16/6/08

Lágrimas del arcángel IV

4~Nuevos conocidos

Poco a poco Enkaión fue regresando a la conciencia se sentía dolorido y mojado. Abrió los ojos con esfuerzo y se encontró en el suelo de un callejón lleno de charcos. Hizo un esfuerzo más y consiguió colocarse de rodillas.

-¿Dónde demonios estoy? –se pregunto con la cabeza baja y agarrándose un brazo.

Se puso de pie con precario equilibrio y se toco la espalda. Las alas ya no estaban en su lugar solo sus armas. Las saco y las miro.

-Me lo tomare como un finiquito –dijo mirándolas y las volvió a guardar.

Ando semi cojeando hasta salir del callejón hasta una calle abarrotada de humanos. Era una gran ciudad. Estuvo un poco desconcertado un momento. Pero luego paro a un humano, era calvo y parecía rondar los cuarenta.

-Disculpe. ¿Cuál es esta ciudad? –preguntó Enkaión a sabiendas de que hacía el ridículo.

El hombre lo miro por un momento de arriba abajo. A lo mejor fue porque era un buen hombre o por las armas de la espalda de Enkaión pero le respondió:

-Estamos en Nephon, amigo. La capital de las provincias del este.

-¿Nephon? ¿En el imperio keario? ¿Al pie de las montañas sin retorno?

-Si señor. De toda la vida.

-Gracias, amigo.

Y el hombre se fue a seguir con sus quehaceres.

Enkaión se apoyo en una pared y empezó a divagar:

< ¡Estoy en Nephon! ¡Maldita sea! Ahora medio continente y un mar me separan de Selindil. He caído demasiado lejos.>

El estomago le gruñó y el dolor le obligo a sentarse apoyado en una pared.

-¿Qué es esta sensación? –dijo mientras se tocaba el estomago con una mano.

-¿Tienes hambre jovencito? –le dijo una voz anciana desde su lado.

Enkaión le miro. Era bastante viejo pero sería difícil adivinar su edad, llevaba ropas marrones que le cubrían todo el cuerpo menos la cara y las manos en las que tenía varias manchas de la edad, además se sostenía con un bastón.

-¿Por qué quieres saberlo? –le respondió Enkaión.

-Porque si tuvieras yo podría invitarte –le explico el anciano-. Conozco una buena taberna cerca de aquí.

-Los humanos son egoístas y mentirosos por naturaleza. ¿Por qué habría de creerte?

-Porque yo también se lo que es pasar hambre –le tendió un mano para ayudarle a levantarse.

Enkaión se fió del anciano, parecía sincero. Tomo su mano y a pesar de la edad y de que Enkaión le sacara una cabeza tenia una fuerza asombrosa.

-Sígueme, joven. La taberna no queda lejos.

El anciano empezó a moverse como una sanguijuela entre la masa de gente mientras Enkaión se esforzaba por seguirlo. Unas cuantas calles mas adelante encontraron la taberna. En el cartel que había sobre la puerta podía leerse: “El nido del cuervo tuerto”.

-¿Entramos? –pregunto el viejo al tiempo que empujaba la puerta con su bastón.

Dentro el ambiente estaba muy cargado con el olor de comida, cerveza y hombres sudorosos. Y una gran nube de humo de tabaco se acumulaba en el techo. La posada ya estaba abarrotada a pesar de que solo debían de ser las 7 pasadas. Se abrieron camino hasta la barra la gente parecía apartarse al paso del anciano y miraban a Enkaión con curiosidad. Llegaron a la barra donde un hombre de musculos robustos despachaba cerveza a diestro y siniestro.

-¡Gruffich! –llamó el anciano al barman-. Ponle a mi amigo tu mejor sopa de conejo. Y más te vale que esta vez no lleve carne de gato.

Muchos de los que estaban alrededor empezaron a carcajearse.

-No te preocupes Jeoss –le respondió Gruffich riéndose también-. Hoy en día es más difícil cazar un gato que un conejo.

Puso una escudilla y una cuchara ante Enkaión y mando a una de las camareras a llenarse con el contenido de una gran olla que se calentaba en al chimenea. Cuando estuvo servido se llevó l cuchara a los labios y pronto dio cuenta de todo el caldo.

-Se nota que tenías hambre –le dijo el anciano sonriendo.

-Hacía 2000 años que no comía.

-Ja ja ja pues entonces seguro que aun te queda hambre –rió el anciano-. Gruffich ponle otro plato a mi amigo.

-En seguida –le respondió Gruffich desde el otro lado de la barra.

Le volvieron a servir y esta vez comió más despacio. Mientras lo hacía el anciano sacó su pipa y empezó a darle conversación.

-Dime, ¿Cómo te llamas?

-Me llamo… -lo pensó por unos instantes- Enkaión.

-¿Te lo pusieron por el arcángel?

-Podría decirse que sí –respondió Enkaión sonriendo- ¿Y usted como se llama?

-Por aquí me conocen como Jeoss Cräl.

-No es un nombre común.

-Tampoco lo es el tuyo –respondió el anciano sonriendo-. ¿Qué te trae por Nephon?

-Llegue por accidente.

-Comprendo. ¿Buscas a alguien? ¿Un amor tal vez?

-¿Cómo lo ha adivinado? –preguntó Enkaión sonriendo.

-Ya tengo muchos años a las espaldas, amigo Enkaión –le explico Jeoss sonriendo-. Si de verdad estas buscando a alguien no te entretengo más. Vete ya pago yo.

-Gracias, señor Jeoss –dijo Enkaión levantándose.

-No hay de que.

Y Enkaión volvió a salir a la calle abarrotada de gente. Caminó sin rumbo por las calles sin saber a donde ir. Con el estomago lleno se sentía con el orgullo suficiente como para no poder preguntar a nadie indicaciones. Estaba por lo que parecían barrios de clase baja cuando pasó junto a un callejón y oyó a varias voces de hablar:

-Estas muy lejos de tu tierra, ojos rajados.

-Vamos danos tu dinero.

Se asomo cautelosamente y vio a cuatro hombres acosando a otro un poco mas bajo y de raza oriental. El acosado permanecía callado e impasible con los brazos cruzados.

-¡¿Es que no me has oído?! –gritó uno de los hombres mientras le lanzaba un puñetazo al oriental.

Antes de que pudiera reaccionar este esquivo su ágilmente su puño, agarro su brazo y se lo giro de forma extraña hasta que se oyó el crujido de un hueso roto. El hombre quedó tirado en el suelo agarrándose el brazo.

-¡Maldito demonio! –dijo otro mientras sacaba un cuchillo-. ¡¿Qué le has hecho a mi hermano?!

Se lanzó con el cuchillo por delante pero el oriental le tomo el brazo se lo giro e hizo que se clavara su propio cuchillo.

Los dos restantes se lanzaron al mismo tiempo contra él, uno por delante y otro por detrás.

El oriental se encaró al de delante y cuando se lanzo sobre el volvió a tomarlo del brazo, se dio la vuelta y lo lanzó contra su compañero. En ese instante dio un salto y corrió varios metros por la pared hasta que estuvo a la altura de los dos hombres, saltó de la pared, les dio una patada en la cabeza a cada uno y se escucho como se partían los cuellos. Volvió a caer al suelo rodeado por los tres cadáveres y el sollozante con el brazo roto.

Entonces de una casa a sus espaldas salió un quinto hombre armado con una espada. La alzó preparado para golpear al oriental, cuando cayó al suelo y en su espalda llevaba clavada el hacha de Enkaión. Este llegó junto al hombre y recogió su arma.

-Luchas bien amigo –le dijó Enkaión mientras sacaba el hacha de la espalda del ladrón-. ¿Cual es tu nombre?

-Mi nombre es Huǒ-lóng y a partir de hoy soy tu servidor.

-¿Cómo? –preguntó Enkaión sorprendido.

-Tú me has salvado la vida. Ahora debo seguirte hasta que pueda cumplir mi deuda salvándote yo a ti.

-Me parece que no –le respondió Enkaión-. No necesito compañía.

-Mis antepasados se removerán en sus tumbas si no saldo mi deuda.

-Como quieras –le respondió Enkaión entonando los ojos-. Si quieres ser útil ayúdame a salir de la ciudad.

-Claro. Maestro.

-Y no me llames maestro. Llámame Enkaión.

-Como guste, Enkaión.

Y empezaron a caminar para salir del callejón.

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