13/6/08

Poesía para los buenos creyentes que llevan su fe más allá

Pues como bien indica el título esto está dedicado a los buenos católicos. ¡Ale! ¡Leyendo que es gerundio!
Noche profunda y oscura,
luce alta luna en el cielo,
miran cómplices las estrellas
curiosas y con esmero
la iglesia de aquel lugar.
Ya han dejado aquellos rezos
de romper la vieja calma,
paz y silencio del templo.
Entre gruesos y altos muros
observan con desapruebo
estatuas frías e inmóviles
desde sus pétreos puestos
cómo desviados amantes
irrumpen entrando dentro
en el sagrado recinto.
Se dan a pasión y besos
aun bebajo el portalón.
Santos, mártires y dioses
los ven a ambos de entregarse
sin temor, censura o miedo
en la casa del señor.
Y ella grita por el fiero
mordisco que como bestia él
entrega en su blanco cuello.
Las caricias y las manos
se retuercen entre cuerpos
ansiosas de ese calor.
Algarabía de cabellos,
grandes placeres prohibidos
y manos de cien mil dedos
en la casa del señor.
Con animal desenfreno

él la carga en sus brazos
y toma el altar de lecho.
Allí la deja caer
y busca con desespero
perla entre piernas oculta
y sus gritos placenteros.
Y por sobre ella se lanza
ya colmado de deseo
y con fuerza a ella la toma
y ella se desgarra por dentro.
Flor rota sobre el altar
y de sangre virginal lleno
en la casa del señor.
Impío acople en el templo
celebrando en negra noche
salvaje misa de sexo.
Los gemidos son el órgano;
ellos dos los predicadores;
por eucaristía sangre
y carne ardiente de cuerpos;
y como el único cáliz,
bello, profundo y secreto,
su vientre ya mancillado.
Sucia misa de deseo
en la casa del señor.
Y él se derrama en su pecho,
en cálida lluvia blanca
cargada de vida y fuego.
Y ya juntos en el centro
se miran y acarician y
se dan el último beso
en la casa del señor.

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