon, cegado por el amor, emborrachó a su padre y cambió su anillo por la réplica y llevando el auténtico la mañana siguiente a su amada que se regocijó increiblemente.
A los tres días de estos acontecimientos se celebró la boda y, cuando los novios llegaron frente al altar, el rey Kalarris se levantó de su asiento preferencial que ocupaba agarrándose el costado, donde se le había abierto una herida y cayó al suelo. Y, mientras agonizaba en el suelo, apareció el rinyin que rodeó con sus sombras el cuerpo del rey y desapareció llevándolo con él.
En ese momento la gente empezó a huir del templo y Adlon volvió la cara hacia la chica y gritó. La que antes había sido una hermosa mujer perdía ahora la piel a tiras dejando a la vista carne y hueso y en su vestido había aparecido una gran mancha de sangre fruto de la terrible herida que había en su pecho.
«Soy tu mediohermana, Zira, cuyo corazón reposa bajo donde te entregué mi primer beso», le dijo ella con voz gutural. «Ya está cumplida mi venganza. Ven conmigo, amor, seámos por siempre uno».
Y antes de que Adlon pudiera reaccionar le rodeó con sus brazos sin vida y ambos se convirtieron en polvo poco a poco.

1 comentario :

  1. de todo lo que has escrito esto es lo que mas me a molado xD escribe alguno de terror (creo que me lo debes)

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