5/6/08

Lágrimas del arcángel I

1~Sombras y espadas al amanecer

La elfa Selindil dormía; con su largo cabello rubio desparramado por toda la almohada y las sabanas hasta el cuello. Sus hermosos rasgos pálidos quedaban a la vista: sus ojos azules, aunque cerrados, su nariz pequeña y respingona y sus orejas en punta.

Un sonido casi inaudible perturbo su sueño. Se levantó, llevaba un camisón y recorrió el dormitorio adornado con sedas y plata hasta el balcón.

La vista era preciosa, la luna menguante brillaba sobre los bosques que se extendían rozando el lejano mar. No había nadie más en el balcón. Disfrutó por un momento del aire nocturno y se dio la vuelta… para hallarse ante el pecho de un hombre.

Si se sintió sobresaltada no dio muestras de ello. Se puso en puntillas y depositó un suave beso en los labios del extraño.

-Creía que ya no vendrías –dijo Selindil.

El desconocido la miro con unos ojos que brillaban por si mismos como dos esmeraldas.

-No podría sobrevivir una noche sin ti –respondió el extraño al tiempo que le devolvía el beso.

Se rodearon con los brazos y se fundieron en un abrazo.

-¿Me dirás esta noche tu nombre? –pregunto Selindil con la cabeza apoyada sobre su pecho.

-Ya te dije que no puedo –respondió el desconocido con ternura.

-Si –se rindió Selindil-. Lo se.

Volvieron a besarse mas larga y apasionadamente.

Entonces Selindil le empujo con una gran fuerza sobre la cama y se rió burlona. Desde la cama el extraño también se rió.

Ella salto sobre la cama, se puso a horcajadas sobre él y empezó a acariciarle el rostro. Él intento levantarle un poco el camisón. Pero ella le paró cociéndole la mano.

-No, no, no –se rió- ¡Sabes que soy una princesa virgen!

El extraño también se rió.

-Pues esto no es demasiado virginal por tu parte, princesita.

Ambos se rieron y ella se levanto.

-Bien. Pues entonces lo dejamos. ¿No? –dijo ella guiñando un ojo.

Él siguió riéndose.

-Eres un diablillo.

Se levanto con un ágil salto y la levanto del suelo.

-¡No! –grito ella pataleando y riendo.

Entonces la temperatura subió en el dormitorio y no por los jugueteos de los amantes. Una calidez sobrenatural había invadido la sala.

En el balcón esperaba una figura que Selindil no vio; pero que su compañero percibía con total claridad. Era alto y de bellos rasgos. Vestía una túnica roja y una cota de malla y a la espalda llevaba colgada una espada colosal. Sus ojos refulgían como los del amante desconocido. Solo que, los suyos, eran rojos como brasas. Se apoyaba en la barandilla con los brazos cruzados y sonreía mirando a los dos tortolitos.

El calor venia de él pues, si lo mirabas de cerca, su ropa y piel ardían con ligerísimas llamas.

-Es hora de irse Enkaión –dijo el extraño de rojo-. Tenemos una misión.

Enkaión asintió y dejo a Selindil en el suelo.

-He de irme, Selindil –le dijo.

-¿Volverás mañana? –pregunto ella provocadora.

-No podría ver el amanecer sin antes contemplar tu rostro –la beso por ultima vez y salio al balcón.

Una vez allí a Selindil le pareció que desperecía. Pero en realidad él y el extraño de rojo extendieron alas de plumas color perla y levantaron el vuelo.

-¿Qué ocurre Miguel? –preguntó Enkaión.

-Movimiento en los picos Rorock. Tenemos órdenes de poner paz.

-Y, ¿Por qué no va Chamuel? –preguntó Enkaión disgustado- Es su trabajo depuse de todo.

-Esta ocupado negociando en Lums-häd, ya lo sabes –respondió Miguel cortante-. Además es poca cosa, podremos los dos solos –sonrió.

Los picos Rorock se alzaban en la lejanía como sombras negras recortadas sobre las nubes que los rodeaban eternamente.

Enkaión y miguel aterrizaron en un claro de un bosque de las inclinadas laderas, guardaron sus alas y esperaron.

El claro estaba rodeado de árboles altos y lóbregos, tintados de rojo por la luz del amanecer.

La espera no duró mucho… sombras más oscuras que la espesa negrura que los rodeaba empezaron a alzarse desde el suelo.

-Almas sin nombre, ¿Quién habla por vosotros? –pregunto Miguel imperante.

Una sombra más alta que las demás se alzo ante ellos y habló con una voz que resonó en todo el claro:

-Yo

-¿Qué problema os urge como para convocar a los emisarios de ÉL? –prosiguió Miguel.

-Los humanos deben morir.

-Morir –repitieron las demás almas como un eco macabro.

-Y, ¿Podemos saber la razón?

-Cazan nuestros animales, cultivan nuestras tierras –dijo el alma jefe enfadada-. ¡Deben morir!

-Morir –volvieron a repetir las demás.

-Tienen derecho según las ordenes de ÉL. Y vosotros no necesitais para nada esas tierras ni esos animales.

-Pero ahora arrancan las entrañas de la montaña para construir sus impías fortalezas. Deben morir.

-Morir

-Nosotros hablaremos con los humanos.

-No será necesario –respondió la sombra-. Nos ocuparemos nosotros.

Si la sombra hubiese tenido rostro cualquiera hubiera jurado que estaba sonriendo.

-Los mataremos y devoraremos sus almas.

-¡No! –respondió Miguel a punto de estallar- ¡No haréis nada de eso!

-Claro que lo haremos –replico la sombra-. Y vosotros, siervos de ÉL, no nos lo impediréis.

Esas fueron las únicas palabras que el alma llego a pronunciar antes de que un rápido mandoble de Miguel la partiera por la mitad.

Su espada era descomunal. Era de doble filo, media tres cuartos de vara [1] desde la empuñadura hasta la punta y la hoja media palmo[2] y medio. Si un mortal la empuñara se abría abrasado las manos porque ardía en llamas al sacarla de su vaina. Pero Miguel y Enkaión no eran mortales… eran arcángeles.

En las manos de Enkaión también habían aparecido sus armas. En la izquierda una espacie de hacha con un mango de media vara y curvada hacia adentro. Tenia una sola cuchilla. En la derecha una espada larga y fina que se curvaba ligeramente hacia fuera.

-Perdona Enkaión, nos he metido en un lío –le dijo Miguel sonriendo.

-No pasa nada –respondió Enkaión también sonriendo-. Me hacia falta un poco de ejercicio.

Se lanzaron contra las almas con las armas en alto.

Cada tajo de los arcángeles suponía tres almas menos y los arcángeles tenían las de ganar a pesar de estar en inferioridad de 1000 contra 1.

Las almas eran rebanadas y se desvanecían. Las armas mortales no dañan a seres etéricos como las lamas sin nombre. Pero las armas angélicas no son de acero común sino de hidrogeno sólido. Que es casi tan ligero como el aire y capaz de rayar el diamante.

Los ángeles se movían a velocidades imposibles y pronto no quedó ni una sombra en el claro.

-Ya hemos acabado aquí –dijo Miguel-. Hagmos una visita a los humanos.

Caminaron hasta un risco donde hombres vestidos de cuero levantaban piedras para construir una torre. No era alta ni majestuosa, pero un símbolo. Los arcángeles observaban invisibles a los ojos mortales.

-Hace unos años esta tribu apenas sabía construir chozas de madera –dijo Miguel, serio-. Los hombres del imperio lo corrompen todo con su ambición.

-Cierto, compañero.

-En fin –dijo Miguel con un suspiro-, volvamos al círculo. Toca reunión.



[1] Una vara equivale a 2 metros

[2] Un palmo equivale a 20 centímetros

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