11/6/08

Lágrimas del arcángel III

3~El gran salto

Enkaión despertó en su dormitorio y se asomó por la ventana para ver la eterna primavera de la morada celestial. Respiro hondo, se vistió y salió volando por la ventana.

Aterrizó en los jardines. Entró en un bosquecillo de pinos y se sentó apoyando la espalda sobre uno. El árbol debería tener mas de 10.000 años y un tronco tan grueso que harían falta 20 hombres para abarcarlo con los brazos extendidos y era uno de los medianos.

Sacó sus armas y una piedra de amolar y empezó a afilarlas. El sonido rítmico de la piedra frotándose con el metal llenó el pequeño claro. Pero eso no le impidió oír el sonido de unas ligeras pisadas que se acercaban por detrás del árbol.

-No es necesario afilar las armas angélicas –le dijo la voz desde un lateral del árbol-. Son de hidrogeno solidó, nunca pierden el filo.

-Ya lo se Uriel –contesto Enkaión sin levantar la vista de su trabajo-, pero me relaja.

Uriel se sentó trabajosamente junto a él.

-¡Ay! Cada día tengo los huesos peor. Ser anciano es un fastidio.

-Tienes la misma edad que los demás arcángeles puros, Uriel. Pero aparentas mucho más.

-Los años no solo los llevo en el rostro. Sino también sobre las espaldas y cada día me pesan un poco más.

-¿No sientes un poco de rencor hacia ÉL por crearte así?

-No, mí querido Enkaión. ÉL en su gran sabiduría me otorgó esta forma para poder servir mejor a su gran obra. SUS acciones son misteriosas e incluso nosotros, seres de luz, no somos capaces de abarcar las futuras repercusiones de nuestros propios actos.

-No solo llevas los años cargados sobre los hombros y el rostro. Hablas como un filósofo.

-En el fondo puede que ese sea mi verdadero cometido. Meditar y dar consejo.

-¿Sabes lo de Selindil?

-Si, lo se. Todo el mundo lo sabe. Ariel lo ha proclamado a los cuatro vientos.

-¿Y que piensas?

-¿Qué te dice tu corazón?

-Que vaya con ella.

-¿Y tú piensas que vale la pena?

-¡Por ÉL. que Selindil lo merece! ¡Eso y mucho más!

-Pues solo puedo decirte que hagas aquello que te haga feliz.

Ambos permanecieron en silencio un rato largo. Ni siquiera se oía la piedra de afilar de Enkaión. Por fin Enkaión habló:

-¿Sabes donde esta Miguel?

-No, no le he visto hoy –respondio Uriel un poco sobresaltado por la pregunta repentina-. Pero lo mas probable es que este en sus aposentos o discutiendo con Chamuel en la sala de mapas.

-¿Chamuel ha vuelto?

-Si, pero por poco tiempo. Ha de partir mañana para continuar la campaña de presión sobre Lums-häd.

Enkaión se puso de pie y se sacudió el polvo de la túnica.

-Entonces me pasaré por allí –dijo mientras empezaba a andar-. Ah, y gracias por el consejo.

-De nada es mi trabajo. Pero prométeme que no harás locuras.

-Lo siento, Uriel –respondió Enkaión serio-. Pero no puedo prometerte eso.

Y se fue del claro sin mediar palabra más.

Camino hasta salir del claro, extendió sus alas y voló hasta una de las balconadas de la torre.

Entró y recorrió los ya conocidos pasillos hasta una gran puerta de madera roja. La golpeo con el puño una vez y no obtuvo respuesta, volvió a probar y el único que le contesto fue el silencio.

-¡Miguel! –llamó por tercera vez.

-Esta en la sala de mapas –le respondió otra voz.

-¡Tu!

Se volvió y se halló con la túnica y ojos azul oscuro de Jeremiel.

-¡No te acerques a mi!

-¿El gran Enkaión le tiene miedo al bueno de Jeremiel? –pregunto burlón.

-¡He dicho que te largues!

-¿Es que tiene miedo de su pasado? ¿O de su futuro?

-¡No me toques! –Enkaión sacó sus armas y las alzó contra Jeremiel-. ¡Te lo advierto! ¡No quiero otra de tus malditas visiones!

-¿Qué mal pueden hacer estos dedos pálidos y frágiles? –dijo mientras se observaba su mano abierta-. ¿Por qué el gran guerrero los teme tanto? –dijo mientras empezaba a alargar su mano para tocar a Enkaión.

Este intentó rechazarla apartándose pero Jeremiel consiguió tocarle el dorso de la mano. Ya era demasiado tarde.

Se sintió imbuido por una sensación como la producida por los alucinógenos. Su vista se fue nublando cada vez más hasta que solo quedo la oscuridad. Y en la oscuridad se abrieron los ojos azul profundo de Jeremiel y se oyó su voz:

-No temas al pasado ni al futuro porque no se pueden cambiar. Solo el presente puede hacerte daño.

De repente se encontró en un pueblo destruido. Las casas aun ardían e incluso podían oírse gemido de aquellos desdichados que todavía no habían sido pasto de las llamas.

Camino entre los restos abrasados. Cojeaba misteriosamente. Entonces una figura humana salio de una casa y gritó:

-¡Esgas! ¡Te juro que me vengare! ¡En esta vida o en la otra! ¡Sufrirás lo mismo que yo he sufrido! –cayó de rodillas y empezó a llorar.

Entonces Enkaión sufrió golpe punzante en la cabeza y se derrumbó. La oscuridad volvió a ganar terreno lenta pero inexorablemente.

Una claridad inesperada lo cegó por unos instantes. Cuando recuperó la vista se vio a si mismo a ojo de águila. Estaba al borde de un precipicio, el suelo estaba bañado de hierba verde y en sus manos sostenía… el cuerpo de Selindil. Pálida y ausente de todo resquicio de vida. Esa visión casi le hace enloquecer. Cerró los ojos con fuerza y la oscuridad volvió.

Cuando los abrió de nuevo se halló en el suelo del pasillo frente a la puerta del cuarto de Miguel. Jeremiel ya no estaba.

Se levantó como pudo sintiendo una inmensa resaca y se arrastró como pudo hasta la sala de mapas.

Miguel y Chamuel estaban de pie cada uno a un lado de una mesa redonda. Chamuel tenia el ojo derecho color perla y el izquierdo violeta claro como los colores de su túnica que llevaba bajo una coraza.

-La situación esta controlada en la puerta este –estaba diciendo Chamuel-. Creo que…

La puerta se abrió de golpe y en ella apareció la silueta de Enkaión. Entró tambaleándose y tenía cara de estar mas muerto que vivo.

Los dos ángeles se volvieron a mirarlo y Miguel exclamó.

-¡Por la gloria de ÉL! Tienes mala cara, Enkaión.

-Tuve un encuentro con Jeremiel.

-Ja ja ja ya me lo imagino –respondió Miguel.

-No, te aseguro que no te lo imaginas –le contesto Enkaión llegando junto a la mesa.

-¿Quieres una silla? –le pregunto Chamuel.

-No, estoy bien.

-Como quieras –respondió Chamuel encogiéndose de hombros.

-¿De que estabais hablando?

-De Lums-häd –le respondió Miguel.

-¿Como esta la cosa por allí?

-Mas calmada que por aquí seguro –dijo Chamuel por lo bajo.

Miguel le dio un fuerte codazo en las costillas y le puso cara de pocos amigos.

-¿Eso iba con segundas? –preguntó Enkaión con cara de curiosidad.

-Olvídalo Enkaión –le replico Miguel-. Chamuel esta cansado de las reyertas en Lums-häd. Ya no sabe lo que se dice.

-¿Tú también lo sabes no? –acuso Enkaión ignorando a Miguel y hablando a Chamuel.

-Si, Enkaión –le respondió Chamuel mientras Miguel le hacia gestos para que se callara-. Y he de decirte que no lo acepto.

Enkaión lo miró acuciante.

-¿Qué pasaría con la reputación de los servidores de ÉL si se supiera que uno de ellos flirtea con una mortal?

-No debes preocuparte por eso mi buen amigo Chamuel –le respondió Enkaión sonriendo-. Precisamente eso quería deciros: voy a renunciar a mis alas.

Los dos le miraron sorprendidos.

-¡¿Qué?! ¡No puedes hacer eso Enkaión! –le dijo Miguel enfadado.

-¿Quién va a impedírmelo? ¿Tú?

Y dicho esto corrió hacia la ventana saltando por encima de la mesa, salió por ella, extendió, sus alas y empezó a ascender.

Subió hasta la cima de la torre donde había una gran explana, alli se posó y empezó a caminar hacia el borde contrario sin molestarse en plegar sus alas. Cuando estaba a mitad del camino Miguel llegó y aterrizó cerca de él.

-¿De verdad vas a renunciar Enkaión?

-Si es la única forma de estar con Selindil, sí.

-¿Es que ya has olvidado tu pasado? Deberías estar pudriéndote como una sombra traidora. Pero ÉL te dio una segunda oportunidad.

-Yo nunca la pedí.

-¿No estas agradecido?

-¿Agradecido? ¿Agradecido por llevar esta carga el resto de la eternidad y no poder descansar en mi tumba?

Ahora Enkaión estaba junto al borde de la torre.

-¡Enkaión entra en razón!

Enkaión se rió.

-No puedo… Estoy enamorado. Y por amor uno estaría dispuesto a dar el gran salto.

Extendió brazos y alas y se dejo caer hacia atrás.

-¡Enkaión, no! –gritó Miguel pero era demasiado tarde.

Enkaión ya estaba cayendo y aunque tenía las alas extendidas no le sirvieron de nada. Un fuego abrasador rodeo su cuerpo mientras caía. Pronto atravesó las nubes. Y todos los mortales que lo vieron pensaron ver una estrella fugaz. La caída pareció durar una eternidad hasta que de pronto no sintió nada y las luces se apagaron.

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